Hay edades muy malas. E irremediablemente pasamos por todas ellas, si tenemos la suerte de que la vida no se alíe con el destino y nos arruine una existencia que creíamos comprada. Es cierto que, como escribió el novelista francés, Anatole France, “cada cual tiene la edad de sus emociones”. Pero no es menos cierto lo que defendía Nicolás Boileau, que «cada edad tiene sus placeres, su razón y sus costumbres«.
Tengo una amiga que utiliza ese argumento para todo, a modo de ibuprofeno para combatir cualquier dolor, da igual su intensidad y su naturaleza. “Es que estoy en una edad muy mala”. Que no le arranca el coche, es que estoy en una edad muy mala. Que pierde el avión, es que estoy en una edad muy mala. Que el banco le niega la hipoteca, es que estoy en una edad muy mala. Que no encuentra el pantalón de su talla, es que estoy en una edad muy mala. Que no le han dado el trabajo que ella quería, es que estoy en una edad muy mala. Lo repite como un mantra existencial y quizá por eso, su mal parece haberse convertido en una epidemia viral.
Mark Twain lo tenía meridianamente claro: ”La edad es un tema de la mente sobre la materia. Si no te importa, no importa”. La edad, como los contratiempos, no constituye el problema en sí, si no la manera que tenemos de afrontarla. Pero mi amiga no entra en razones: “Para Mark Twain estoy yo, ¿pero no ves que estoy en una edad muy mala?”.
La edad siempre ha sido uno de los grandes temas universales, a pesar de pertenecer a la esfera más íntima y privada. Es cierto que con esto de la edad ocurre lo mismo que con la fiesta, que cada uno la cuenta según le ha ido en ella. Para Pablo Picasso la juventud no tenía edad y se descolgaba el genio malagueño diciendo que “uno empieza a ser joven a la edad de sesenta años”. Para el poeta inglés Arthur O’Shaughnessy “cada edad es un sueño que se está muriendo o uno que está por nacer”. Para el escritor estadounidense Washington Irving “la edad es cuestión de sentimiento, no de años”. Sin embargo, creo que el gran pensamiento sobre la edad lo tuvo el genial Luis Buñuel cuando dijo que “la edad es algo que no importa, a menos que seas un queso”.
De un tiempo a esta parte, nuestro patio particular parece haberse mudado en una quesería porque la edad importa y mucho. Nuestra clase política anda obsesionada con la edad. Igual se descuelga un político diciendo que todos los que han nacido antes de la transición no valen, como se retrata otro diciendo que el es muy joven porque tiene 44 años (lo cual, aunque me llena de satisfacción personal por la parte que me toca, semejante consideración no se mantiene ni con hilos de oro) y ahí reside su principal problema para entablar un diálogo con los que pertenecen a otras generaciones anteriores. Argumentos de peso, sólidos y difíciles de interpelar a no ser que tu edad mental esté varios lustros por debajo de tu edad biológica. Pero ellos insisten. De hecho, en lo que han estado perdiendo el tiempo sus señorías es en contar años.
Algunos grupos políticos -dicen las malas lenguas que aquellos que lo ven tan mal que necesitan a los que todavía no se han estrenado en politiqueos para poder convencerles de cualquier cosa-, han propuesto rebajar la edad a la que poder votar a los 16 años. Quizá es que todos se han sentido imbuidos por el espíritu del artista Raymond Duncan, poeta, aprendiz de filósofo y hermano de la gran bailarina y coreógrafa Isadora Duncan, cuando defendió que «el mejor sustituto para la experiencia es cumplir 16 años«.
¿Por qué reducir la edad para votar a los 16 años? Viendo el alto nivel resolutivo e intelectual de nuestra clase política, supongo que porque a nadie se le ha ocurrido proponer votar a los 8 años. Pero démosles tiempo. Total, tiempo es lo que les sobra en vista de la ineptitud de la que presumen y hacen gala sin ningún reparo.
Oscar Wilde creía que «el viejo cree todo, el de mediana edad sospecha de todo, el joven lo sabe todo«. Pero el poeta irlandés tenía que haber conocido la realidad que algunos pretenden en España.
Con 16 años un chico que mate a un padre de familia o viole a una mujer no puede ir a la cárcel, pero sí votar. Tampoco tienen responsabilidad penal porque la pantomima de Ley del menor que tenemos y que se les aplica a los menores de 18 años, ni es responsable ni penal, por no ser no es ni seria. Con 16 años no podrá conducir pero sí votar, que para algunos no requiere muchas luces. Con 16 años no pueden comprar alcohol ni alistarse en el ejército, pero quieren que voten porque es menos serio. Según el Estatuto de Trabajadores los menores de 18 y mayores de 16 pueden trabajar dentro de unos límites si viven de forma independiente y tienen el consentimiento de sus progenitores o tutores . No sé si también necesitarán ese consentimiento para poder votar a los 16 años.
Va a tener razón mi amiga, y todo esto se debe a que nuestros políticos también están en una edad muy mala. Tan mala como innecesaria, como la adolescencia.