Un día, siendo cónsul, Marco Tulio Cicerón recibió la confidencia de que Lucio Sergio Catilina, un popular y peligroso demagogo desquiciado por su reciente derrota en las elecciones para el Consulado y deprimido por unas perspectivas económicas personales malas, preparaba un todavía difuso golpe para controlar el Estado . Le apoyaban líderes de ciudades latinas que buscaban –éstas sí, con toda justicia- una equiparación que se les negaba con la gran Urbe del Tíber. Se sumaron a su causa numerosos descontentos con la situación, porque su partido había prometido soto capa anular las deudas pendientes y quiénes habían triunfado en los comicios les contrariaron al considerar tal exención como financieramente inviable para la supervivencia del esqueleto económico común. Ha habido y habrá siempre perjudicados, triunfe la tesis que sea.
El objetivo principal que manejaban como pretexto era dejar a cero los créditos que muchos tenían pendientes, unos por los abusos de la usura, otros por su mala cabeza en la gestión de los recursos personales. Para llegar a eso, una vez derrotados en el último comitium, los conspiradores decidieron que el único camino que se les ofrecía era elevar por vías torticeras a su líder al puesto consular que la elección le había negado.
El célebre abogado llamó al tablinum de trabajo a Tirón, su escribano y amigo, y le dictó la primera de cuatro soberbias soflamas, destinadas a que el Senado abortara el plan de aquel individuo carente de escrúpulos a la hora de pactar con los peores enemigos del Estado, con tal de satisfacer su ansia personal de alcanzar el poder y asegurarse un futuro solvente.
Empezó Cicerón su reprimenda con unas frases que han quedado clasificadas para siempre entre las más talentosas de la historia mundial de la oratoria. Abrió así la `Primera Catilinaria´: Quosque tandem abutere, Catilina, patientia nostra? Quam diu etiam furor iste tuus nos eludet? Quem ad finem sese effrenata iactabit audacia? Traducido con cierta liberalidad solo por coherencia semántica, planteaba, de frente y por derecho, unos reproches tremendos para provocar la reacción de las instituciones en peligro: “¿Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia? ¿Hasta cuándo esta locura tuya servirá para seguir riéndote de nosotros? ¿Terminará de una vez tu desenfrenada audacia…?”
Hagamos un ejercicio intelectual y sustituyamos el patronímico Sergio por Sánchez, el nombre Lucio por Pedro y la Curia Hostilia, sede cameral de aquella Roma, por nuestro Congreso de los Diputados. A fecha de hoy, si salvamos las peculiaridades de dos momentos históricos diferentes en lugar y tiempo (más de 2.000 años los separan, pero no lo parece), las situaciones y las exhortaciones suenan intercambiables, dada la deriva desleal, tramposa, traicionera, mendaz y cuentista que ha emprendido el secretario general de nuestro socialismo.
¿Acaso Pedro Sánchez no está entrando de lleno en un amago de traición a la sociedad española que configura y ampara la Constitución de 1977? Con sus intermitentes guiños, acuerdos soterrados, contradicciones entre lo que dijo ayer, lo que dice hoy y lo que dirá mañana, ya nadie sabe si pisa tierra o está en la luna. Y, para terminar de volver tarumba a la gente, ahí están sus ridículas promesas de arreglar -sin avanzar cómo, sino es ofreciendo un federalismo vaporoso y surrealista, cual si fuera la poción mágica de los célebres galos irreductibles de Astérix- el contencioso que los separatismos plantean sin tregua al Estado de Derecho que nos hemos dado. Sobre todo, ahora que lo sienten débil.
Apetece suplicar a los dirigentes socialistas no implicados en este asalto al poder a cualquier precio, aunque sea la destrucción misma de España, que paren en seco a ese demagogo para el que sacar a nuestro país del parón institucional en que se encuentra sólo será posible si aceptamos acomodar sus posaderas en el sillón de La Moncloa que hoy ocupa Mariano Rajoy, alguien no especialmente relevante pero mucho más legitimado que él.
Si realmente están orgullosos de la más que centenaria historia del PSOE, de sus aportaciones al progreso y los avances sociales del pueblo en el que hunde sus raíces, están obligados a plantarse, por mucho que les repugne interrumpir un proceso interno que se hizo con procedimientos normales, aunque en circunstancias excepcionales y frágiles. De aquellos polvos –elegir a uno, sólo para cortar el camino a otro u otros- vienen estos lodos que amenazan con llevárselo todo por delante.
Las contradicciones en los ofrecimientos y rectificaciones de Sánchez –coreado por sus manos derecha e izquierda, Luena y López- levantan diarios sarpullidos entre la inmensa mayoría de los españoles y hasta entre líderes socialistas de peso específico, ejecutoria y patriotismo acreditado muy superiores a los suyos. Hoy, dice de pronto que el PSOE será leal a la unidad de España y otros principios que asientan nuestra convivencia; pero al siguiente día afirma o insinúa que esos conceptos pueden interpretarse de muy diversos modos.
Y lo hace para ofrecer, demandar, mendigar incluso, a las fuerzas políticas más corrosivas para con el Estado buscando que le apoyen –o le toleren, absteniéndose al menos, si le llega el turno de plantear su opción- para formar esa olla podrida que tiene en la cabeza, que él define como “Gobierno de progreso”. ¿De progreso de quién, de la familia Sánchez y sus mariachis? Para los demás españoles que quieren seguir siéndolo, significaría el caos.
Ojalá el día 30, fecha prevista para la asamblea Federal del PSOE, alguien o algunos de tantos como en sus filas están furiosos por tanta deslealtad y tan escasa decencia le hablen con la dignidad con que Cicerón se dirigió al conspirador en otro momento de su filípica: “¿A qué esperar más, si las tinieblas de la noche no ocultan las nefandas reuniones que hacéis, ni las paredes contienen los clamores de la conspiración…? Todo se sabe y todo se publica. Cambia de propósitos, créeme…Atrapado como estás por todos lados, tus designios se revelan claros como ante la luz del día…”
Ojalá las mujeres y hombres que se niegan a arrojar al barro una trayectoria que mueve a orgullo le pongan en su sitio en esa asamblea.
Asombra la provisión de cinismo que Sánchez debe de tener acopiada para osar decir que “Rajoy es el `Red Bull´ que da alas a los independentistas”. Por las torpezas, silencios y desidias del Presidente en funciones se podría aceptar esa frase en plan broma estúpida, o como una de sus ocurrencias fuera de lugar. Pero se le podrá reír la gracia siempre y cuando asuma que él equivale hoy, para el separatismo, al camello que llega cargado de heroína a precio de saldo a un campamento de yonquis con mono.