Buenas noches y saludos cordiales reconstruye la historia de José María García, el periodista más influyente en la historia de la radio española.
Han pasado ya casi 14 años desde que José María García despidió su último programa. Él tenía 58 y seguramente nadie podía esperar que aquello fuera su jubilación. El hombre que transformó la radio en España acumuló durante tres décadas tal influencia que era popular incluso entre quienes no prestaban atención al deporte. De hecho, si García empezó en esa sección en los años sesenta fue porque era la única en la que le dejaban hacer periodismo de denuncia. El periodista Vicente Ferrer Molina recompone ahora su historia en Buenas noches y saludos cordiales (Editorial Córner), un libro ampliamente documentado para el que ha entrevistado en profundidad al periodista y a decenas de colaboradores, competidores y amigos.
García inició su carrera en un diario, ‘Pueblo’, propiedad del Sindicato Vertical, en el que el director marcaba dos objetivos: “Sorprender a los lectores y desazonar a la competencia; el día que no lo consigue es un periódico mal hecho”. Parecía hecho a la medida de García, al que habían descartado para la radio por su voz. Ferrer explica que eran los años en los que no importaba tanto lo que se decía, sino cómo se decía. La radio era diversión y entretenimiento, por eso el tono agresivo de Supergarcía y su estilo de denuncia causaron tal impacto cuando al fin le dieron paso.
Manuel Martín Ferrand le puso al frente del primer programa deportivo diario de una radio privada para toda España, que para mayor frivolidad se emitía a medianoche y por la FM, un reducto musical entonces: “No nos van a escuchar ni nuestras familias”, le previno García. Era improbable que nadie pudiera escuchar deporte en la radio en la medianoche, un hábito que continúa décadas después y no se da en ningún otro país del mundo. A falta de datos más fiables, la prensa de la época daba por bueno que García llegó a reunir en aquellos años nueve o diez millones de oyentes. En un país en el que el poder no se sometía a la crítica, García había encontrado la grieta del deporte para ejercer de fiscal.
Primero en la Ser y luego en Antena 3, García revolucionó la radio. Ni sus enemigos más acérrimos le niegan eso. Para poder meter baza en ‘Carrusel Deportivo’ se inventó El partido de la jornada, que iba más allá de la clásica narración y se metía en los vestuarios, subía al palco, hablaba con entrenadores y presidentes. Hizo de la tecnología su aliada: su equipo empleaba walkie-talkies cuando nadie más lo hacía, instaló emisoras en los coches de los directores de equipo de la Vuelta a España para que comentaran en directo la carrera… Y cuando no alcanzaba con la técnica, tiraban de ingenio grabando declaraciones que emitían unos segundos después en falso directo.
Sus programas se convirtieron en una máquina de facturar publicidad. García era una empresa dentro de la empresa en la que trabajara, ya fuera la Ser, Antena 3 o la Cope. Pero si hay unanimidad al reconocer sus luces, no son pocos quienes subrayan sus sombras, especialmente a la hora de obtener información y relacionarse con los protagonistas. Su treta más conocida, y denunciada por la competencia, era la de retener a los entrevistados para que no pudieran hablar en otros programas. A veces simplemente les dejaba en espera más tiempo del debido antes de entrar en antena o alargaba sus charlas con ellos. Otras les escondía incluso físicamente, en una habitación de hotel, en una época en la que no había teléfonos móviles.
No tenía problemas en mentir a un entrevistado y saltarse un off the record si así conseguía una noticia. Además, presumía de pagar “abundantemente” a su red de informadores en hoteles y restaurantes. Los personajes del fútbol le confiaban informaciones por amistad o puro temor. Dice que apodó “Pablo, Pablito, Pablete” a Pablo Porta porque no podía llamarle golfo, pero no tuvo problemas en dedicar otras expresiones insultantes que estuvieron a punto de llevarle a la cárcel, de no haber mediado un indulto.
Cuentan quienes le trataron de joven que el ego le desbordaba, antes incluso de alcanzar el éxito. No aceptaba órdenes de nadie pero exigía obediencia ciega. Sus broncas a los redactores -muchas de ellas en antena- fueron legendarias en el amplio sentido de la palabra. Sus competidores le acusaban de presionar e incluso chantajear a los que no pasaban por su aro. El caso más conocido quizá fue el de Pedro Delgado, que pagó muy caro no correr la Vuelta en 1988 y, aún más, colaborar con la competencia. Aunque, según el periodista Pepe Gutiérrez, si el Tour no descalificó a Perico ese mismo año fue gracias a la mediación de García, que tenía poder suficiente para eso, para desconvocar una huelga de futbolistas o para desviar un avión Madrid-Zúrich de tal forma que hiciera una parada en La Coruña. Según relata en el libro Amancio Amaro, le bastó amenazar a Iberia con dedicar su programa de esa noche a hablar de la aerolínea.
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