Los trackings electorales de los últimos días pronostican avances del partido en Murcia, Aragón, Baleares, Cantabria y Madrid
Decía Francis Bacon que en materia de gobierno todo cambio es sospechoso, aunque sea para mejorar. El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, comparte la idea con el filósofo y estadista británico. Así se lo ha hecho saber a su círculo más cercano a la vuelta de las vacaciones de Semana Santa y tras zanjar, aunque fuera provisionalmente, la grave crisis que el Partido Popular sufrió la semana pasada con la rebelión de algunos de los más importantes barones autonómicos.
Fuentes próximas al jefe del Ejecutivo señalan a Sabemos que no habrá crisis de Gobierno ni cambio de caras en la sede de la calle Génova aunque el partido registre una considerable caída en las elecciones municipales y autonómicas del próximo día 24 de mayo.
Hay dos cuestiones que no terminan de agradar al todopoderoso presidente del Gobierno. La primera es la relación con la prensa. La segunda, los cambios bruscos de timón. De la primera es ejemplo paradigmático el famoso episodio del plasma. De la segunda dan fe los exegetas de Rajoy, que no dejan de interpretar que el jefe del Ejecutivo no es un hombre que incurra en la exhibición de muestras de liderazgo. Su fuerte, según dicen todos ellos, es la apelación a la sensatez, la tranquilidad y la calma, algo que puede ser considerado como virtud, aunque saque de quicio a muchos dirigentes de su partido.
Mucho se ha especulado, tras el batacazo del PP en las elecciones andaluzas del pasado mes de marzo, con la posibilidad de una crisis de Gobierno. Los partidarios dentro del partido de esta drástica medida, que como Montesquieu creen que cuando un Gobierno dura mucho se descompone poco a poco y sin notarlo, justifican su postura en el hecho de que un cambio de caras en el Gabinete daría un importe impulso a la acción de Gobierno, aunque queden ya pocos meses de legislatura, otorgando notoriedad al Ejecutivo y fijando la atención de la opinión pública en los nuevos ministros.
Esos mismos dirigentes ponen como ejemplo de su parecer lo ocurrido en las elecciones andaluzas, donde fue mayor el coste que tuvo para el PP andaluz el desembarco de tanto miembro del Gobierno, presidente incluido, que el beneficio que supuestamente se esperaba sacar.
Es evidente, y así lo reconoce el círculo más cercano al presidente Gobierno, que algunos de los ministros -pocos- suponen un lastre para los réditos electorales del partido con más poder institucional que tuvo nunca una fuerza política en España. Pero, como dijo Aristóteles, no hace falta un Gobierno perfecto, sino uno que sea práctico. Y, en opinión de Rajoy, la mayor parte de los miembros de su Gabinete son eficaces en las labores que él les encomendó.
Más allá de la intención del presidente de lograr el record de permanencia del Gobierno -se quedó a cuatro meses de batir la marca Aznar– y de que cuando fue necesario hacer cambios se limitó a mover las menores fichas posibles -léase los casos de Arias Cañete, Alberto Ruiz Gallardón y Ana Mato-, Rajoy se ve capaz de llegar con el mismo Gabinete al final de la legislatura con crecientes posibilidades de renovar la confianza de los españoles en las urnas y afrontar un nuevo mandato.
Decía Antonio Maura que los buenos gobiernos se conocen cuando lo que hacen vale más que los que sus opositores dicen. Llevada la cita al periodo actual, no se trata de que la opinión pública tilde al Ejecutivo de Rajoy de óptimo -algo que no hace, ni mucho menos-, sino el hecho de que la gente tampoco compra el discurso crítico de la oposición socialista, dado que el partido de Pedro Sánchez continúa cayendo en intención de voto, según reflejan todos los sondeos.
Caso distinto es el auge de partidos nuevos, como Podemos y Ciudadanos, que han despegado en las encuestas no tanto por el dedo acusador contra el Gobierno del PP, sino por el hartazgo ciudadano hacia el modelo bipartidista.
Los sociólogos de cabecera de Rajoy, con Pedro Arriola a la cabeza, no creen que en las elecciones municipales y autonómicas de mayo se produzca un gravísimo batacazo para el PP. Caída, sí; debacle, no. A su juicio, y pese a esa bajada de votos, los populares tienen muchas posibilidades de ganar los comicios.
El problema que plantea esa jornada para el partido de Rajoy es que un descenso en el número de sufragios -aunque no sea muy amplio- puede hacer que los populares pierdan un gran número de ayuntamientos y comunidades autónomas, siempre y cuando los socialistas moderados y la nueva izquierda lleguen a acuerdos de gobierno para desbancar al PP.
Pese a todo, no reina en la sede de la calle Génova un pesimismo desbordado. Si hace un par de meses los sondeos internos vaticinaban que el partido mayoritario sólo podría mantener a duras penas -rozando la mayoría absoluta- el poder en tres Comunidades autónomas -las dos Castillas y La Rioja-, los trackings electorales de los últimos días pronostican avances en Murcia, Aragón, Baleares, Cantabria y Madrid.
Sin relevo en Génova
Descartada la crisis de Gobierno, tampoco se prevé la posibilidad de caras nuevas en la dirección del partido. Así lo dejó claro el presidente del Gobierno la semana pasada. Poco dado a los elogios en público dirigidos a sus subordinados, Rajoy se esforzó en dar todo su apoyo a la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, tras el rifirrafe con Javier Arenas y los llamados sorayistas.
Las fuentes próximas al jefe del Ejecutivo reconocen que ha sido un error, inmenso error, no contar en estos últimos años con una secretaría general del partido las 24 horas del día, pero recalcan que no es intención de Rajoy, al menos de momento, romper el equilibrio que desde el Congreso de Valencia del año 2008 mantienen los partidarios de Cospedal, por un lado, y la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, por otro. Es decir, si no hay cambios en el Ejecutivo tampoco los habrá en la sede de la calle Génova.