Agua, azucarillos y profilaxis

Un mundo extraño

Sicilia, 1920. Perdón. Barcelona, digamos hará unos añitos. Hete aquí que un buen día me encontré en la necesidad de adquirir, para un uso completamente respetable (la planificación familiar, concretamente, y más concretamente aún, la de mi señora y mía, que viene a ser la misma) un juego de esos pequeños (bueno, no tan pequeños, ejem ejem) adminículos de látex de gran simplicidad estructural pero difícil manejo conocidos como profilácticos, preservativos o bien, para lo que viene siendo el vulgo, condones.

Por: Jotace DT | @JotaceDT

Así que, de las dos farmacias («A» y «B» que se encontraban aproximadamente a una distancia equivalente a mi situación geográfica, las proximidades de la residencia de mis padres) elegí una al azar (que designaremos como «A») y para allá que me fui. Después de guardar el preceptivo turno, me dirigí al dependiente, un caballero de edad ligeramente superior a la mía y aparente buena disposición, en los siguientes términos (o en todo caso, muy parecidos a los que a continuación referiré):

Amable boticario, ¿tendría usted la bondad de facilitarme, a cambio de una cantidad económica por usted fijada, un paquete de sus mejores profilácticos (talla grande por supuesto)? Pues no es otro mi deseo que proceder en fecha próxima a lo que vendría a ser el coitum con mi muy respetable costilla, dado que encuentro que un sano esparcimiento y refocile revitaliza el cuerpo y el espíritu, a fe mía.

Lo he adornado un poco quizás, pero os haceis una idea.

Bueno. Pues el boticario encogiéndose de hombros, como pidiendo disculpas -pero con gesto adusto- repuso:

Lo siento, pero aquí no vendemos de eso.

Cabe decir que yo era por aquel entonces un señor con toda la barba y que nos encontrábamos en pleno siglo dieci… veint… ¡veintiuno! Una respuesta así, de habérmela encontrado veinticinco años atrás, hubiera derivado con bastante probabilidad en a) un inconexo balbuceo por mi parte, acompañado de b) una transición facial de mi habitual blanca palidez hacia un rojo tomate, e incluso c) una momentánea pero fatal pérdida de control de mis esfínteres.

Pero por suerte, yo era ya un hombre hecho y derecho, así que sin descomponer el gesto, repregunté:

¿Y eso?

Es que al dueño no le gustan. Es un hombre de principios.

Ajá. Pensé, mira, un hombre de principios. No le agradan los profilácticos, preservativos, gomas o condones (o la gente que los usa) y por tanto, no los vende. Qué temple -pensé yo- hace falta para obviar el hecho de que la farmacia «B» sita a escasos ochenta metros venda sin problemas tales artículos, y afrontar la sin duda deficitaria en términos económicos decisión de negarle al mercado, siempre tan sabio, lo que éste desea. Qué León de la moral. Qué Titán de la decencia. (Y si condones no, como para venir a buscar pastillicas del dia después, anoté mentalmente).

De manera que, decepcionado por mi fracaso en la tarea de aprovisionamiento, pero admirado por la existencia de un farmacéutico dispuesto a perder dinero por mantener bien firmes sus -justo es reconocerlo, un tanto anticuados- principios, salí de dicha farmacia, recorrí los ochenta antedichos metros, compré los condones en la farmacia de al lado («B»), a la que me he dirigido cada vez que he tenido la necesidad, y jamás en mi vida volví a poner los pies en la farmacia designada como «A».

Porque principios tenemos todos, señora.

(Y por cierto, sí, hubo gran refocile).

Os preguntareis por qué os cuento esto.

Bueno. Pues os lo cuento porque sin duda, vosostros como yo os habreis preguntado qué sería de aquel Guardián de la Moral. Aquel respetable hombre de negocios dispuesto a afrontar un grado marginalmente inferior de  rentabilidad en su inversión, a cambio de salvarnos a todos un poquito del fuego infernal que sin duda merecemos cuando evadimos la sagrada función del refocile, esto es, la reproducción de la especie.

Bueno, pues que sé que estais intranquilos, pero no lo estéis.

Nuestro Fénix de las Buenas Costumbres ha encontrado una fuente alternativa de ingresos que no entra en conflicto con absolutamente ningún precepto moral y/o ético. Porque, a ver…


Digestiones pesadas, síntomas de resfriado, ojos rojos, ansiedad y nerviosismo, piel irritada y picaduras, dolores musculares, mala circulación, higiene bucal… qué util és el agua con (poca) azúcar, ¿eh?

¿…qué daño va a hacerte un poco de azúcar…?

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