Me da igual que, durante los últimos dos meses, mi Whatsapp se haya inundado de memes relacionados con la injuria vertida con diabólico ingenio y un simple gesto por Juan Carlos Monedero contra Albert Rivera. No me importa que mi consumo de estupefacientes haya sido testimonial y casi beato. Me arriesgaré a que mis hijos me pierdan el respeto y me vean como un heroinómano de chándal de táctel, jeringa en astillero y motocicleta de 50cc. Porque quiero probar, aunque sea sólo una vez, lo que se estén metiendo en el PP .
De existir dicho estupefaciente, sin duda produce un colocón que genera una visión de la realidad distorsionada. Rafael Hernando, por ejemplo, lamentaba que Patxi López haya dado a Pedro Sánchez un mes de plazo cuando a Rajoy se le exigió someterse a un debate de investidura de forma inmediata.
Aquí hay también una pizca de paranoia. Hernando, quien acusó nada veladamente a Pablo Iglesias de haberse empollado el ‘manual del golpista’, parece olvidar un hecho difícilmente contestable: Rajoy declinó la oferta del Rey Felipe VI más de un mes después del 20-D. Lo que implica que tuvo exactamente el mismo tiempo que Sánchez para negociar, especialmente si tenemos en cuenta que representa a la fuerza más votada por los españoles y que, desde todo punto de vista, era la opción obvia para el monarca.
Esta droga también induciría una notable relajación, una pereza monumental. Desde el 20-D, el PP se ha mostrado notablemente reacio a presentar siquiera la imagen de que trabaja por el futuro del país. No me cuesta imaginar a sus miembros pasándose la pipa y diciendo, con laxitud, cosas como: «Rajoy, tronco, nosotros contigo pase lo que pase». «Sois mis hermanos, coño, os quiero«. «Paz, Mariano». A tenor de lo visto (y publicado), podría parecer que el único contacto político realizado por la gente de Rajoy en este periodo haya sido la entrevista-broma con el falso Puigdemont.
No podía faltarle a nuestro psicotrópico imaginario la exaltación de la amistad, tan habitual en fases avanzadas de las mejores borracheras. La lealtad que manifiestan en el PP a Rajoy es al menos tan sólida como la entrañable solidaridad expresada por el propio Rajoy a Luis Bárcenas. Pero la unión no siempre hace la fuerza. El mismo PSOE que se desangra a golpe de filtraciones interesadas y que se ha convertido en blanco de bromas y comparaciones de Corcuera con personajes de Star Wars, es no obstante el encargado de formar gobierno. Esto se debe, principalmente, a la incapacidad del PP de dialogar y de presentar un candidato alternativo presentable, valga la redundancia.
La mierda que imaginamos se meten también genera problemas para elaborar cálculos sencillos. Los compañeros de Eldiario.es –que tampoco es que sean los mejores amigos de los hombres de Génova, todo sea dicho– publican una información según la cual el PP consideraría ya que la celebración de elecciones es la mejor alternativa. Eso, cuando todos los medios llevan semanas exhibiendo un PP más turbio que el agua potable de Flint.
Los trackings internos que circulan ya por los despachos dejan claro que los escándalos en Valencia y la caída de la cúpula del PP valenciano van a tener un coste electoral que se traducirá en que Ciudadanos, que hace nada parecía un perdedor claro en caso de convocarse nuevos comicios, suba en las encuestas hasta el punto de ganarle incluso algunos escaños más al PP. Ha ayudado que Rivera haya sido, hasta ahora, el partido más generoso a la hora de plantear consensos con todas las fuerzas implicadas, aunque respetando siempre sus líneas rojas (que tampoco son tantas).
Por último, aunque no menos psicodélico, la sustancia de marras te deja lengua de trapo y te dota de una sinceridad inédita. Ana Pastor, en recientes declaraciones, lamentaba que «es incompatible estar en política y ser honrado». Un lapsus que las masas internautas han jaleado y que Sigmund Freud catalogaría de acto fallido sin titubear.
En suma: Esta merca, como todas, te convierte en un irresponsable. De tanto que procrastinas, al final un día vuelves del descampado para descubrir que te han desahuciado y has vuelto a convertirte en el líder de la oposición. Por un lado mal, porque le tenías cierto cariño a La Moncloa. Por otro lado, te esperan cuatro años echando siestas, jugando a Candy Crush y metiéndote como si no hubiese mañana en los lavabos de la Carrera de San Jerónimo el psicoactivo de la indiferencia. Que, además, es legal y gratuito.