«Un príncipe para tres princesas» llega a su fin. Un título que descubre la devaluación del término princesa en las últimos tiempos. Marta, Yiya y Rym no son personas ni muy cultivadas ni instruidas en protocolo, solo hace falta ver los esfuerzos que realizan para aguantarse sobre los tacones y la pretendida elegancia con la que beben champán, displicentes, mientras sus «príncipes» idean como conquistarlas.
La inteligencia emocional de ellos produce escalofríos. Son torpes hasta decir basta. En ocasiones, pasar a la siguiente ronda y no ser eliminados es un asunto de orgullo. Pero en otras, se desesperan como niños por el «qué le verá a ese otro». Es delicioso cuando se divierten más entre ellos que con las chicas (mal comienzo para cualquier relación, creo que eso equivale a los 12-13 años de edad).
El cásting es un acierto. Es de todos conocido, que la selección de concursantes para estos dating-shows se elabora con los seres que se quiebran más fácilmente o que ofrecen espectáculo. Pero si nos los tomamos como una radiografía de la juventud actual, propongo varias reformas (ahora que parece ser el término de moda) y que creo, deberían debatirse en el Congreso ante cualquier hipotética investidura.
En primer lugar, deberíamos cuestionarnos la mayoría de edad y sus consecuencias. Es decir, propongo que no puedan votar hasta los 25. Aunque algunos de los participantes del concurso los han superado y la reflexión no ha hecho mella en sus cerebros.
Conducir es un acto que requiere una coordinación y elección de variables que creo podrían asumir a los 30.
Respecto a emanciparse, una encuesta del Consejo de la Juventud desvelaba esta semana que 8 de cada 10 españolitos de 30 viven aún con sus padres. En lugar de rasgarme las vestiduras como la mayoría de sociólogos patrios, invoco a la reflexión conjunta. Agradezco que estén bajo tutela paterna ya que están aún en una fase «embrionaria» y que se emancipen sería una crueldad, amén de un peligro.
Y en el colmo de la reflexión viejuna, aporto una vivencia en primera persona. He tenido que guiar a becarios en medios de comunicación que no tenían paciencia para buscar información en una página web. Abrir cada pestaña o deducir el tipo de contenido por su enunciado les costaba más que desentrañar un códice. Tampoco investigan, las apps se han encargado de matar la deducción y el razonamiento.
Y es que las fantasías de príncipes y princesas, a día de hoy, se reducen al cultivo de las abdominales, los vestidos fashion y los entornos de ensueño que proporciona el programa. Cuando se vean cara a cara, en un apartamento de 40 metros y con la escasa imaginación que tienen, van a llevarse una decepción. En chandal y en una ciudad dormitorio no veo un cuento con final feliz. Aquí los únicos que nos reímos somos los espectadores de un formato brillante.