«En España, ni inventamos ni adoptamos nueva tecnología»

Diego Comín, economista participante en la elaboración del programa de Ciudadanos.

Diego Comín, uno de los economistas que han colaborado en la elaboración del programa de Ciudadanos, se muestra sorprendido con el nivel de debate que ve en la formación de Albert Rivera, aunque no le gusta la idea de no dar tarjeta sanitaria a inmigrantes sin regularizar.

Lleva 20 años en EEUU, solo uno menos de los que pasó en España. Se confiesa apolítico e insiste en que no tiene que ver nada con ellos, con los políticos, ni los entiende, porque no lleva “nada bien eso de las promesas que tantas veces acaban en humo”. Le descoloca hasta que esta sea la primera vez que no va a cobrar por algo que hace, porque no cuadra con el mundo de actividad profesional al que está acostumbrado, pero aceptó la propuesta que le hizo el economista Luis Garicano de participar en la elaboración del programa de Ciudadanos porque le dejaron sin el argumento que utilizó tantas veces cuando le preguntaban por qué iba a ayudar a otros países y no al suyo. En España no se escucha, decía. Y de repente alguien quería hacerlo. Alguien en este país donde cree que todo se hace con demasiado lío.

Le preguntamos por su afinidad con alguna de las ideas más polémicas de Ciudadanos: ¿El IVA o los impuestos indirectos, que también pagan los inmigrantes que no están en situación regular, no sirven para pagar la sanidad pública? Y él reconoce que no le gusta que el programa de Ciudadanos contemple no dar tarjeta sanitaria a quien no tenga papeles de residencia en el país. Es el único punto, aclara. Si hay algo que le ha convencido de la formación que lidera Albert Rivera es el nivel de debate que ha encontrado, “el nivel de las ideas, la calidad desde un punto de vista del análisis que hay detrás de los asuntos que tratan, el nivel de detalle con el que se analizan las propuestas” que, comenta, no había visto en otros políticos españoles.

Diego Comín, profesor de Economía en Dartmouth, doctorado en Economía por la Universidad de Harvard, asesor del primer ministro de Malasia entre otros gobiernos e instituciones, tiene una idea, una fórmula para intentar solucionar la baja productividad endémica que sufre España, que no se arregla ni cuando la economía va bien ni cuando va mal. “Llevamos 15 años con una productividad paupérrima. Cuando la economía crece, la productividad cae. Es el único país de la OCDE donde pasa. El único donde la productividad no es procíclica”.

La propuesta que Comín ha aportado al programa de Ciudadanos se basa en lograr que las empresas adopten nuevas tecnologías que ayuden a sus negocios y para ello quiere conectar a esas empresas, que dirán lo que necesitan, con los investigadores. Estos, si quieren fondos para investigar, tendrán que dedicar buena parte de sus esfuerzos a solucionar los problemas concretos que las empresas les han planteado. Por probar una vez, que no quede, ha decidido. Y ha contado aquí lo que sabe, lo que ya se está aplicando en Malasia, un país de 30 millones de personas cuyo primer ministro está implantando desde hace dos meses el proyecto diseñado por él. Un primer ministro que se preocupa por lo que va a ocurrir en 2020, a pesar de que la economía crece hoy al 5%. En España la visión es muchísimo más cortoplacista. “Las políticas tratan de resolver síntomas pero no problemas fundamentales. Cuando la inversión es baja, se subsidia en lugar de intentar primero entender por qué solo se invierte en ladrillo. Si el capital es barato y aún así se invierte solo en ladrillo es que el problema está en algún otro sitio, no en el precio del dinero. Hay que ver dónde y solucionarlo”.

«Si el capital es barato y aún así se invierte solo en ladrillo es que el problema está en algún otro sitio, no en el precio del dinero. Hay que ver dónde y solucionarlo”.

¿Qué aporta él?  “He mirado a los ojos a la tecnología, me he dedicado a medirla, a entenderla para que nos ayude a encontrar las pautas generales de la economía”, comenta Comín, que ha dado con un patrón capaz de responder, por ejemplo, a por qué la economía de Japón ha permanecido estancada durante dos décadas. “Tecnológicamente, el Japón de los años noventa era la bomba, y entonces vino la recesión y cayó la demanda. Desarrollar una nueva tecnología o implementar una innovación cuando no hay demanda es gastar dinero para nada. Y cuando vuelve la demanda se encuentra una productividad hundida. Las empresas se han quedado atrás. Es como si viniera un segundo shock. Ocurrió en Japón y ha ocurrido en EEUU con esta crisis”.

En España  “somos muy malos adoptando tecnologías” en vacas gordas y flacas. No se trata de si hay más móviles que habitantes, ni de lo rápido que se adopta Whatsapp o Facebook, ni del número de tablets en manos de los consumidores. Lo que analiza Comín es “lo que nos hace más productivos como país” y, en España, “ni inventamos ni adoptamos” nuevas tecnologías.

Cuando esto ocurre, aquí y en EEUU, la respuesta que suele dar la política es monetaria: dinero, subsidios. Esto es un error, en opinión de Comín, porque “el problema no es una cuestión de precio. No puedes ir al mercado a comprar la tecnología que necesitas porque lo que hay en el mercado es muy genérico y las necesidades de las empresas son específicas. Tienes que saber cómo implantarlas y quién te lo puede hacer. La mayor parte de las empresas no sabe. Hay un problema de conexión y un problema contractual para poner de acuerdo ambas partes”.

Diego Comín quiere trasladar a España lo que ha hecho en Malasia, un programa que fue lanzado por el primer ministro del país hace dos meses. Lo que propone es que los “centros de investigación públicos se encarguen de unir las necesidades de las empresas con los investigadores capaces de desarrollar las innovaciones que necesitan”. Propone crear la Red Cervera de Transferencia Tecnológica, a imagen y semejanza de la red Fraunhofer creada en Alemania en 1949 y en la que 67 institutos de investigación ligados a las universidades están pendientes de lo que las empresas les pidan.

La versión española de esa red se ha encontrado con dificultades ya en la búsqueda del nombre. Los alemanes llamaron a su red de institutos de investigación como al astrónomo, óptico, ingeniero y emprendedor Joseph von Fraunhofer que inventó una nueva fórmula de fabricación de lentes y le dio utilidad fundando, entre otros, un negocio de lentes para microscopios y telescopios. Aquí, tras mucho buscar, se dio con la historia de Julio Cervera, un ingeniero que al parecer desarrolló la radio once años antes que Marconi, lo que en cualquier caso da igual porque Nikola Tesla le ganó a Marconi el litigio ante el Tribunal Supremo de EEUU por ser el padre del invento 15 años antes que él, es decir, cuatro antes que Cervera.

En cualquier caso, habemus nombre, y de lo que se trata es de promover la investigación aplicada.

Romanticismo, en Comín, poco. “No vamos a tener un investigador que haga lo que le dé la gana, sino que dedique su conocimiento a resolver el problema que le plantea una empresa. Y si no lo hace, no tendrá fondos de esta red, que no se va a dedicar a mirar las estrellas ni los océanos. Vamos a hacer investigación aplicada, cosas que mejoren la productividad de las empresas. Con que la gente sepa que aquí resolvemos problemas de forma rápida, eficiente y barata vendrá. Potenciaremos los centros que se amolden porque son los que serán útiles para la sociedad. Los que se dediquen a astrofísica tendrán que conseguir fondos de otro presupuesto, no de éste”.

Y ese presupuesto del que habla serán unos 1.000 millones anuales de los que quieren que las empresas aporten en torno al 35% y que un 5% llegue por becas internacionales. Todo centralizado.

Para incentivar a los centros a que viren hacia la investigación aplicada, se pagarán los costes mínimos de todos pero se pondrán objetivos no lineales. Si los ingresos del centro proceden hasta en un 20% de los contratos con empresas, se les dará un 10% adicional sobre las ventas logradas. Si se consigue entre el 20% y el 60% de los ingresos totales, se les dará un 40% más. A partir del 70% se volverá a un porcentaje del 10%, con la intención de que todo el mundo quiera que sus ingresos procedentes de contratos se sitúen entre el 30% y el 70% del total. Estos incentivos, prevé Comín, harán que los centros compitan entre sí y se dediquen prioritariamente a solucionar problemas de las empresas.

«Estamos dispuestos a que el Gobierno pierda dinero con algunas start-ups. Lo ganará con otras. Así es el capital riesgo».

En cuanto a las start-ups, además de la posibilidad de que se beneficien igualmente de la Red Cervera, se buscará solucionar sus dos principales problemas: la burocracia administrativa y la financiación. “Se creará un fondo mitad público y mitad privado que se utilice como capital semilla, para invertir en empresas que estén realmente empezando, no que ya estén vendiendo. Estamos dispuestos a que el Gobierno pierda dinero con algunas, lo ganará con otras. Así es el capital riesgo”.

Comín parece verlo todo en una ecuación matemática en la que la mano humana no tiene nada que hacer para distorsionar el resultado. Si se le pregunta cómo se evita un caso como el de los ERE en Andalucía o el desvío de fondos para la formación, cuál es la fórmula para que el dinero público no acabe en cualquier bolsillo menos en el que debía, lo tiene claro. “Contratas inspectores y que se les caiga el pelo. Inspectores fiscales, inspectores de trabajo… Yo puedo responder de lo que sé, de la tecnología y su transferencia pero luego hay que pensar hasta en el más mínimo detalle. En la Harvard Business School enseñan a plantear todas las posibles ramificaciones de una discusión y aquí hay que hacer lo mismo. Pensar en todas las posibilidades, en la picaresca y ver cómo se hace para que los incentivos sean tales que merezca la pena hacerlo bien”.

Si se le comenta que igual no ve las dificultades que presenta la realidad española, no está de acuerdo. “En una escuela de negocios como la HBS (Harvard Business School) necesitan tu mejor respuesta, la que les ayude, y eso te obliga a acercarte al mundo real. Te obliga a esforzarte en acercarte al mundo real. Yo estoy ayudando a gestionar un país de 30 millones de personas, con un presupuesto de muchos millones. No me digas que no estoy en el mundo real porque más real que el mundo no hay nada”.

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