‘Penny Dreadful’: Coctelería fina

Conceptualmente, Penny Dreadful se ha convertido en una serie indispensable para aquellos amantes del fantástico especialmente interesados en las mutaciones, naturales o premeditadas, por las que ha ido ondulando el género a lo largo de su extensa historia.

A partir de una idea no especialmente original (el referente inmediato es La liga de los caballeros extraordinarios, el sensacional comic de Alan Moore y Kevin O’Neil; el no tan inmediato, una serie de mutaciones del fantastique de baja estofa y alto impacto), Penny Dreadful ha ido encontrando una personalidad propia retorciendo su identidad a lo largo de sus dos primeras temporadas. En este tercer año que ahora comienza todo apunta a que seguirá indagando ese camino que, de refrito con sustancia ha pasado a ser un sello de identidad definida.

El secreto de esa identidad posiblemente es el equilibrio alquímico entre la producción de época de altos vuelos (actores de primera categoría, guiones exquisitamente bien escritos y construidos, ambientación extraordinaria) y el chapoteo sin prejuicios en los abismos de las mutaciones más baratas de la cultura popular. Penny Dreadful arrancó haciendo referencia, precisamente, a las noveluchas que le dan nombre: la literatura de baja estofa victoriana que antecedió al nacimiento en el siglo XX de la mítica prensa pulp. Más adelante hizo una reverencia a una de las tradiciones más veneradas de la literatura y el cine fantástico: los choques de monstruos, de Frankenstein contra el Hombre Lobo a Godzilla vs. Mothra; la tradición de dos fenómenos de la naturaleza curtiéndose el lomo y enseñándose los colmillos mientras que los débiles humanos solo pueden echarse las manos a la cabeza y huir despavoridos se personó en Penny Dreadful gracias a su espléndido catálogo de monstruos que ha incluido, por ejemplo y sin orden aparente, un hombre-lobo, brujas, el doctor Frankenstein, un par de sus creaciones y… ehm… Dorian Gray.

Pero Penny Dreadful parece tener muy asimilada esa naturaleza mutante y que no teme manosear las convenciones más demenciales de la cultura del terror, y da un paso más allá con la tercera temporada, ya metiéndose de cabeza en los cócteles de monstruos, es decir, la expresión más decadente y chiflada de la cultura gótica, la de películas como La zíngara y los monstruos, Abbot y Costello contra los fantasmas o, qué demonios, Buenas noches señor monstruo. Las monstruos anteriores permanecen y a ellos se suman otros tantos (no los vamos a desvelar, pero vamos: el supervillano ya fue anunciado en anteriores temporadas, y el resto no serán extraños a los lectores de la mencionada La liga de los caballeros extraordinarios, a la que Penny Dreadful cada vez se acerca con más descaro). El resultado solo puede ser una monumental Royal Rumble de engendros.

Lo curioso del asunto: la serie no pierde su clase, toque de distinción ni peculiar solemnidad. Nos está contando poco menos que Frankenstein y la bruja van al oeste vs. el hombre lobo y Drácula meets Oscar Wilde, pero citando a Shelley y a Tennison. Y sin despeinarse. Los que estéis buscando la tan cacareada Edad de Oro de la televisión en otro sitio que no sea Penny Dreadful más os vale solucionar el despiste antes de que (también) nos cierren este kiosco de prensa barata.

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