“Somosierra me guarda del Norte
y Guadarrama con Gredos;
Jarama y Henares al Tajo
se llevan el resto”
Agustín García Calvo (Himno de Madrid)
De Madrid se ha dicho “casi” todo. Ya en 1896 un francés llamado Foulché Delsbosc había catalogado 858 títulos de libros en los cuales los viajeros hablaban de Madrid. ¿Y qué decía de Madrid tanta y tan buena gente?
Entre otras cosas, se extrañaban de la actitud de los nativos. Escuchemos, por ejemplo, a Richard Ford, un viajero inglés que pasó por aquí en 1845: “Los habitantes de la ciudad piensan que Madrid es la envidia y la admiración de la humanidad. Donde quiera que se oiga su nombre, el mundo enmudece de espanto: donde está Madrid, calla el mundo. No hay más que un paso de Madrid a la gloria: de Madrid al cielo”.
“Creen que Madrid es el centro de la gloria, de las ciencias y de los placeres; al morir desean a sus hijos el paraíso y luego Madrid”, escribió Madame D’Aulnoy, una espía y viajera que visitó Madrid trabajando a favor de los Borbones en tiempos de Carlos II, el último rey Habsburgo, a quien el pueblo puso el nombre de “El Hechizado” y que murió sin hijos.
Pero de aquel Madrid ya poco queda, aunque sus habitantes –sobre todo los llegados de fuera- sigan pensando que es buena idea esa de ir “De Madrid al cielo y allí un agujerito para verlo”. ¿Por qué?
A mi juicio, quien más cabalmente contestó a esta pregunta fue George Borrow, el escritor británico y propagandista protestante que visitó Madrid en el siglo XIX y es autor de un libro espléndido: “La Biblia en España”. Allí puede leerse lo siguiente:
«He visitado gran número de las principales capitales del mundo; pero, en conjunto, ninguna me interesó tanto como esta ciudad de Madrid. No haré hincapié en hablar de sus calles, sus edificios, sus plazas públicas y sus fuentes, a pesar de que estas últimas son bien notables. Pero Petersburgo tiene calles más hermosas, París y Edimburgo edificios más sólidos y Londres plazas mucho mejores. Pero aquí, en Madrid, encerrado en un muro de apenas una legua, hay doscientos mil seres humanos que verdaderamente forman la más extraordinaria masa viviente que pueda hallarse en todo el mundo.»
¿Seguirá siendo cierta esa impresión siglo y medio después? No soy quien para afirmarlo, pero –sin ser los madrileños tan diferentes del resto de la Humanidad- sigue siendo un placer sentarse en un lugar céntrico y detenerse a contemplar al prójimo cuando éste pasea cerca de nuestro velador, o pararse a la salida del Metro de Sol para ver pasar a la gente -esa abigarrada turbamulta de la que hablaba Borrow, que es cada vez más colorista, en caras y en vestidos- y ello no debe interpretarse como una rareza. Éste es el Madrid que más me gusta, el que se identifica en su variedad, la de sus gentes, las de añosa residencia y las recién llegadas. Contemplarlo es un placer para la vista que ni siquiera las prisas, tan modernas, nos hurtarán. El movimiento inmóvil del contemplador sigue representado en el Madrid de hoy la mirada del espectador en uno de sus mejores espectáculos.
Claro que este Madrid de hoy, el del siglo XXI, tiene otros atractivos: Por ejemplo, el Arte en la avenida de los museos, que va desde Delicias (Museo del Ferrocarril), la Plaza de Carlos V y aledaños (Museo Reina Sofía y el nuevo edificio de La Caixa) para llegar al Paseo del Prado, con el Museo de ese nombre y su complemento fronterizo (Museo Thyssen-Bornemisza)… al viajero de hoy, al turista, yo le aconsejo siempre que dosifique la ingesta de arte, porque no conviene empacharse: “Déjese usted algo para la próxima visita”. Porque en Madrid –y esta afirmación la hago con todas las consecuencias- nadie es extranjero.
Además –pero no sólo además- aquí hay una magnífica y creciente oferta hotelera y la solvencia gastronómica es la norma en sus restaurantes y tabernas. Se está a un paso de Segovia, Ávila o Toledo y si se ha de viajar desde este nuevo Madrid –que es el mayor y mejor motor económico y financiero de España- la red radial de autovías y de ferrocarril y el mayor aeropuerto de España se lo harán bien fácil.
Un Madrid para ver y para disfrutar, pero también para trabajar o hacer negocios.
Les esperamos.