Cuando a finales de 2013 concluía la redacción de ¿Hacienda somos todos? me planteaba, como muchos otros, si había luz al final del túnel, es decir, si la crisis económica estaba tocando a su fin. Entonces creía, o quizás quería creer, y de hecho lo escribí, que sí, que el dolorosísimo ajuste económico estaba concluyendo. Realmente, no era una cuestión de que se hubiese seguido una política económica adecuada, más bien todo lo contrario, sino que llega un momento en que la economía se ajusta. En España, el ajuste se realizó casi de la peor forma posible: despidiendo empleados temporales a mansalva y disparando la desigualdad.
Todo esto no es una opinión. En el periodo 2008-2012 España fue el segundo país europeo en donde más se incrementó la desigualdad, medida por el índice de Gini. El primero, por cierto, fue Dinamarca, pero partía de más abajo. En 2012 fuimos el segundo país más desigual, sólo superados por Letonia. En 2013, nuestra desigualdad se redujo ligerísimamente, y nos superaron en este triste escalafón Grecia y Portugal. Como explican en su estupendo libro La economía a la intemperie Rocío Orsi y Andrés González, el reparto de los efectos de la crisis fue más desigual en España que incluso en Grecia. Además, los efectos de la crisis se han concentrado en la juventud y los mayores los han sufrido en mucha menor medida.
Esta dimensión social y generacional de la crisis es lo que explica que los efectos de la incipiente recuperación no se perciban por grandes capas de la población. Además, por esta razón, el Gobierno del PP no parece estar recibiendo ningún rédito político derivado de los buenos datos económicos. De hecho, el estado de shock en el partido del gobierno es tal, que hasta se olvidan de publicitar buenos datos económicos: la semana pasada se hicieron públicos los mejores datos de recaudación de la Agencia Tributaria desde 2007… y prácticamente nadie los comentó.
Cuando las estadísticas de crecimiento se traducen en el crecimiento de los ingresos, es que por fin, lo peor de la crisis ha quedado atrás. Veamos, en los cuatro primeros meses de 2015, los ingresos crecieron al 4%, pese a la rebaja del IRPF. Lo más relevante es que el impuesto de sociedades vuelve a crecer y lo hace en un 26%. De hecho, las muy grandes empresas, los grupos consolidados incrementaron sus beneficios en el primer trimestre de 2015 un 24,1%. Incluso, la renta bruta de los hogares creció a un ritmo del 3,1%. En la medida en que casi todos los ingresos proceden de salarios, se empieza a percibir no sólo reducción del desempleo, sino también un ligerísimo incremento de los salarios. Esta diferencia de tasas entre el impuesto de sociedades y el IRPF seguramente anticipa muchas cosas: algunas positivas como el saneamiento financiero de las empresas, y otras no tanto como el crecimiento de la desigualdad en los ingresos.
La recaudación por IVA sigue creciendo, aunque a un ritmo más moderado del 9,3%. Donde sigue habiendo un problema es en los impuestos especiales que sólo crecen un 1,3%. En general, las bases de los impuestos están creciendo ligeramente por encima del crecimiento del PIB y de la demanda interna. Esto significa que se está declarando más, y que ese crecimiento de lo declarado es superior al crecimiento de la economía. La traducción es que el fraude fiscal, por fin, está disminuyendo, o por lo menos ya no crece. En términos generales, para tener unos datos mejores hay que remontarse, como mínimo, a 2007.
Lo peor de la crisis ha quedado atrás, pero la crisis fiscal no ha terminado
Por supuesto, tres o cuatro meses de crecimiento no compensan ocho años de caídas. Aquí convendría rescatar la valoración de la batalla de El Alamein de Winston Churchill: “This is not the end, not even the beginning of the end, but may be, it’s the end of the beginning”. «Esto no es el final, ni siquiera el principio del fin, pero quizás es el final del principio». La valoración de Churchill resultó correcta, la victoria del El Alamein echó al Afrika Korps de Egipto, pero los aliados tardarían casi tres años en ganar la guerra a Alemania. Unos meses después, Churchill perdería las elecciones y dejaría de ser Primer Ministro.
Estamos bastante peor que en 2006 o 2007, pero da la sensación de que lo peor ha quedado atrás. Además de graves problemas sociales, la gestión de la crisis nos deja un Estado mucho más endeudado, con una deuda pública del 100% del PIB. Lo peor es que seguimos teniendo un déficit fuera de control, pese a que la recaudación ha mejorado: en el primer trimestre de 2015 el déficit de las Administraciones Públicas, sin ayuntamientos, subió del 0,69% al 0,78%. Esto resulta preocupante porque con gran probabilidad los ayuntamientos tendrán menor superávit en 2015; y porque, según los datos las CCAA han estado gastando menos en el primer trimestre. Como eso no es creíble, a finales de año los datos serán peores.
Un déficit del 5,7% del PIB, como tuvimos el año pasado, es insostenible. Esto significa que, o reformamos en profundidad nuestro sistema fiscal, y reducimos sustancialmente el despilfarro y la corrupción, o tendremos nuevos y duros ajustes en 2016. La crisis fiscal no ha terminado, ni siquiera estamos en el principio del fin, pero con un poco de suerte, estamos al final del principio.
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