El Califato del fin del mundo

Desfile militar del Estado Islámico

Además de grupo yijadista, ejército irregular de insurrectos religiosos o nuevo país todavía no reconocido oficial ni extraoficialmente por nadie, Estado Islámico (EI) es ante todo y primero que nada una secta apocalíptica, la más letal y poderosa que vieron los siglos, y como tal se desenvuelve en el difuso y fluctuante territorio siroiraquí que controla. «Viven en un mundo imaginario en el que héroes yijadistas se preparan para el apocalipsis». Pero no se trata de un apocalipticismo pasivo, del típico iluminado que se refugia a esperar el fin del mundo. No, el apocalipticismo de EI es activo; es decir, que según su creencia es gracias a ellos que el fin del mundo se halla más próximo cada día. Y amenazan directamente a España.

Por Manel Gozalbo | (@manel_gozalbo)

El grupo terrorista Estado Islámico (EI; del árabe) —antes llamado Estado Islámico de Irak y Levante (más conocido por siglas en inglés: ISIS, ISIL; o en árabe, de donde procede el acróstico DA’ISH), y antes llamado Estado Islámico de Irak (siglas en inglés ISI), y antes llamado Consejo Consultivo de los Muyaidines de Irak, y antes llamado Al Qa’ida en Irak (a partir de ahora Al Qaeda o AQ; en árabe, Organización de la Base de la Yijad en la Tierra de los Dos Ríos), y en un principio llamado Monoteísmo y Yijad— se ha consagrado a una misión divina, además de la búsqueda del nombre perfecto. En 2005, el Consejo Consultivo de Al Qaeda en Irak publicó en foros yijadistas un comunicado donde expresaban su credo y su metodología, uno de cuyos puntos, traducido al vuelo, afirmaba: «Creemos en el destino, bueno y malo. Todo es voluntad de Alá. La autoridad del Todopoderoso es absoluta. Ocurre lo que Alá quiere, y no ocurre lo que Él no quiere» (Nuestro credo y nuestra metodología, 24 de marzo de 2005).

Y ahí andan, trabajando para que se cumpla la voluntad de Alá. «Creemos en las señales portentosas del Día del Juicio —aseguraba el mismo comunicado—. Desde que Alá creó a Adán y hasta el Día del Juicio, la cuestión del Mesías impostor [el Anticristo de los musulmanes] constituye la más grave sedición. Creemos en el advenimiento de Isa [Jesús] … Creemos en el restablecimiento de un sabio califato en armonía con las palabras del Profeta [EI dijo en 2014 haber restaurado el califato según el método profético]. Creemos que Alá sacará del fuego [del infierno] a un grupo de monoteístas atendiendo a las súplicas de los fieles, que interceden en favor de los monoteístas [al-muwaḥḥidīn: así se llaman en EI a sí mismos aludiendo al primer nombre del grupo, por ejemplo en el discurso La cosecha de los años para el Estado de los Monoteístas (abril de 2007) de al-Baghdadi]».

Anuncian que tomarán Constantinopla —hoy, por desgracia, Estambul—, después Roma, España, Londres, Nueva York, Jerusalén y el mundo entero, derrotarán a los cristianos, a los judíos, a los infieles todos, y en el ínterin irán apareciendo sobre la faz de la Tierra figuras escatológicas musulmanas ortodoxas y heterodoxas —El Mesías impostor, Isa, el Mahdi, Gog y Magog—, y se verán y oirán prodigios como nunca los ha habido (llamados en su conjunto los signos de la Hora [del Día de la Resurrección], y la Humanidad conocerá tantas tribulaciones que envidiaremos a los muertos, y el sol saldrá por el oeste y ya será demasiado tarde para convertirse a la fe de Mahoma, o saldrá por el este hasta el mediodía y volverá a ponerse por el este, por el lugar por donde salió, y caerán las estrellas y se moverán las montañas y subirán los mares, y sonará un gran trompetazo y querrá decir que Alá va a pasarnos cuentas: bienvenidos al juicio final, del que informaremos puntualmente en esta casa. Más o menos hacia 2020, por si alguien tiene que reorganizar su agenda.

Iniciamos aquí una larga exploración en tres capítulos para comprender la naturaleza íntima de Estado Islámico (EI). En esta primera entrega se expone su carácter apocalíptico. La segunda parte se centrará en lo que sabíamos desde hace años pero nunca quisimos creer. Y la tercera girará en torno a las principales profecías que Estado Islámico espera estar cumpliendo.

Una secta apocalíptica contra el mundo

El grupo fundado por el jordano al-Zarqawi (‘Abñ Muî’ab az-Zarqāwī), el degollador de Nicholas Berg ante las cámaras, viene siendo protagonista en los últimos dos años de un creciente caudal de noticias: fricciones y duelo al sol con Al Qaeda (AQ) hasta su escisión/expulsión de la red terrorista dirigida por al-Zawahiri (Ayman Aẓ-Ẓawāhirī); atentados aquí y allá; instauración de un (ellos dicen del) califato; secuestros y asesinatos de periodistas; operaciones bélicas y conquistas de ciudades en Siria e Irak (más los bombardeos e incursiones de que son objeto ellos mismos); matanzas y persecuciones de cristianos, yazidíes, chiítas, kurdos o simples desafectos —sin olvidar cientos de ejecutados individualmente por causas a elegir—; alianzas con tribus armadas y presencia en sus filas de conspicuas figuras del partido socialista panárabe iraquí Baaz; su multitudinaria presencia en Twitter (provocando llanto y crujir de dientes); expansión a otras provincias del orbe musulmán —con los correspondientes juramentos  de lealtad y obediencia de yijadistas locales en Sinaí, Yemen, Nigeria, Pakistán, Afganistán, Libia, etc.—; finanzas boyantes gracias al contrabando de petróleo y saqueo de bancos y haciendas; destrucción de panteones, bibliotecas, antigüedades y monumentos arqueológicos; desarticulación de células en el exterior (España, Francia o Marruecos); detención de aspirantes a unirse a ellos (con o sin intención de volver a sus países de origen para cometer atentados), no todos perfectamente informados sobre su propia fe; publicación de los sucesivos números de su revista electrónica o de panfletos proselitistas; su defensa y práctica de la esclavitud (tradicional y sexual); y, last but not least, por los vídeos de propaganda en los que se degüella a diez o quince prisioneros enfundados en monos naranja como los de Guantánamo, se lanza a un hombre desde la azotea de un edificio, se lapida a una adolescente, se quema vivo a un aviador, se crucifica a un espía o un niño dispara a la cabeza de un rehén inerme como rito de paso.

En paralelo, en idéntico período se han publicado alrededor de 630 estudios y papeles académicos —monografías, tesis, borradores, inteligencia, papers, reports, backgrounders, assessments, profiles, etc.—, varias decenas de análisis y trabajos eruditos en las llamadas revistas de calidad y un número suficiente (si bien de consistencia desigual) de libros de actualidad. Para encontrar un precedente equiparable a semejante explosión académico-informativa habría que remontarse a la que propiciara AQ tras el 11-S. Ahora bien, tampoco nos ensordezca la profusión de ruido ni nos cieguen las lucecitas parpadeantes del en vivo y en directo. Aunque las crónicas traigan adjetivos de incredulidad y horror no tan diferentes a los proferidos por el puritano decimonónico que se asomaba en The Colonial Monthly a las supuestas costumbres de la última tribu de salvajes descubierta en el África misteriosa, lo cierto es que, salvando adelantos tecnológicos y poco más, estas atrocidades en nombre de Alá y parecidos cismas en nombre de uno mismo ya se vivieron en Argelia en los años 90 del pasado siglo —incluida la ficción del califato, declarado en agosto de 1994— y con cifras mortales ante las que (de momento) las atribuibles a Estado Islámico se muerden las uñas de envidia. Aún circulan detalles monstruosos referidos a un dependiente de carnicería llamado Momo (hipocorístico de Mohamed) que en una sola noche llegó a degollar a 70 personas. No se grababa en vídeo ni se chafardeaba después en Twitter, pero ocurría. En el otro lado de la trinchera, si en la actualidad contra EI hay drones y asesinatos selectivos, el régimen militar de Argel despachó en su día (escua)drones (de la muerte) que perpetraron asesinatos (nada) selectivos en una escala que (de momento) también provoca la envidia de los enemigos de EI. Tampoco se televisaba, y ocurría.

No es una comparación en absoluto descabellada, y se formuló hace unos años en el seno de la propia AQ cuando Estado Islámico, entonces Al Qaeda en Irak, ya apuntaba maneras tiránicas y exterminadoras. En una carta recuperada en 2006 de las ruinas del piso franco donde encontró la muerte al-Zarqawi, un emisario llamado ‘Atiya le advertía del paralelismo: «Pregúntame lo que quieras sobre la Argelia de 1994 y 1995, cuando [los yijadistas] estaban en la cúspide de su poder y capacidad, y a punto de hacerse con el gobierno. El gobierno iba a caer de un momento a otro. Yo lo viví y lo vi de primera mano, nadie me lo ha contado. [Pero] se destruyeron a sí mismos con sus propias manos, por su carencia de razón, delirios, ignorancia del pueblo, su alienación del pueblo mediante la opresión, las desviaciones [doctrinales] y la severidad, unido a su falta de amabilidad, simpatía y cordialidad. [Argel] no les derrotó, sino que más bien se derrotaron a sí mismos, se consumieron y cayeron». Recién desclasificados más documentos incautados en la biblioteca de Osama bin Laden en Abbottabad, entre ellos aparecen dos misivas del difunto líder de AQ dirigidas al tal ‘Atiya, al que encomienda una serie de recados e instrucciones del tipo de los contenidos en aquella carta de 2005-2006 para al-Zarqawi.

La moraleja de la comparación estriba en una gran diferencia entre lo sucedido en aquella Argelia bañada en sangre por el GIA, los militares y los paramilitares y lo que está sucediendo en el califato siroiraquí por obra y gracia de Estado Islámico: el apocalipticismo, es decir, la creencia de que el fin del mundo está próximo, que no concurría en el escenario argelino. No se trata de una superstición extraña a AQ, ni mucho menos, donde también aparece muy extendida, aunque en EI presente caracteres más y mejor definidos. Además de grupo yijadista, ejército irregular de insurrectos religiosos o nuevo país todavía no reconocido oficial ni extraoficialmente por nadie —o un pseudopaís dirigido por un ejército convencional, en palabras de A. K. Cronin—, Estado Islámico es ante todo y primero que nada una secta apocalíptica, la más letal y poderosa que vieron los siglos, y como tal se desenvuelve en el difuso y fluctuante territorio siroiraquí que controla. De su condición de secta (en el peor sentido del término), dio elegante cuenta Marita LaPalm en el Foreign Policy Journal de octubre de 2014 basándose en los criterios establecidos por el psicólogo estadounidense Robert Jay Lifton en 1961, y a la vista de las evidencias el tema no presta ni para medio minuto de debate: «Mientras muchas organizaciones extremistas islámicas presentan rasgos sectarios, ISIL es quizá la más sectaria de la Historia. El lenguaje cargado, la creación de mitos y su estricta ideología hacen que sus miembros no estén participando en lo que llamaríamos el mundo real. Viven en un mundo imaginario en el que héroes yijadistas se preparan para el apocalipsis». No queda otra que compartir plenamente la conclusión de LaPalm. Tanto en símbolos, comunicaciones, comportamiento en el frente de batalla —donde a menudo descuidan por completo la defensa, sin que les importe morir— cuanto en su revista electrónica Dābiq, cabecera que para más inri remite a la interpretación que al-Zarqawi hizo de una tradición supuestamente profética, el personal de Estado Islámico no hace sino blasonar de su carácter apocalíptico.

No se piense, sin embargo, que se trata de apocalipticismo pasivo, el típico del iluminado que anda obsesionado con que el fin del mundo será tal día del año cual y se refugia a verlas venir en un sótano atiborrado de provisiones mientras grita ‘¡os lo dije!’ hasta quedarse afónico o ser devorado por los zombis. No, no. El apocalipticismo de Estado Islámico es activo, significando que es gracias a ellos que el fin del mundo se halla más próximo cada día. Su misión en esta vida, su última razón de ser, es dar cumplimiento a las profecías. Se sienten actores principales en el desencadenamiento del fin del mundo. Literal, sin poesía ni metalenguajes. De la guerra final del islam contra los infieles. Del armagedón. Del apocalipsis. Del trastazo universal. Del ¡vamos a morir todos! Y lo llevan pregonando desde al menos 2005, aunque parezca que algunos se enteran ahora.

Y es que dicen en EI que el futuro está escrito. Aunque raras veces se repare en ello, seguro que por el trajín de la vida moderna, que nos lleva por donde no nos place, creer en el destino es condición sine qua non para el profetismo: no se puede profetizar algo que no ha sido prefijado. Este fatalismo, tan característico del islam, donde nuestro concepto de libertad no ha llegado a ser siquiera un animal en extinción —simplemente porque resulta inconcebible, además de indeseable—, no presenta especial interés hasta que no alcanza las cotas psicopatológicas del caso que nos ocupa. ¿La restauración del califato en el mes de ramadán? Una muestra de que la profecía se ha cumplido. ¿Esos desfiles —a pie o en sus TTFs (Toyota’s Task Force)— de yijadistas con intimidatorios ropajes negros y estandartes negros con la confesión de fe en caracteres blancos? Muestra de que otra centenaria profecía se ha cumplido. ¿Y la conquista por las armas de un pueblecito de 3.000 habitantes en la frontera siroturca, cerca de Alepo, carente de cualquier valor estratégico? Una muestra de que una tercera profecía se ha cumplido. ¿Que su revista electrónica se llame Dābiq, que es el nombre del dicho pueblecito (también conocido en español como Dabaq)? Ídem. ¿Fanfarronear de que allí esperan a las fuerzas enemigas de Estados Unidos y sus aliados para dilucidar allí el destino del mundo? Una muestra de que la profecía se cumplirá: «[Si Obama] entra en una guerra terrestre con Estado Islámico (…) esta guerra no será como las anteriores, y cien o doscientos mil soldados no serán suficientes para tal guerra, necesitará una alianza mundial de todos los no creyentes. Necesitará reunir un millón de soldados como mínimo para tener una oportunidad de victoria y éxito, y no tendrá éxito. Si escoge [el camino de la guerra], será Armagedón y una batalla épica, y la batalla de Dabbiq y al-A’amaaq. Nuestro Profeta, el abuelo de nuestro imam [el califa Ibrahim de Estado Islámico], nos ha prometido la victoria en esta batalla». Imitando la certera sentencia con que Louis Pauwels definió el nazismo (‘guenonismo más panzers’), cabría decir que Estado Islámico es Cuarto Milenio con un cinturón de explosivos.

Las señales que creen ver los ‘mediomilenaristas’

En principio, que en EI y AQ pequen de apocalipticismo no ha de sorprender a nadie, pues la violencia, en este caso terrorista, no es sino una de las formas —la más extrema— en que una cultura expresa su ansiedad existencial. Ejemplos hay de ello en la Edad Media europea, sin tener que ir a ninguna otra parte. La cultura sunita —y no digamos la chiíta, que no es objeto de esta exposición, pero donde el fenómeno aparece harto más desmedido— lleva décadas viviendo en un estado de alarma preapocalíptico. Tres factores resultan determinantes: primero, que el islam ya trae abonado el terreno con la vena escatológica presente en el Corán, donde menudean las referencias a la Hora (al-sā’a), lo que ha propiciado con el correr de los siglos el desarrollo de una vasta literatura centrada en los signos mayores y menores que permiten deducir la proximidad del fin del mundo, corpus que en definitiva se reduce a que cualquiera con un poquito de imaginación —no mucha— sea capaz de encontrar varios de esos signos a su alrededor en cualquier momento de la Historia que elija: guerras entre naciones y discordias familiares, catástrofes naturales, depravación y vicio, decadencia del verdadero islam…

El segundo factor es la cercanía del año 1500 en el calendario de la Hégira, que se corresponde con 2076 en nuestro calendario gregoriano, y que da ocasión, si se permite la chanza, al mediomilenarismo (curioso notar, en este sentido, que el año 2000 de nuestro calendario [en el suyo 1420, fecha sin connotaciones especiales] propició en la cultura musulmana la aparición de las típicas supersticiones apocalípticas, un fenómeno análogo a las tonterías que proliferaron por doquier con los cálculos de la fecha del fin del mundo tirando de calendario maya, el famoso pero olvidado 2012). Este latente mediomilenarismo se fortalece gracias a acontecimientos históricos que cabe interpretar como signos apocalípticos, por ejemplo la revolución iraní de 1979, la alarma mundial por el sida de los años 80, la primera guerra del Golfo, el 11-S o las guerras derivadas de dicho atentado (Afganistán, Irak, guerra contra el terrorismo a nivel global).

Y el tercer factor es el primero claramente político o, para entendernos, del mundo de aquí abajo: la victoria militar de Israel en la guerra de 1967 sobre los ejércitos concertados de Egipto, Jordania, Irak y Siria (más espontáneos de la Liga Árabe), la cual causó una conmoción y una herida irreparables entre los musulmanes y que para muchos de ellos sirve de epítome de los siglos de declive del islam. Al margen de las graves repercusiones de la derrota en el orden político-intelectual, el comparativamente minúsculo Estado judío desmintió profecías atribuidas al mensajero de Alá según las cuales los musulmanes aplastarían con las armas al judío. Por tanto, constatándose que no sucedió así ni en 1948, ni en 1967, ni en 1973 ni en sucesivos enfrentamientos parciales, se produjo una cierta ‘crisis de fe’ en las capas populares del sunismo que no tardó en hallar una vía de escape —o mejor dicho, una satisfacción— en el apocalipticismo. Típica reacción de quien piensa que marcha todo tan mal que solo puede significar que pronto va a mejorar. Así, por ejemplo, desde los años 80 del siglo XX el discurso apocalíptico imperante ha establecido como innegociable la novedad teológica de que el Anticristo de los musulmanes es judío. Se trata del Mesías cuya venida aguardan los judíos, no otro que el mítico rey de los judíos. Y comieron perdices.

La feliz idea comenzó a circular tímidamente a finales de los años 70 pero se atribuye formalmente a Sa’id Ayyub, un rafapal egipcio, en un libro aparecido en 1987 en el que el Anticristo se nos aparece armado con misiles y adornado con símbolos que remiten a los tres grandes enemigos del islamismo: la bandera de barras y estrellas (Estados Unidos y el capitalismo), la hoz y el martillo (URSS y el comunismo) y la estrella de David (Israel y el judaísmo). La visión de Ayyub se extendió cual mancha de aceite por todo el mundo islámico, pese a que se levantaba sobre interpretaciones de libros no islámicos (fundamentalmente bíblicos, lo que horrorizaba a los biempensantes musulmanes, que no podían tolerar que Verdad Tan Trascendental se dedujera de libros superados por el Corán), pese a que se establecía recurriendo a exégesis descaradamente irregulares (fundamentalmente el clásico pintar como querer del ocultismo) y pese a que, como es habitual en el género, el autor no acertara ni la más pequeña de sus predicciones (por ejemplo que Israel destruiría en el año 2000 la mezquita de Al Aqsa en Jerusalén, la cúpula de la Roca, para construir sobre ella el Tercer Templo, el Templo del Mesías, el Templo del Anticristo). No es que Ayyub batiera ningún récord de audacia con esta predicción; antes al contrario, sirvió de base para especulaciones todavía más idiotas, como la de un histórico yijadista: «Creo que los judíos planean que las armas nucleares se conviertan en armas del pueblo, igualito que los cócteles molotov, por ello pasan de contrabando componentes de bombas nucleares a todas partes del mundo a los precios más baratos. Así que no descarto la posibilidad de que si mantenemos nuestra posición los próximos diez años, en ese tiempo introduzcamos cursos para la fabricación y uso táctico de bombas nucleares en nuestros programas de entrenamiento en los campos. Tenemos que darnos cuenta de que la necesidad que los judíos tenían de Occidente para implementar su histórico programa terminó una vez ellos controlaron lo que necesitaban para su plan respecto del Gran Israel [del Nilo al Éufrates]. En esta nueva fase a punto de comenzar, o que realmente ya ha comenzado, Israel necesita el Armagedón, ese holocausto nuclear que aniquile completamente la civilización occidental y prepare el camino para que descienda el Anticristo a gobernar el mundo desde Jerusalén».

Ciertas tradiciones orales referidas a Mahoma (hadices) recopiladas en Ṣaḥīḥ Muslim (vol. 7, p. 354) profetizan que el Anticristo musulmán será seguido por 70.000 judíos de la ciudad o provincia iraní de Isfahán, lo que, bien mirado, resulta toda una garantía de que la cosa esta suya va para largo, en plan aplazamiento sine die, tanto si se toma la cifra simbólicamente (es decir, una cantidad ingente pero indeterminada) como si se toma literalmente (que es lo que hacen los descifradores de apocalipsis), pues según el censo de 2012 solo suman 8.756 judíos en todo Irán y bajando. Desde esta perspectiva tradicional, y esto es lo que interesa señalar, el paso dado por los modernos apocalípticos de quiosco parece poquita cosa, pero en verdad constituyó la solución perfecta para los dilemas planteados tras 1967-73 y se impuso sin mucha discusión en las propagandas islamista y yijadista. Por un lado daba sentido trascendental al resto del paquete histórico de la judeofobia —conspiración judía mundial, conspiracioncitas múltiples a fin de justificar cualquier contratiempo, protocolos de los sabios de Sión, etc.—, por el otro explicaba metafísicamente las pasadas derrotas militares ante Israel —siendo el Anticristo ya podría, ya—, y por último proponía que la verdadera guerra, la buena de verdad, la gorda, la que cuenta, aquella en la que se derrotará finalmente al judío como supuestamente predijo Mahoma, está por venir. Justamente eso es lo que creen nuestros protagonistas de Estado Islámico (no menos que algunos de AQ). «Vuestros hermanos [de AQ en Irak] están preparando a los musulmanes para no rendirse, con la ayuda del todopoderoso Alá. Tomaron la responsabilidad de defender a los musulmanes en Levante, no tienen que preocuparse por quienes les ridiculizan o postergan. ¡¡Están prometiendo a los judíos una guerra que les hará olvidar todas las guerras que han librado y olvidar la catástrofe del nazismo y las guerras con los países árabes!!», escribió en 2009 un vociferante yijadista apodado León de la Yijad. A al-Zarqawi, que alguna vez manifestó que su clan familiar tenía ascendencia jerosolimitana, le gustaba repetir que batallaban en Irak pero que sus ojos estaban fijos en Jerusalén (así precisamente tituló un vídeo subido a los foros en abril de 2006).

 

 

(Arriba, izquierda, portada del libro Cuidado con el Anticristo que viene del Triángulo de las Bermudas [1992], cuyo cetro le identifica como judío. El título ilustra perfectamente el tipo de literatura de que se trata: esa clase de libros donde se mezclan ovnis, diablos, iluminatis, salvadores de la raza humana, anunakis, triángulos de las Bermudas, templarios, fines del mundo, conspiraciones planetarias, secretos milenarios desvelados, judíos, más conspiraciones, controles mentales, chemtrails, dioses con escafandra de extraterrestres, lamas tibetanos, maestros masones, algunas conspiraciones más por si acaso, nuevos órdenes mundiales, nuevas conspiraciones, bilderbergers y reptiles disfrazados de reyes, jefes de Estado o CEOs de multinacionales, todo aliñado con las peculiaridades y elementos propios de la cultura islámica, y cuya producción anual en árabe no ha disminuido desde los años 80, como tampoco, por desgracia, en español, inglés o francés.

Arriba, derecha, captura de la página 32 del número 5 de la revista Azan [2014], editada por afines a los talibanes y a AQ, donde puede leerse en inglés: «¡El Mesías que esperan los judíos no es otro que el Anticristo en persona!». El ojo alude a que el Anticristo es o será tuerto; a partir de este dato, que en el simbolismo de todas las culturas solo significa que no distingue el bien del mal [‘…y Alá no es tuerto’, continúa la profecía], se ha generado una completa y terrorífica imaginería ocular en la que ni siquiera falta el ojo de Sauron [ver imagen adjunta, abajo], que en realidad no queda tan excéntrico ni fuera de lugar, pues los anticristos judíos de las portadas e ilustraciones interiores suelen ser el vivo retrato de criaturas deformes empadronadas en el casco antiguo de Mordor.

Otras portadas reproducidas muestran ese ojo único del Anticristo, así como la fijación de que su actual morada se encuentra en el Triángulo de las Bermudas. Según la tradición, el Anticristo musulmán reina por encima del mar, es decir, en una isla. El resto se deduce solo, si uno está dispuesto a creer en la existencia corriente y moliente del Anticristo. Resulta que los aviones y barcos que desaparecen en ese mítico triángulo han sufrido la ira de los rayos cósmicos de los seres angélicos que protegen el reino. La última portada de este grupo responde al título de El judío errante y el Triángulo de las Bermudas. En definitiva, nos las vemos con el fenómeno conocido como fascismo cultural, cuya huella en el yijadismo contemporáneo resulta insoslayable, por más que, como se indicará a continuación, hasta la fecha no haya sido estudiada a fondo.

 

 

 

 

Integrados contra apocalípticos

Conviene subrayar, no obstante, que estas heterodoxas escatologías se circunscriben a la religiosidad popular y en absoluto son condonadas o sancionadas por el clero tradicional, generalmente conservador y por tanto poco amigo de fantasías que lindan con el pecado de novedad. Al principio de esta oleada apocalíptica reaccionaria —años 80 y 90—, eminencias de Al-Azhar y de otras universidades se entretuvieron publicando panfletos que desmentían y refutaban las originalidades de ocultistas y esoteristas, pero pronto se hartaron y rindieron la plaza, no solo porque parecía el trabajo de Sísifo sino porque a los gobiernos de los que más o menos directamente dependen no les venía nada mal esta enésima —y literal— demonización de Israel y del judío (sin olvidar, como advierte con agudeza Jonathan A. C. Brown, que la corriente dominante en la hermenéutica de los hadices es partidaria del principio de que es verdad aunque no sea verdad, esto es, que en términos de veracidad la pomposamente llamada ciencia de los hadices funciona como un colador del 15, harto más si la comparamos con lo que en la tradición europea ha sido y representado la alta crítica). Aún en nuestros días, por cada página o documento en la internet —se entiende que escritos por musulmanes— que recuerda lo fraudulento de estas supersticiones apocalipticas, existen más de 3.000 que las difunden, actualizan y reinterpretan. Y no digamos vídeos. Recuérdese la página en YouTube de Tamerlan Tsarnaev, uno de los dos terroristas responsables de la masacre de la maratón de Bostón (2013), que incluía un enlace a un vídeo apocalíptico —The Emergence of Prophecy: The Black Flags from Khorasan— que tiene bastante relación —toda la del mundo— con el simbolismo cercano a AQ y a Estado Islámico.

Refutar estas supersticiones es fácil. Por empezar por algo, la figura del Anticristo ni siquiera aparece en el Corán. Tampoco la del Mahdi, omnipresente en las conjeturas apocalípticas. A mayor abundamiento, el tecnicismo con que sabios y juristas se refieren a este género de invenciones es… israelidades, aplicado a los préstamos —no necesariamente religiosos— que se incorporan a la cultura islámica procedentes de culturas extranjeras, sea la judía o la persa, la cristiana o la afgana, la india o la china. Comoquiera que la mayoría de tales préstamos llegaron a través de judíos, que era con quienes los árabes tenían contacto más estrecho in illo tempore, la generalización hizo fortuna y sigue en uso. Y aún más, dicen los ulemas: anticristos y mahdis representan ideas religiosas ajenas al islam, donde no se requiere la presencia ni de unos ni de otros y donde de facto son contradictorios con el mensaje coránico. Una idéntica argumentación —o sea, franco desacuerdo con el Corán, por decirlo suavemente— se predica para los cientos de hadices atribuidos a Mahoma que aclaran pistas y signos mediante los que identificar la proximidad de la Hora, que los doctores más reputados juzgan débiles, significando poco fiables, o fabricados, es decir falsos de toda falsedad, entre otras consideraciones porque su contenido choca frontalmente con lo revelado en Corán 7:187 o 31:14 en el sentido de que nadie salvo Alá, por tanto tampoco Mahoma, conoce cuándo llegará la Hora (véase el precedente en Mateo 24:36: «Mas de aquel día y hora nadie sabe nada, ni los ángeles de los cielos ni el Hijo, sino solo el Padre»).

En resumidas, y en innúmeras variaciones de orden de sucesión, plazos, duraciones y peripecias, el sunismo apocalíptico espera la visita de varias figuras sobrehumanas: el Mahdi, Jesús [Isa], el Anticristo, la Bestia y Gog y Magog. Solo Jesús, la Bestia y Gog y Magog aparecen en el Corán, pero el libro sagrado de los musulmanes tampoco anticipa ninguna segunda venida gloriosa de Jesús, o parusía, como se dice en la jerga cristiana. Al parecer lo único que se sabe a profecía cierta es que el islam ganará y conquistará el mundo. ¿Lo demás? Una enorme confusión. La discusión principal, por llamarla de algún modo, se centra en saber si el Anticristo y el Mahdi se encuentran ya entre nosotros. Éste demostrará poderes cuasi divinos e intentará que los musulmanes abjuren de su fe islámica, engañará a muchos y les convencerá para que le adoren a él diciéndoles que él era el esperado, no Jesús. Es un tuerto embaucador con, a la manera de Caín (Gen 4:15), la palabra infiel escrita en la frente, que solo será visible para los verdaderos musulmanes.  En algún momento del reinado del Anticristo descenderá el Mahdi, puede que en Damasco, puede que en La Meca, y traerá el verdadero Corán, y reinará un tiempo de 7 años (otras versiones dicen 8, otras máximo 9), y entablará batalla con el Mesías Impostor, rey de los judíos. Pero el Mahdi no podrá con él, y ello obligará a la aparición de Isa, ante cuya presencia el Anticristo —su Antiyó— se deshará como sal en el agua. Ello ocurrirá en Lod (Israel), al sureste de Tel Aviv, y con él morirán los famosos 70.000 judíos de Isfahán que constituyen su ejército; en ese momento, las rocas y los árboles gritarán que tras ellos se esconde un judío (famoso hadiz aludido en la carta fundacional de Hamas, por otra parte). Comoquiera que en Lod está el principal aeropuerto internacional israelí (el Ben Gurion), las interpretaciones apocalípticas ganan muchos enteros. Otras tradiciones, no obstante, aseguran que será el mismísimo Alá el que termine con el Anticristo, aunque sirviéndose de Jesús, que no será sino un subalterno del Mahdi. Seguirá un período de paz, justicia y abundancia caracterizado por el imperio mundial de la sharī‘a, los cristianos se convertirán en masa al mahometanismo y mil cosas más, rara vez coherentes entre sí. Pero todo volverá a las andadas con la aparición de Gog y Magog, pueblos poderosísimos aunque tontilocos que llevan milenios contenidos tras una gran muralla bicorne en algún lugar ignoto; la romperán por fin y sembrarán la muerte y el caos, volverá a haber corrupción, hambre, enfermedad. En ese momento aparecerá la Bestia, que nadie sabe qué es o a qué se parece, pero que es la última señal antes del Juicio. La Tierra se llenará de humo, el sol saldrá por el oeste, trompetazo y hasta aquí hemos llegado todos.

Como cualquier judeocristiano bien educado percibe a la primera, apocalíptica y escatología islámicas se han construido sobre préstamos tomados de la literatura apocalíptica inter y neotestamentaria y ciertas posteriores adiciones helenísticas o de procedencia bizantina, en sí mismas herederas también de apócrifos intertestamentarios y escritos del Nuevo Testamento, pero dejemos que sean los propios miembros de Estado Islámico quienes reparen en la intolerable paradoja de presumir de monoteístas puros, así como de ser los únicos representantes de la verdadera religión, mientras matan y mueren creyendo en israelidades y en falsedades objetivamente demostrables. No extrañe, mientras, que la lista de condenas, denuncias y refutaciones de EI por parte del estamento clerical sunita sea interminable y crezca a diario —aunque si ocurre algún sonado atentado nunca falten voces histéricas que echan de menos precisamente unas condenas que ya existen—, y dígase lo propio referido concretamente a su instauración del califato, que tampoco supera el examen de los sabios. Nadie espera, por mencionar algún clásico de las ciencias políticas islámicas, que en Estado Islámico vayan a ceñirse a las reglas del buen gobierno de Māwardi (s. XI). Para la mayoría, Estado Islámico, dado su frágil entendimiento del islam y su criminal práctica del mismo, representa la enésima reaparición de los odiosos jariyitas (surgidos originalmente, por cierto, en aquella —a lo mejor no tan— idílica Edad de Oro de la verdadera fe a que aspiran a volver los de Estado Islámico y en general todos los yijadistas).

El apocalipsis de la adolescencia

Retomando el apocalipticismo desde otro ángulo, es sin duda comprensible que, ante la urgencia de los desafíos que entraña el yijadismo para la seguridad local e internacional, la naturaleza escatológica de EI, igual que la de AQ, todavía no haya sido explorada a fondo. Está apuntada en algunos trabajos introductorios de David Cook, J. P. Filiu o Yvonne Yazbeck Haddad, grandes entendidos modernos en literatura apocalíptica musulmana, y luego existe cierto provisional encogimiento de hombros de otros afamados autores con prometedor libro en ciernes. Ello, sin embargo, en absoluto significa que constituya un aspecto menor o despreciable; significa solo que hasta la eclosión de Estado Islámico no había corrido prisa adentrarse en laberintos. Tras el 11-S, que sorprendió a los servicios de inteligencia occidentales en fuera de juego respecto de la ideología y la imago mundi yijadista —eso que ahora se denomina Yijad Global—, la reacción de los gobiernos, en especial del estadounidense, fue la de reclutar y promocionar a especialistas que resultaran útiles en el campo operativo, no en el de juegos florales, que ayudaran a salvar vidas, no a entender a fanáticos, o que facilitaran la captura de indeseables, no que profundizaran en sus atribuladas almas (ejemplo actual puesto en bandeja por el  por otro lado sagacísimo Clint Watts: compárense los epígrafes 1º [Focus on…] y 9º [Read the novelty…]). Desde aproximadamente el año 2003-2004, que es cuando se incorpora la primera hornada de nuevos expertos, el volumen de la literatura generada en torno al yijadismo resulta pasmoso, verdaderamente inabarcable, cientos de libros y tesis, miles y miles de estudios e informes de toda índole y condición. Pues bien, hasta que Estado Islámico no ha irrumpido en los telediarios apenas llegaban a 60 —porca miseria— los trabajos que se planteaban llanamente la cuestión del apocalipticismo yijadista; de hecho, todo lo que se producía en ese ámbito discurría desde la perspectiva del peligro inherente a que AQ obtuviera armas de destrucción masiva y careciera de freno moral, religioso o ideológico que persuadiera a su cúpula de abstenerse de emplearlas indiscriminadamente; se barajaba justo lo contrario: que sobreabundaran alicientes morales, religiosos, tácticos o ideológicos para utilizarlas, como había ocurrido con la secta japonesa Aum Shinrikyo, famosa por los atentados con gas sarín en el metro de Tokyo en 1995. Mención de honor en este apartado para un capitán de las fuerzas áereas de los Estados Unidos que presentó en agosto de 2000, un año y un mes antes del 11-S, la tesis Usama Bin Laden and Weapons of Mass Destruction: What’s Holding Him Back?

Motivos existen, por supuesto, para preocuparse antes por esa aterradora posibilidad que por el acné mental de los malos. De entre las decenas de ejemplos disponibles en audio, vídeo o papel, recordemos que es fama que al-Zarqawi, para negar la participación de su grupo en un supuesto ataque con armas de destrucción masiva en Jordania, declaró en abril de 2004 que «si tuviéramos una de esas bombas —y ojalá quiera Alá que consigamos una pronto— no dudaríamos un segundo en atacar ciudades israelíes, como Eilat, Tel Aviv y otras». Otro de nuestros protagonistas, ‘Abñ Ḥamzah al-Muhāyir, precisamente sucesor de al-Zarqawi al frente de AQ en Irak, difundió en septiembre de 2006 un audio que concluía amenazador: «La parte final de mi mensaje se dirige a todos los que tengan pericias y cualificaciones especiales en química, física, gestión, comunicaciones, electrónica y otras especialidades avanzadas, particularmente científicos nucleares y expertos en explosivos. A todos les digo: tenemos urgencia de vosotros. El frente de la yijad colmará vuestras aspiraciones. Todas las bases militares estadounidenses, con sus grandes superficies, son el entorno ideal para probar vuestras bombas no convencionales: bombas biológicas y las llamadas bombas ‘sucias’». Queda meridianamente claro que no corría ninguna prisa destripar con erudiciones las chifladuras apocalípticas del que hacía semejante llamada pública; lo que corría prisa era destriparle a él personalmente, objetivo que se logró en 2010.

En carta remitida a la dirección de AQ, a la que al cabo estaba sometido por entonces el grupo del difunto al-Zarqawi, datada en abril de 2007, el cadí de Estado Islámico en Irak, un jovenzuelo llamado ‘Abñ Suleyman al-‘Utaybi —veintitantos, edad extravagante para ser su juez máximo, y más si lo consideramos Estado antes que grupo— alertaba del desbocado apocalipticismo imperante entre sus compinches: «Creían que el Mahdi aparecería antes de un año, en el ramadán de 1427 [esto es, septiembre de 2006], y pensaban que gobernaríamos Irak en un plazo de 3 meses. Así que fue dictada una orden para desplegarse y no retirarse bajo ningún concepto durante una semana (…) Y mientras escribo esta carta, un año después, todavía no tenemos control sobre Irak ni ha aparecido el Mahdi. Un resultado de este erróneo entendimiento es la precipitación en las decisiones, como si la Hora final llegara mañana. Un ejemplo es el anuncio de [la creación de] este Estado [Islámico en Irak] de manera tan rápida y con base tan débil, y con errores que explicaré en su lugar. He discutido muchas veces sobre esto con [‘Abñ Ḥamzah al-Muhāyir], hasta que salía con que «Nada será permanente hasta que aparezca el Mahdi». ¡Incluso ordenó que algunos de los hermanos fabricaran un púlpito para que el Mahdi pudiera dar sus sermones en Jerusalén!».

El juez máximo al-‘Utaybi fue despedido de su cargo en Estado Islámico en Irak a finales de año, marchó a guerrear a Afganistán y allí encontró la muerte en la primavera de 2008, pero la carta había llegado al destinatario y en la respuesta que al-Ẓawahiri dirigió a su sucesor no faltó la exigencia de que el líder de la sucursal iraquí aclarara varios extremos relacionados con el apocalipticismo. El entonces segundo de AQ quería saber cuál era su interpretación de los signos de la Hora y de la venida del Mahdi, pues el juez máximo le acusaba de haber tomado decisiones militares influido por tales creencias: «Si has hecho algo así, explícanoslo con toda claridad y transparencia para que podamos discutirlo y ofrecer consejo». No es que a al-Ẓawahiri le preocuparan creencias tan desaforadas (que, todo sea dicho, no comparte especialmente, como tampoco las compartía bin Laden, que las miraba con descreimiento y distancia por la experiencia de su padre, que estuvo esperando en vano la aparición del Mahdi durante décadas, llegando incluso a reservar para él 12 millones de dólares en una cuenta bancaria); lo que le preocupaban eran las decisiones.

En lo que respecta a creencias desaforadas, al-Ẓawahiri las había tenido mucho más cerca en la figura de nuestro compatriota —por su matrimonio con la española Elena Moreno— Mustafá Setmariam, en paradero desconocido desde octubre de 2005 cuando le capturaron los pakistaníes en la ciudad de Quetta (las noticias que circularon en 2012 sobre su liberación no tienen fundamento alguno, por más que hallaran eco en reconocidos expertos). ¿Qué no se habrá dicho de él?: que si maestro de yijadistas, que si arquitecto de la Yijad Global, que si español en la cima de AQ, que si yijadista de la pluma, que si cerebro de la Yijad, que si sofisticado estratega, que si profesor de los muyaidines (precisamente al-Ẓawahiri dixit), que si Sun Zu de la morería toda, y así hasta dejar seco el manantial de las hipérboles. Pero el caso es que sí que queda algo que no se ha dicho lo suficiente —los especialistas lo saben, el público en general no—, y es que es/era un consumado apocalíptico, penetrado además por la nueva escatología post-Guerra de los 6 Días.

Apenas ha trascendido, por caso, que de las 1604 páginas de su mamotreto Llamada a la resistencia islámica global (2004) dedicara nada menos que 102 a exponer su propio tratado de escatología, sus porque síes y porque noes del Mahdi, la victoria final del islam frente a sus enemigos y los signos que anticipan la proximidad de la Hora. En el penúltimo capítulo presenta la evidencia objetiva del colapso de la civilización occidental, que no es sino chusca colección de anécdotas con las que trata de convencer al yijadista-en-prácticas que se supone le está leyendo. De entre el material probatorio que aduce, esquemático y típico —ateísmo, drogas, desviaciones sexuales (homosexualismo, zoofilia), alienación, enfermedades mentales, alcohol, filosofía literalmente decimonónica, filosofía posterior pero literalmente demodé, estadísticas de crímenes en Estados Unidos, estadísticas de suicidios, aborto, cosas así, en general todo obsoleto—, destaca sobremanera que uno de los elementos que ilustran la decadencia de nuestra civilización sean rebeliones (en el sentido de insurrecciones) como las de «The Beatles y los jipis» (p. 1506). Sin duda, teniendo en cuenta que escribía en 2004, en lo referente a cultura pop se hallaba en la cresta de la ola de la más rabiosa actualidad. Pese a los rendibús de la crítica, no mucho mejores son/eran sus conocimientos de Economía, Política o Historia, que siendo generosos podemos tildar de ingenuos o extremadamente poco realistas.

Pero bien, una vez que el lector ha aprendido que los infieles nos estamos yendo por el desagüe, machacona idea que repiten todos los llamados estrategas de la yijad así como sus portavoces y sus órganos de propaganda, empieza el último capítulo, repleto de hadices, profecías y aleyas coránicas que a su juicio pueden interpretarse en favor de la actual Yijad Global o de las que AQ podría sacar provecho propagandístico. Aunque muestra la cautela de señalar qué hadices son considerados débiles, lo que no significa que los descarte en su análisis ni que él esté de acuerdo con la crítica ni que tenga razón —y es que no hay que olvidar que no es/era teólogo, sino ingeniero, drama este, el de la carencia de estudios religiosos, en que se ven inmersos prácticamente todos los grandes nombres de la Yijad pasados y presentes—, a partir de ahí no hace equilibrios entre, como se diría en exégesis escriturística católica, sentido típico, sentido figurado, sentido pleno, sentido alegórico… No, lo suyo es solo y siempre sentido literal-oportunista, sin espacio para florituras dubitativas, entendiendo por ello su explotación de las profecías en beneficio de la causa, es decir, en beneficio propio. Después de, en las primeras 1500 páginas, haber llevado a cabo la autocrítica de la Yijad y de haber diseñado un modelo operativo de la resistencia islámica global que considera óptimo, en esos dos últimos capítulos recurre al profetismo apocalíptico en parte porque cree en ello y en parte como reclamo propagandístico, sabedor de que pocas cosas excitan más la disposición de ánimo de los aspirantes a sumarse a la Yijad que el saberse protagonistas, o al menos figurantes, de antiquísimas profecías.

No fue esa la única vez que Setmariam pescó en caladeros proféticos, por supuesto. En 1998, por ejemplo, mientras residía en el plácido emirato afgano de los talibanes pre 11-S, publicó el libro Afganistán, los talibanes y la batalla por el islam hoy, que incluía de pasada una mínima referencia a la presencia en Asia Central del Mahdi y su ejército con estandartes negros (alusión a un hadiz), así como a la orden de Alá y su Profeta de acudir allí «aunque tuviéramos que arrastrarnos por la nieve» (alusión al hadiz). No parece posible insinuar mejor el papel mesiánico que AQ —que casualmente había elegido como emblema un estandarte negro y que casualmente estaba residenciada entonces en Asia Central, concretamente en Afganistán— podría representar con la anuencia de los talibanes (menos proclives a imperialismos; de hecho, este fue uno de los motivos de Estado Islámico para romper con AQ en 2013).

Prometía ocuparse de ello en una futura actualización de la obra, que publicó al año siguiente, 1999, con el título Los musulmanes en Asia Central y la venidera batalla del islam. Ahí ya no ató riendas a su apocalipticismo y dio pruebas más que sobradas de que se puede ser un hacha organizando células yijadistas pero a la vez tener la cabeza llena de pajaritos conspirando y una visión del mundo propia de adolescentes conspiradores: «Una de las razones más importantes vinculadas al futuro de los movimientos islámicos son las profecías del fin del mundo (…) La profecía y las promesas [divinas] son consistentes con lo que los pueblos del libro [judíos y cristianos] dicen también.

  1. a) En esta región de Asia Central, de Uzbekistán a Azerbaiyán, partirá el Anticristo [Dajjal], el último rey de los judíos, siendo seguido por 70.000 judíos de Isfahán. En cuanto a la comunidad judía en Irán, todavía vive junto a otras comunidades y han sido privados [de la posibilidad] de emigrar a Israel, dado que todos los judíos del mundo esperan a su rey, al-Masīḥ ad-Dayyāl.
  2. b) De esta región al norte de Afganistán y Transoxiana partirán los estandartes negros, que es cuando se espera que el Mahdi colme la Tierra con equidad y justicia, portando el estandarte de la gente del islam para la consecución de la victoria. Esto continuará hasta el fin de los tiempos en Levante contra los judíos y cristianos».

Si en alguna medida, por decirlo con el palabro de moda, lo de Setmariam pudiera verse como postureo, tal no es el caso de Estado Islámico, donde el inminente fin del mundo se vive como verdad revelada. La diferencia entre ambos enfoques la plasmó el mencionado David Cook en el título de uno de sus trabajos: as-Suri es/fue un teórico del apocalipsis; al-Zarqaqi fue un practicante del apocalipsis, lo mismo que sus sucesores al frente del grupo que fundó.

En pocas palabras, EI no se ha embarcado en una Yijad de tantas; se ha embarcado en la última Yijad. Tal como fue profetizado, «queremos París –con permiso de Alá– antes de Roma y antes de España, después ensombreceremos vuestras vidas y destruiremos la Casa Blanca, el Big Ben, y la Torre Eiffel, con permiso de Alá, como antes destruimos el palacio de Cosroes. Queremos Kabul, Karachi, el Cáucaso, Qom, Riyad y Teherán. Queremos Bagdad, Damasco, Jerusalém, El Cairo, Sanaa, Doha, Abu Dhabi y Ammán. Los musulmanes volveremos al señorío y liderazgo en todas partes. Aquí está Dabiq, Guta y Jerusalém. Ahí está Roma. Entraremos en ella y esto no es mentira. Es la promesa de quien es sincero y digno de confianza (bendiciones y paz sean con él). Aquí estamos y solo los días se interponen entre nosotros. Las más sangrientas batallas antes del Día del Juicio están ante nosotros».

Esta amenaza contra España, por cierto, pasó completamente inadvertida en nuestros medios. No así la formulada contra Roma, ya que figuraba de modo destacado en el número 4 de la revista Dābiq con un fotomontaje en portada donde se ve la bandera negra de los yijadistas ondeando en el obelisco de la plaza de San Pedro en el Vaticano, y un extracto del audio del portavoz en la p. 37 (que omite la mención a España). A la vez, la tropa de EI en Twitter parió un hashtag (#We_Are_Coming_O_Rome) que les salió rana y que motivó el jolgorio de los tuiteros del país transalpino.

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