Detrás de un titular siempre se esconde una buena historia. Y no le cuento lo que puede esconder una fotografía: más información de la que podrían contar mil palabras.
Para la fotógrafa estadounidense Diane Arbus, “una fotografía es un secreto sobre un secreto, cuanto más te cuenta menos sabes”. Ella fotografiaba a los personajes, tanto a Mae West o Jorge Luis Borges como a las personas más marginales de la calle, instándoles a mirar directamente a la cámara, sin poses ni artificio, mostrándose como eran, con sus virtudes y sus defectos quizá porque sabía mejor que nadie que en el fondo de la mirada suele esconderse la verdad. Según ella, esas instantáneas provocaban en quien las contemplaba temor y vergüenza. Con esa técnica conseguía que la gente presuntamente normal apareciera de manera anormal. Quería normalizar lo malo, lo ruin, lo monstruoso y para eso, nada mejor que una imagen.
Una fotografía tiene la capacidad de hacernos reaccionar en un segundo. En 1993, Kevin Carter fotografió a una niña desnutrida en una aldea de Sudán que era observada de cerca por un buitre que esperaba a que la pequeña muriera para apresarla. La fotografía ganó todos los premios del mundo pero su autor se suicidó cuatro meses después, según algunos por el sentimiento de culpa de no haber ayudado a la niña antes que hacer la foto.
Hay fotografías que movilizan pueblos, agitan conciencias y denuncian realidades que de otra manera no hubiéramos conocido. Hasta que no se vio la imagen de los cuerpos destrozados de mujeres y niños en el mercado de frutas y verduras de Sarajevo en 1994, la Comunidad Internacional no reaccionó para acabar con la guerra de Bosnia.
Muchas fotografías han sido el espejo al que nos han obligado mirar para saber lo que realmente pasaba en el mundo: La mirada de la niña afgana Sharbat Gula en el campamento de refugiados de Nasir Bagh, publicada en National Geographic; el joven estudiante enfrentándose a una columna de tanques en la plaza de Tiananmen en Pekín en 1989, durante las protestas contra el gobierno para pedir una reforma democrática; el monje budista Thich Quang Duc se prendió fuego ante la embajada de Camboya en Saigón en protesta por la persecución de los budistas por parte del gobierno de Vietnam del Sur en junio de 1963; El jefe de policía ejecutando a un sospechoso del Viet Cong en Saigón de un disparo en la cabeza ; los arañazos de los prisioneros de los campos de concentración nazis en las paredes de las cámaras de gas; la imagen de los cuerpos famélicos tras las alambradas o de las fosas comunes repletas de cadáveres durante el holocausto. El mundo supo lo que había sucedido en esos campos de concentración nazis gracias a las fotografías y a los vídeos que hizo el Ejército estadounidense cuando entró a liberarles tras la Segunda Guerra Mundial, algo que no sucedió cuando se puso fin al sistema de los gulags rusos , lo que sin duda contribuyó a ignorar la barbarie que allí sucedió hasta décadas después, y tampoco mucho.
El mundo supo lo que había sucedido en esos campos de concentración nazis gracias a las fotografías
Algunas fotografías provocan el miedo y la vergüenza de la que hablaba Diane Arbus. El miedo debe provocarlo lo que se ve en la fotografía, no la fotografía en sí. Lo que les asusta es lo que decía Fred McCullin, “La fotografía no puede cambiar la realidad pero si puede mostrarla”.
Esta semana el gobierno ha aprobado una reforma de la Ley de Enjuiciamiento Criminal para » adoptar las medidas necesarias que aseguren el respeto a sus derechos constitucionales, al honor, intimidad e imagen en el momento de practicarse una detención, así como en traslados ulteriores”. Se podían haber leído la Constitución que ya recoge todo eso. Bastaría con que se cumpliera pero eso sería mucho esfuerzo. No es algo que se le haya ocurrido al actual ministro de Justicia, Rafael Catalá. La idea ya la tuvo otro ministro de un partido político distinto, Francisco Caamaño, a quien tampoco le gustaba mucho según qué fotografías. Casualmente a los políticos les entra la fiebre por la presunción de inocencia, la defensa del honor y el derecho a la intimidad cuando les atañe a ellos. Cuando ese mismo escarnio público les ha tocado a otros no parece afectarles nada. Cuando lo tienen en casa, como sucedió con los escraches políticos, la cosa adquiere dimensiones de ilegalidad y hay que tomar medidas. Recuerdo el cabreo del entonces presidente del gobierno, Rodríguez Zapatero, cuando una revista del corazón sacó a sus hijas en portada mientras estaban en la playa. Lo mismo que han hecho con determinadas personas famosas. Pero cuando en la foto aparece la hija, la mujer, el hermano o él mismo, entonces la imagen es mala, contraproducente y del todo inconstitucional. Hay que tener una geta tan grande que no cogería ni el objetivo de Diane Arbus.
No soy partidaria de la llamada pena del telediario, pero para nadie, ya sean políticos, cantantes, toreros, bailaores, banqueros o empresarios. Me desagrada tanto y me parecen tan absurdas como las personas que se arremolinan a la puerta de los juzgados o de la comisaria para gritar a un detenido y llamarle de hijo de puta para arriba. Sin embargo, puestos a legislar, creo más urgente reformar leyes como la Ley del menor que están pidiendo a gritos casos como el de Sandra Palo o el de Marta de Castillo. Según los políticos no es bueno legislar en caliente porque eso se acercaría más a la venganza que a la justicia. Y lo dicen muy dignos, creyéndoselo. A no ser que el afectado sea un político. En ese caso hasta el palo de un churrero se convierte en un carámbano en mitad de Siberia y no hay calenturas que valgan.
Uno de los grandes que se ganaba la vida con las palabras, Julio Cortázar, no dudó en afirmar que “Entre las muchas formas de combatir la nada, una de las mejores es hacer fotografías.” Aunque no sea con un iPhone 6.