¿Se puede dirigir un partido político con la mano cuartelera de un Fraga de sus buenos tiempos que, cuando alzaba la voz –y aquello era alzar la voz-, provocaba en sus colaboradores el entrechocar de las rodillas por un acceso de pánico?
No es el modelo ideal, pero se puede.
Y, aunque no sea el modelo ideal cuando la normalidad de una institución transcurre por caminos plácidos, ordenados, respetuosos con los reglamentos, sometidos sus miembros a la enésima edición -tan inútil como las anteriores- de un código ético que parece incitarles a tomarlo a cachondeo dado el caso que le hacen, sí puede ser oportuno, y hasta imprescindible, cuando la disciplina se convierte en un relajo de lupanar sin madame, cada uno va a su bola y los esquemas decentes terminan en pelotas arrugadas para jugar al baloncesto en las papeleras.
Mariano Rajoy parece haber entendido una parte del mensaje, pero me da en la nariz que es la menos importante y la más conveniente para esa querencia tan suya de perderse haciendo senderismo por los cerros de Úbeda de la calle Génova y el Complejo de La Moncloa hasta conseguir que el bosque no nos permita ver los árboles. En él, el escapismo y la contradicción son monedas de curso legal.
¿Recuerdan cómo, nada más conocidos los recientes resultados electorales, anunció con todo su aplomo que aquí no había pasado nada y que no pensaba hacer cambios en el Gobierno ni en el partido?
La resolución le duró lo mismo que podrían sobrevivir unas chuches abandonadas a la puerta del parvulario. Dicho sea de paso, la marcha atrás –airosa, jocunda, brillante y ocurrente, como suele ocurrir con este gallego del que he llegado a pensar si en vez de sangre tendrá en las venas chufa exprimida-, llegó por la cascada de dimisiones habida y por los amagos de otras, que anunciaban un hasta aquí hemos llegado, hartos de navegar a bordo de un barco cuyo capitán se esconde en la sentina porque no soporta el mareo en cuanto asoma la marejada.
De nuevo optó por dar una vuelta al calcetín vez de lavarlo: lejos de dar un golpe de autoridad en una organización anárquica, corrompida, maleada hasta extremos inenarrables por caudillejos, jefecillos, jaques de verbena y potenciales asaltantes de gasolineras en sábado noche, il capo Rajoy hubo de envainarse su primera sentencia y anunció que sí, que profundos cambios estaban previstos en el PP y en el Gobierno porque había que mejorar las políticas de comunicación.
¡Las políticas de comunicación, manda huevos, dicho sea pidiendo perdón a todos ustedes…! ¡Quejarse de errores en ese capítulo fundamental de la actividad política alguien que ha administrado con cuentagotas sus comparecencias ante los medios, se ha escondido tras una pantalla de plasma para no dar la cara ante los periodistas, ha fabricado paridas descalificadoras como aquel “Luis, sé fuerte” destinado a Bárcenas el Recaudador; un blandengue, incapaz de comprometer su palabra en algo distinto al mantra de estamos creciendo; que ha omitido dirigirse a una sociedad castigada por la más brutal crisis de su historia contemporánea para explicarle sus desidias en la vigilancia de tanto secuaz cercano dedicado a desvalijarla, pedirle disculpas y comprometerse en firme a cazar a los muchos depredadores todavía emboscados y en activo…! ¡Ese prodigio de ambigüedad fondona, escapista y compuesta por miradas huidizas intenta ahora arrojar sobre terceros algo que resume como nada su personalidad: la absoluta impotencia para comunicar otra cosa que no sean resobados mensajes de exacerbado optimismo económico que ya irritan hasta a los que los comparten!
Es muy fuerte.
Los dardos apuntan ahora a dos de las mujeres más eficaces del entorno de Mariano Rajoy, al menos desde mi siempre cuestionable punto de vista: María Dolores de Cospedal y Soraya Sáenz de Santamaría.
Una, en el Partido, trabajadora nata, inteligente y con carácter, se ha visto obligada a lidiar con algo parecido a un burdel caótico por la ausencia permanente del número uno cuando había que atajar problemas, con los que ella acabó lidiando casi siempre sin un respaldo claro. Con ese sí, pero no, fue debilitándola y poco a poco la empujó a aparecer crispada en sus comparecencias públicas. Todas en solitario, a cuerpo gentil, y soportando zancadillas e interferencias de parásitos de confianza del jefe, tales como Arenas, Trillo, Arriola y un largo etcétera, cuya labor se limita hoy a mantener calientes sus sillones y a joder la marrana a quien se dedique a trabajar en serio. Esa peña es la que se ha preocupado de crear y alimentar la imagen de una Cospedal áspera y poco sociable, cuando su tendencia personal la inclina a mostrarse cercana y relajada.
La otra culpable de la incomunicación, está en el Gobierno. La Vicepresidenta pasó de la más completa inexperiencia en la gestión a verse convertida, creo que a su pesar, en una especie de Coloso de Rodas sobre cuyos hombros el Presidente fue echando los sacos cargados de tierra y pedrisco de la labor diaria, ya de por sí agotadora si el responsable máximo ni está ni se le espera en cualquier apretón que se produzca. Hasta cargó sobre ella la crisis del ébola, desencadenada por la inepcia de su amiga del alma Ana Matos. Él resolvía cualquier problema que le presentaban con aquello de llama a Soraya. Y miraba para otra parte. Por si fuera poco, la nombró asimismo en Portavoz de la Nada, de un eco sin contenidos para dar respuestas a las preguntas de los españoles.
Esas mujeres, que me parecen dos de los mejores activos de que dispone el PP, corren ahora el riesgo de ver su prestigio cuestionado porque Rajoy ha descubierto que sus propios inmensos errores (sobre todo, la tolerancia con la corrupción y el hurtar a la sociedad las preceptivas disculpas y asunción de responsabilidades por la misma) no han sido adecuadamente explicados y defendidos por ellas, en nombre del Gobierno y del Partido. Al parecer, asesorado seguramente por su sanedrín de cobistas, rechaza la pequeña posibilidad de que nadie puede defender los actos indefendibles de un perpetuo fugitivo. Desde luego, con estos mimbres no hay mago que componga un cesto, así que no les arriendo ganancias a quienes las sustituyan.
Y, sin embargo, Rajoy parece mantener intacto el mayor activo histórico de su trayectoria política: una enorme flor en el culo, dispuesta a arrojarle un salvavidas cuando el agua le entra ya a borbotones por las orejas. Los indudables aciertos de la política económica, unidos al creciente temor que causa la aventura marxista-vergonzante de “Podemos”, al creciente papel de picaflor que está adoptando Albert Rivera –decidido, parece, a llevar a “C´s” al mismo sitio que Rosa Díaz condujo a “UPyD”-, y la levedad irresponsable y sin mensaje del PSOE de Pedro Sánchez le están permitiendo remontar en la intención de voto de cara a las generales de noviembre. No porque su permanente tartamudeo político despierte la menor ilusión, sino porque los españoles amagan con despertarse del sueño en que les sumió el espejismo de los partidos emergentes y parecen a punto de recitar de nuevo aquella salmodia tan española: “¡Virgencita, que me quede como estoy!”.