Arde la calle al sol de poniente y el Museo Thyssen-Bornemisza organiza una gran exposición dedicada a Zurbarán , una muestra que puede hacer sudar como el calor de estos días y que se prolongará hasta el 13 de septiembre. Porque uno se sofoca al contemplar esas telas de volúmenes escultóricos que parecen ricos manteles cubriendo mesas con braseros, esos colores ácidos que se pegan al ojo como un manchurrón de helado a la pechera, esos mártires torturados con brasas, esas santas de cálidos pechos… Perdón que esta última imagen no figura en la exposición: quería decir esas santas, a secas.
Pero que nadie se asuste porque el Museo Thyssen-Bornemisza cuenta con una excelente climatización y, a pesar del impacto inicial de ver a figuras tan arropadas cuando uno busca la sombra de un árbol como perro con la vejiga a rebosar, hay pocos planes mejores en Madrid estos días. Quizá uno de ellos sea contar la visita a la exposición, con gesto intelectual, a alguna de esas bellezas que desnudan sus cuerpos al Sol por las calles de la ciudad.
Contemplar, en chancletas, a San Serapio da mucha sed y ganas de sentarse en una terraza para, si eso, fumarse uno de esos pitillos que comercializa Japan Tobacco Internacional, mecenas de la exposición. Y, con una caña en la mano, iniciar una conversación sobre la obra de este maestro del Siglo de Oro español, que fue recuperado por representantes de la vanguardia del siglo XX.
No será la falta de información la que nos impida hablar, pues el Museo organiza variopintas actividades que permiten extraer todo su jugo a la muestra para saciar nuestra sed de cultura. La programación alternativa incluye jornadas con especialistas, un ciclo de cine con películas que se relacionan con el tiempo o la sensibilidad del autor –Alatriste, El perro del Hortelano, El Rey pasmado, Miquel y William y De dioses y hombres-; microteatro, con la representación de El cinturón del rey Gaspar, e iniciativas en redes sociales.
Como ven, múltiples e interesantes propuestas para disfrutar con uno de los grandes pintores españoles y, de paso, aguardar a que caiga la noche con la esperanza de que alguna paloma (o palomo) sobrevuele el peligro y caiga en la red de nuestra conversación, enriquecida gracias a esta soberbia muestra. Porque, más allá de sus beneficiosos efectos sobre el espíritu, la cultura también sirve para propiciar el goce de la carne. Quién le iba a decir a Zurbarán.
Aunque, qué caramba, pintó santos para hacerse rico así que comprenderá esta concupiscencia, tórrida y carnal. Tanto como las imágenes que nos asombran en esos sesenta y tres lienzos que incluye la exposición y que apetece tocar, para sentir el roce de los tejidos o la tibieza de las pieles que surgen de las sombras. Mas cuida esa manos, chico, esto un museo en la escuela de calor.