Estados Unidos ya tiene presidente. Han puesto en el cargo a Donald Trump y no a Hillary Clinton. El motivo es que cada ciudadano, con su voto, ha decidido que prefiere equivocarse con un personaje como el neoyorkino que volver a tropezar en la misma piedra del pasado.
La cadena de insultos hacia Trump tras conocerse los resultados es la misma que lleva un año persiguiendo su rubio tupé. Nadie ha escatimado en contar lo que todos sabemos: que es machista, homófobo, xenófobo, y cualquier palabra acabada en «fobo» que castigue y menosprecie a las minorías. Nada nuevo en el horizonte. Se trata, a todas luces, del gran error americano.
¿Pero cómo no se pudo advertir esto? La clave, parece estar en que nadie se ha atrevido a hablar de verdad de las tendencias sociales que acampan a ambos lados del Atlántico. Los medios de comunicación las retratan de forma mínima. Exponen la realidad con miedo. Pues ese miedo ha terminado: Trump ha ganado.
Muchos especialistas apuntan a que la prensa estadounidense no ha sabido captar la capilaridad del voto a Trump. Se trata de unos medios que no representan al pueblo. No oyen a sus ciudadanos. Solo tuitean columnas de opinión que a cualquier granjero de Kansas le importan nada.
Eso tiene el reflejo en unas encuestas tramposas. Antes eran manipuladoras, buscaban la intención. Ahora son estafas de la propia sociedad. Sin armas para prevenir lo que puede suceder, termina sucediendo lo que la mayoría no quiere que suceda, pero vota por ello en las urnas.
La locura en EEUU ha llegado. La misma que llevó, por ejemplo, a que Pedro Sánchez fuera un apoyo para Hillary Clinton. Pedro Sánchez.
Ahora se abre un tiempo de interrogantes. En los mercados, en la política internacional, el comercio… nadie sabe cómo puede actuar un tipo como Trump. Y lo peor para la sociedad es que no habrá ningún medio de comunicación que sepa explicarlo.