Esta semana una de las librerías más legendarias de París, La Hune, ha echado el cierre porque el negocio no va bien. Lo malo es que con sus puertas se cierran también sus libros y eso es cerrarnos a la vida y privarnos del pasado.
La Hune se inauguró en 1949 y se cierra porque en el barrio Saint-Germain-des-Prés a la gente le apetece más comprar bolsos de lujo que libros. Nada quedaba ya de aquella librería visitada por Picasso, Marguerite Duras y Sartre, en una ciudad como París donde el pasado más esplendoroso de sus años 20 marcó buena parte de la andadura del siglo XX y cambió la historia de la humanidad.
Cicerón dijo que “Un hogar sin libros es como un cuerpo sin alma” y supongo que eso le sirvió al escritor inglés Neil Gaiman en su novela “American Gods” para decir que “una ciudad no es una ciudad sin una librería. Puede llamarse a sí misma ciudad, pero a menos que tenga una librería no engaña a un alma”. Yo me quedo con la reflexión del humorista Jerry Seinfeld: “Una librería es una de las pocas evidencias que tenemos en la actualidad de que la gente sigue pensando”.
En la Guerra de los Balcanes, uno de los primeros edificios que bombardearon las tropas serbias la noche del 25 de agosto de 1992 fue la Biblioteca Nacional de Sarajevo. Destruyeron más de un millón y medio de libros, muchos de ellos incunables. El colmo es que el ataque lo ordenó un profesor universitario de Literatura especializado en Shakespeare, Nikola Koljevic, con el visto bueno de un psiquiatra nacido en Montenegro y que decía amar la poesía, el criminal de guerra Radovan Karadzic. Querían aniquilar esa ciudad y qué mejor manera de hacerlo que atacando su cultura, su historia, eliminando su pasado y lo que sería la base de su futuro. La Biblioteca de Sarajevo era un símbolo de convivencia entre las distintas comunidades de la antigua Yugoslavia. Y eso venía mal a las ínfulas de algunos que querían contar la historia a su manera.
Es curioso que a todos los descerebrados que se autoproclaman salvadores de la patria, les da por lo mismo: destruir la herencia cultural de los pueblos, dinamitar su pasado, incendiar su historia
Es curioso que a todos los descerebrados que se autoproclaman salvadores de la patria, les da por lo mismo: destruir la herencia cultural de los pueblos, dinamitar su pasado, incendiar su historia, supongo que para imponer la suya. Desde la destrucción de la biblioteca de Alejandría hasta los descerebrados del ISIS destruyendo obras de arte en la cuna de la civilización, pasando por la aniquilación de bibliotecas durante las dos grandes guerras mundiales en suelo europeo, donde millones de libros fueron convertidos en cenizas en Rusia o en Polonia a manos del ejército alemán mientras las tropas aliadas hicieron lo propio con las bibliotecas de Baviera o la Staatsbibliothek de Bremen, esto no ha sido un no parar. Va a ser verdad lo que dijo el historiador y poeta Leonardo de Argensola, que los libros han ganado más batallas que las armas.
Los que se empeñan en destruir el pasado saben que somos lo que somos por nuestro pasado, que es nuestra particular fábrica de recuerdos, los andamios sobre los que se construirá el futuro. Pero en el fragor de la batalla olvidan que por mucho que intentemos destruir ese pasado, borrarlo o manipularlo, resulta inútil porque nunca podremos cambiar de dónde venimos. ”El pasado es como el vientre de una madre. Nunca podrás olvidar de dónde has salido, nunca podrás cambiar eso, es tan irrevocable como la muerte”. Me lo dijo un saharaui testigo de cómo en 2004 las tropas marroquíes entraron en la ciudad de Dajla, la antigua ciudad colonial española de Villa Cisneros, y destruyeron el Fuerte español , construido en 1884 bajo las ordenes de Emilio Bonelli, considerado una importante muestra de la arquitectura de las fortificaciones del siglo XIX. Ese patrimonio cultural de 120 años era el símbolo de convivencia pacífica entre el pueblo saharaui y el español. Qué mejor manera de borrar la historia de un pueblo o de una persona que destruyendo su pasado.
De un tiempo a esta parte, al personal le ha dado por querer olvidar el pasado. Desde el derecho al olvido promovido por Google hasta el intento de borrado de los tweets escritos. Olvidan lo que dijo Churchill, “No dejéis el pasado como pasado, porque pondréis en riesgo vuestro futuro” . Estoy convencida de que todo esto sucede por no leer. Al menos, por no leer lo que deberíamos. El premio Nobel de Literatura de 1947, el escritor André Gide, decía que “Ante ciertos libros, uno se pregunta: ¿quién los leerá? Y ante ciertas personas uno se pregunta: ¿qué leerán? «. Y ahí radica el problema. Que nos pasamos el día leyendo tweets en vez de abrir un libro, y así estamos, fibrilando cada vez que abrimos la aplicación del pajarito blanco sobre fondo azul. Mal cambio. Si del negro sobre blanco hemos pasado al blanco sobre azul, hemos perdido mucho incluso antes de tenerlo.
La alcaldesa de Madrid, una mujer que transmite cierta ternura aunque solo sea por la expresión que se le ha quedado esta semana de que si pone un circo le crecen los enanos, comentó refiriéndose a algunos de sus concejales que “quizá tengan un pasado del que quieran pedir perdón”. Quizá no: lo tienen. Como lo tenemos todos aunque no todos estamos en el escaparate de la vida pública y política, no todos representamos a todos, ni todos tomaremos decisiones que afectarán a todos. Motivos para pedir perdón tenemos todos y para aburrir. Insisto, todos. De hecho, supongo que si Hitler no se hubiera suicidado cual nenaza nazi también lo hubiera pedido, o si Stalin hubiera sobrevivido a la noche del 5 de abril de 1953 y, también se hubiera arrepentido por causar la muerte de millones de personas en los gulags siberianos. O quizá no lo hubieran hecho y optaran por defender su sinrazón argumentando que siempre les guió el bien común, que las leyes estaban mal hechas y que por eso decidieron no solo incumplirlas, sino crear unas nuevas más acorde a su pensamiento único. Y cualquiera les explica que de la misma manera que el desconocimiento de una ley no exime de su cumplimiento, el arrepentirse de un delito cometido, tampoco libra de la pena. No cabe en un tweet.
Si Pablo Neruda hubiera tenido twitter posiblemente hubiese escrito: “Cuando crezcas comprenderás que ya defendiste mentiras, te engañaste a ti mismo o sufriste por tonterías. Si eres un buen guerrero no te culparás de ello, pero tampoco dejarás que tus errores se repitan”. Pero por suerte no existía la dichosa aplicación y lo dejó escrito en un libro.
Pues eso, leamos más : viviremos más y mejor. Eso sí, a poder ser leamos más libros y menos tweets. Entremos más en las librerías y menos en twitter. Aunque solo sea para que no nos pase como a Woody Allen: “He hecho un curso de lectura veloz y he leído “Guerra y paz” en veinte minutos. Habla de Rusia”.