¿Cuál fue la última película que se tomó completamente en serio la figura del vampiro sin ánimo deconstructivo o reformulador? Porque el Drácula de Coppola era puro posmodernismo por mucho que jugara la carta de la recuperación del sentimiento romántico, y Crepúsculo usaba los ropajes del vampiro como sencilla metáfora mormonoide.
Otras películas sobre el monstruo en los últimos tiempos, como la imprescindible Vampiros de John Carpenter o la babosilla Drácula. La leyenda jamás contada, cada cual con su estilo, partían del vampiro como un monstruo con características asumidas por todos, sin demasiado espacio para la innovación o el cambio de guardia. Lo explicaba perfectamente David J. Skal en su Hollywood gótico, recién editado en español por Es Pop: Drácula en particular y los vampiros en general son carne de subconsciente colectivo. Es el monstruo más asimilado y apropiado por la cultura pop y la sociedad post-industrial.
Es decir, es pura carne de parodia.
Taika Waititi y Jemaine Clement, parte de los cerebros responsables de la hilarante serie Flight of the Conchords, son perfectamente conscientes de todo ello. Por eso afrontan Lo que hacemos en las sombras, que se estrena este viernes, una parodia de laa mitología vampírica, dando por sentado que Drácula, Vlad, Nosferatu y Edward y demás iconos del colmillismo son sobradamente conocidos por todos, y eso nos evita una buena sartenada de chistes de introducción para entrar en materia.
El resultado es en ocasiones tontorrón, casi siempre desternillante y en momentos muy concretos, reflexivo y pertinente
Lo que hacemos en las sombras arranca con toda la artillería ya en plena potencia, y por eso es tan condenadamente graciosa: plantea a cuatro vampiros, cada uno con sus características, como compañeros de piso. Todas las lamentables situaciones que se dan en un hogar compartido (de las rutinas de limpieza a las visitas a deshoras, desde las salidas a ligar en grupo a los amigos insoportables de alguno de ellos) se pasan por el filtro del agua bendita, el ajo, los espejos, las tumbas, los colmillos y los crucifijos. El resultado es en ocasiones tontorrón, casi siempre desternillante y en momentos muy concretos, reflexivo y pertinente.
Waititi y Clement plantean algo que hasta ahora ninguna película se había atrevido a mostrar, y que desde luego ellos se pueden permitir porque están en un contexto de comedia: las distintas personalidades de los compañeros de piso obedecen a que cada uno es un tipo de vampiro distinto. Uno de ellos es un chupasangres romántico como el de Coppola, otro un monstruoso e inquietante nosferatu con pocas trazas de humanidad. Y todos conviven en un universo común, una especie de suma total de la mitología vampírica que hace chanzas de la conflictiva relación con los hombres lobo, el papel de los sirvientes lobotomizados y las penurias del día a día. A veces algo burda pero siempre graciosísima. Lo que hacemos en las sombras aprovecha que todo el mundo tiene interiorizado su objeto de parodia para potenciar la complicidad y profundidad de sus chistes. Bien jugado.