La matanza de Srebrenica, de la que se cumplen veinte años y que fue la más grave registrada en territorio europeo desde la Segunda Guerra Mundial, reúne en su nombre las tragedias y miserias tanto del siglo que acababa como del que estaba por llegar. Al asesinato de alrededor de 8.000 varones de la comunidad bosniaco musulmana a manos de las fuerzas serbo-bosnias se unieron la eterna incapacidad de la comunidad internacional para evitar lo evitable, el sacrificio de los derechos humanos en favor del cálculo político y, cómo no, el negacionismo habitual en los casos de genocidio.
Srebrenica, la “Ciudad de Plata”, es una pequeña localidad montañosa del este de Bosnia y Herzegovina que en 1992, el año en que el país fue alcanzado por la metástasis de la descomposición bélica de Yugoslavia, tenía un 73 por ciento de bosniacos musulmanes y un 25 por ciento de serbo-bosnios.
Por su composición étnica y por su posición estratégica, la ciudad era un símbolo para todas las partes implicadas en el conflicto.
Para el nacionalismo radical serbo-bosnio, una Srebrenica musulmana suponía un obstáculo físico en su intento por crear un Estado étnicamente puro e interconectado en la República Srpska (RS). Por consiguiente, el control de la ciudad se había convertido en un objetivo esencial para los jefes políticos y militares de la RS, que consideraban fundamental no sólo la captura, sino la purificación étnica de Srebrenica, para debilitar la resistencia militar del balbuceante Estado bosnio-musulmán.
Para la comunidad bosniaco-musulmana, por evidente contraste, la ciudad representaba una esperanza para su supervivencia como pueblo y para la viabilidad de su propio Estado, tanto más cuando, a partir de 1995, empezó a convertirse en lugar de refugio para la gran mayoría de los habitantes musulmanes de la región circundante huidos del conflicto armado.
Asimismo, para la (muy generosamente llamada) comunidad internacional, Srebrenica se había convertido en la más destacada de las seis áreas de seguridad que había establecido el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas en Bosnia y Herzegovina, junto a Sarajevo, Zepa, Gorazde, Tuzla y Bihac, lo que se tradujo en el despliegue de un contingente militar de la Fuerza de Protección en Bosnia de la ONU (UNPROFOR), al principio canadiense y posteriormente holandés.
Conviene aclarar que antes de la desmembración de Yugoslavia, según declaró hace unos años a la agencia Europa Press la presidenta de las Madres de Srebrenica, Munira Subaric, «no había odio» entre las distintas etnias. «De repente, nuestros amigos, nuestros vecinos, nuestros colegas de trabajo se convirtieron en criminales; de repente, el vecino fusiló al vecino, el profesor fusiló a sus alumnos, el trabajador fusiló a su colega de trabajo».
El asedio
Los meses previos a la tragedia, tal como revela un extraordinario informe elaborado tres meses más tarde por la organización Human Rights Watch, ya anunciaban la inminencia de la ofensiva serbia. Entre febrero y marzo de 1995, las fuerzas serbo-bosnias impidieron el acceso de los convoyes de la ONU y en mayo, como consecuencia de ello, la UNPROFOR advirtió de que entre los civiles del enclave ya se advertían problemas graves de malnutrición que habían causado la muerte de al menos siete personas.
A principios de julio, en una evidente maniobra estratégica, las fuerzas serbo-bosnias lograron confiscar componentes vitales de los misiles anticarro TOW de las fuerzas holandesas destinadas en la misión de UNPROFOR en Srebrenica, e incluso lograron impedir la entrada de los nuevos relevos de soldados neerlandeses, cuyo escaso contingente se vio reducido, de esa manera, de 400 a 300 efectivos.
Por esas mismas fechas, el comandante en jefe del Ejército serbo-bosnio, el tristemente célebre general Ratko Mladic, anunció su intención de atacar Srebrenica para “neutralizar a los terroristas” del Ejército bosniaco-musulmanes que utilizaban el enclave para sus operaciones contra los civiles serbios. El 6 de julio, las fuerzas de Mladic, ubicadas a menos de dos kilómetros de la ciudad, empezaron a bombardear objetivos civiles de Srebrenica, con las consiguientes escenas de caos y pánico.
La ciudad apenas tenía combustible, los alimentos frescos se acababan y el enclave daba acogida a cerca de 40.000 personas, entre vecinos y refugiados. Para las fuerzas serbo-bosnias, el asedio resultaba particularmente fácil. Para colmo, los escasos y mal armados soldados holandeses de la UNPROFOR solo estaban autorizados a utilizar la fuerza para defenderse a sí mismos.
Cuando empezaron los bombardeos serbios, los bosniacos musulmanes pidieron a los militares holandeses que les entregaran las armas que les habían confiscado los cuerpos de paz, pero la solicitud les fue denegada. En medio de la tensión, un soldado holandés murió por los disparos de un desesperado combatiente bosniaco.
A partir de ese momento, la situación se le fue de las manos a la ONU. El 8 de julio (aunque algunas fuentes lo retrasan al 10 de julio, una diferencia no poco importante), el comandante holandés de la Dutchbat, el teniente coronel Tom Karremans, pidió apoyo aéreo al mando de la ONU en Sarajevo, pero la solicitud fue rechazada por un comandante de Naciones Unidas en Bosnia, el teniente general británico Rupert Smith, quien, según fuentes militares occidentales, quería evitar un recrudecimiento de la hostilidad serbo-bosnia contra las fuerzas de la ONU.
El 9 de julio, cerca de 26.000 civiles se hacinaban en el extrarradio de la ciudad, que normalmente albergaba a 4.000 habitantes. En plena ofensiva, la ONU optó por retirar a sus soldados y dejar un contingente de sólo 70 efectivos.
Ese mismo día, un desesperado Karremans reclamó al comandante general de la ONU y responsable militar en Sarajevo de las fuerzas de UNPROFOR, el general Bernard Janvier, el envío de ayuda aérea. Por esas fechas, el mediador de la UE, Karl Bildt, se encontraba en Belgrado para negociar con el presidente serbio, Slobodan Milosevic, el reconocimiento de Bosnia y Herzegovina como Estado. El general Janvier consideró que una ofensiva aérea contra los serbo-bosnios podría arruinar las conversaciones y decidió rechazar la petición de los militares holandeses. “Si Karremans puede arreglárselas sin ayuda aérea, que lo intente”, fue su respuesta.
En la citada entrevista de 2011 a Europa Press, la presidenta de las Madres de Srebrenica se mostró particularmente crítica con Karremans: «Queremos que salga y que diga públicamente lo que vio y lo que no hizo, y quién fue el responsable de ello, así nos será más fácil alcanzar la verdad y la justicia», afirmó. «También queremos que explique por qué él y su esposa recibieron regalos de Mladic después de la matanza», regalos «que aceptó». «Él mismo acusó, en declaraciones a la prensa, a su Gobierno y al Ministerio de Defensa de responsabilidad en la matanza», añadió.
Mladic: “Ha llegado el momento de vengarnos de los turcos”
En estas circunstancias, el ultimátum de Karremans a las fuerzas serbo-bosnias para que se retirasen antes de las seis de la mañana debió sonar a chiste. El 10 de julio comenzó el asalto. El Consejo de Seguridad lo condenó y conminó a los serbo-bosnios a rendirse. El Pentágono quitó importancia al ataque y afirmó que se trataba de una mera “venganza” por la ofensiva en Sarajevo y un simple intento de “intimidar a la ONU y desacreditar al Gobierno bosnio”. A primeras horas de la tarde, el general Ratko Mladic, acompañado de las cámaras de la televisión serbia, se paseaba por las calles de Srebrenica. «Ha llegado el momento de vengarnos de los turcos», fueron sus declaraciones.
Mladic en las calles de Srebrenica
El 11 de julio, el general Janvier se rindió (tarde) a la evidencia y accedió por fin a autorizar el envío del apoyo aéreo. Cuatro F16 norteamericanos de la OTAN consiguieron destruir un carro de combate serbo-bosnio, pero poco más. Los aviones llegaron tarde y, para colmo de despropósitos, casi sin combustible, lo que les obligó a desviarse hacia Italia para repostar.
Una vez confirmada la toma de Srebrenica, entre 20.000 y 25.000 refugiados bosniacos musulmanes (en su mayoría mujeres, niños y enfermos) huyeron a la base holandesa de Potocari, a seis kilómetros al noreste (en territorio de la República Srpska), donde malvivieron sin apenas alimentos ni agua y con el calor propio del mes de julio en los Balcanes.
Mientras, alrededor de 15.000 hombres, civiles y milicianos, intentaron escapar a través de la montaña y las fuerzas serbo-bosnias secuestraron a medio centenar de soldados holandeses y amenazaron con bombardear Potocari. En respuesta a estas amenazas, la OTAN optó, simple y llanamente, por suspender las acciones armadas contra los serbo-bosnios.
En el interior de Srebrenica, Mladic invitó a alcohol y cigarros a Karremans, ante quien se pavoneó y mostró un cerdo degollado como ejemplo de que lo que le sucedería si no se rendía a su voluntad. En un alarde de heroísmo humanitario, las fuerzas de paz internacionales entregaron a los serbios a nada menos que 5.000 bosniacos musulmanes que se habían refugiado en Potocari a cambio de la liberación de 14 soldados holandeses que habían sido tomados como rehenes.
El 12 de julio, el entonces secretario general de la ONU, Butros Butros Gali, fue preguntado durante una rueda de prensa si Srebrenica representaba el mayor fracaso de Naciones Unidas en Bosnia y Herzegovina. La respuesta fue, cuanto menos, interesante: “No, no creo que represente un fallo. Podemos ver el vaso medio lleno o medio vacío. Seguimos ayudando a los refugiados y hemos conseguido mantener el conflicto dentro de las fronteras de la antigua Yugoslavia”. Por supuesto, no hizo la menor mención a la obligación de la ONU de proteger la “zona segura” de Srebrenica, incluidos sus habitantes.
La matanza
Una vez que las fuerzas de Mladic se hicieron con Potocari, procedieron a separar a los varones de entre 12 y 77 años de edad, a quienes trasladaron a las localidades de Bratunac, Petkovci, Kozluk, Kravica y Orohovac para “interrogarlos” sobre supuestos crímenes de guerra.
El 13 de julio, dos días después de la ocupación, comenzaron las matanzas en Kravica y el 16 de julio se empezaron a dar las cifras de la masacre. Según se pudo constatar con el tiempo, muchos prisioneros prefirieron suicidarse y otros murieron hacinados en un hangar mientras eran tiroteados. Un testigo vio cómo tres camiones repletos de musulmanes y una excavadora se internaban en el bosque: los camiones volvían vacíos. Se calcula que tras la toma del enclave se ejecutó sumariamente a más de 8.000 varones musulmanes, incluidos niños de doce años de edad.
El 11 de julio de 1996, justo un año después de la matanza, el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia (TPIY) dictó acta pública de acusación contra los jefes político y militar de los serbo-bosnios, Radovan Karadzic y Ratko Mladic respectivamente, por genocidio, crímenes de lesa humanidad y crímenes de guerra cometidos en Srebrenica. Fue el inicio de una larga aventura de complicidades, protecciones secretas (algunas en el contexto de los acuerdos de paz de Dayton, con implicación directa de Estados Unidos), ocultamientos, extravagantes disfraces e incluso ridículos intercambios de identidad que concluyeron con las capturas de Radovan Karadzic en julio de 2008 en Belgrado y de Ratko Mladic el 26 de mayo de 2011 en la región serbia de la Voivodina (norte). Los otros grandes inculpados de la masacre son el antiguo comandante serbo-bosnio Radislav Krstic, condenado a 46 años por genocidio en 2001, y el expresidente serbio y yugoslavo Slobodan Milosevic, fallecido en marzo de 2006 en las prisiones del TPIY en La Haya.
Ratko Mladic y Radovan Karadzic
Hasta la fecha, el TPIY ha condenado a 14 personas en relación con Srebrenica, mientras siguen en marcha los procesos contra Karadzic y Mladic. Entretanto, 6.000 tumbas blancas perfectamente alineadas recuerdan en la actualidad la masacre en el cementerio de Srebrenica-Potocari, y para este año se prevé el entierro de otros 135 cadáveres recientemente localizados. No obstante, según la presidenta de las Madres de Srebrenica, «hay muchos pequeños Karadzic y Mladic en Serbia, muchos criminales, el criminal que secuestró a mi hijo es un gran empresario en Serbia». «Mladic es un criminal, pero para los serbios es un héroe», lamentó.
El negacionismo
A medida que se van conociendo los detalles sobre la matanza, con nuevos documentos y nuevas cosas comunes, la ignominia política, nacional e internacional, sigue negándose a dar a las víctimas el descanso que se merecen. En esta labor, la actuación de las autoridades es bien poco edificante.
Fosa común exhumada en julio de 2007 en Potocari
Como era previsible, el caso de Srebrenica se ha convertido en un asunto especialmente delicado en Países Bajos. En 2002, el Gobierno de Wim Kok dimitió en bloque por su «corresponsabilidad en la matanza», tras la publicación de un informe del Instituto Holandés de Documentación sobre la Guerra (NIOD), que atenuaba la responsabilidad de los ‘cascos azules’ holandeses encargados de proteger el enclave, pero acusaba a los políticos de haber enviado a los soldados a una «misión imposible».
No obstante, el Gobierno holandés, que en los últimos años se ha enfrentado a numerosas denuncias relacionadas con la matanza, ha intentado en todo momento eludir las máximas responsabilidades, insistiendo en que sus fuerzas fueron abandonadas por la misión de Naciones Unidas, que no le suministró ningún apoyo aéreo. El 5 de julio de 2011, un tribunal de apelaciones de La Haya tiró por tierra los argumentos del Gobierno al declarar “responsable» al Estado holandés de la muerte de bosniacos musulmanes a los que había permitido salir de Srebrenica pese a saber que sus vidas corrían peligro. Según Munira Subaric, el Estado de Países Bajos es «responsable de la matanza» porque los ‘cascos azules’ de este país no hicieron todo lo posible para evitarla.
En cuanto a Bosnia (cuya población se divide en un 40 por ciento de bosniacos musulmanes, un 30 por ciento de serbios ortodoxos y un 10 por ciento de croatas católicos), el país sigue en su limbo particular y sin superar las heridas de un conflicto que dejó 100.000 muertos. Tanto la UE como Estados Unidos, según la presidenta de las Madres de Srebrenica, «ayudaron a que se cumpliera el proyecto de Mladic y Karadzic» de división étnica de Bosnia, plasmado en los acuerdos de paz de Dayton de 1995, de tal manera que, en la actualidad, «Bosnia es un país pequeño con tres presidentes».
Uno de esos tres presidentes, el mandatario de la Republika Srpska, Milorad Dodik, conocido negacionista, se ha limitado a definir la matanza de Srebrenica como “la mayor decepción del siglo XX”. “No podemos calificar a estos acontecimientos de genocidio”, declaró en 2010 al diario belgradí Vecernje Novosti. El pasado 10 de junio, dos asociaciones de familiares de las víctimas de Srebrenica (la Asociación de las Víctimas y Testigos del Genocidio y el Movimiento Madres de los Enclaves de Srebrenica y Zepa) presentaron en Sarajevo una denuncia penal contra Dodik por fomentar el odio étnico y religioso con su negación del genocidio.
Milorad Dodik: Srebrenica fue una «decepción»
El pasado miércoles, Rusia vetó una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU en la que se condenaba y se calificaba como “genocidio” la masacre de Srebrenica. China, Nigeria, Angola y Venezuela se abstuvieron y los diez restantes países la aprobaron. En su descargo, el embajador ruso, Vitaly Churkin, se limitó a decir que la resolución era «poco constructiva, controvertida y motivada por intereses políticos». Eso sí, aseguró que la postura de Moscú (que, por lo visto, está libérrimo de “intereses políticos”) no implica que el Kremlin sea “sordo al sufrimiento de las víctimas” y, como alternativa, propuso que la resolución condenase todos los crímenes de guerra en la antigua Yugoslavia sin hacer mención a Srebrenica, lo cual no dejaría de ser curioso en un texto aprobado, precisamente, por el aniversario de la matanza.
El primer ministro de la Republika Srpska, Zeljka Cvijanovic, no ha dudado en calificar el proyecto de resolución de “ataque” contra los serbo-bosnios, y el primer ministro serbio, Alesnada Vucic, ha advertido de que podría reavivar las tensiones étnicas en la región. Hasta la fecha, Belgrado se ha limitado a calificar lo sucedido en Srebrenica como un “crimen grave” y ha evitado la palabra “genocidio” con el conocido argumento (la fórmula mágica de la impunidad tan extendida por todo el mundo, España incluida) de “no abrir viejas heridas”.
Esta paranoia ha llegado a extremos realmente graves. Es el caso de la ciudad de Prijedor, en el oeste de Bosnia y escenario de otro genocidio, donde el comandante serbo-bosnio Marko Pavic destruyó el edificio en memoria de las víctimas de los campos de concentración de Omarska, Keraterm y Trnopolje y a cuyos habitantes se les prohíbe acceder a estos lugares para recordar a los suyos.
En 2013, la asociación Madres de Srebrenica, que representa a 6.000 mujeres que perdieron a sus familiares en la matanza, se vio obligada a romper el cordón policial que les impedía participar en un homenaje a 1.200 víctimas de Kravica. En descargo del pueblo serbio, conviene recordar que, para este sábado, el periodista serbio Dusan Masic ha convocado una manifestación ante el Parlamento en Belgrado para recordar la tragedia de Srebrenica. La asociación Mujeres de Negro de Serbia, defensora de la justicia y opuesta a la guerra desde sus inicios, podría apuntarse a la iniciativa.
Conclusiones del TPIY
Con negacionistas o sin ellos, el fiscal jefe del TPIY, Serge Brammertz, lo tiene claro: “Si queremos respetar el pasado, debemos llamar lo de Srebrenica por su nombre: genocidio”, ha declarado en un comunicado con motivo del vigésimo aniversario de la matanza.
Según las salas de primera instancia y de apelaciones del Tribunal de La Haya, las fuerzas serbo-bosnias que atacaron en julio de 1995 “seleccionaron como objetivo para su extinción a 40.000 bosniacos musulmanes que vivían en Srebrenica”. “A todos los prisioneros masculinos musulmanes, militares y civiles, viejos y jóvenes”, prosigue el TPIY, “les quitaron sus pertenencias personales y su identificación, y deliberada y metódicamente los asesinaron, solamente sobre la base de su identidad”.
Tanto la Sala de Primera Instancia como la Sala de Apelaciones incluso han ido más allá y han analizado “el impacto a largo plazo que la eliminación de entre 7.000 y 8.000 hombres de Srebrenica tendría sobre la sobrevivencia de esa comunidad”. La conclusión del TPIY es demoledora: los hombres masacrados constituían casi una quinta parte de la comunidad general de Srebrenica. Como la mayoría de los hombres asesinados fueron oficialmente registrados como “desaparecidos”, sus esposas “ya no podían volver a casarse y, consecuentemente, tener más hijos”. Por tanto, las fuerzas de Mladic habían sembrado sal en la tierra para que dejara de fecundar.
“Las fuerzas bosnio-serbias sabían de estas consecuencias cuando decidieron eliminar sistemáticamente a los hombres musulmanes capturados” y algunos miembros del Estado Mayor del Ejército serbo-bosnio “diseñaron la matanza con pleno conocimiento de las consecuencias perjudiciales que ello tendría para la supervivencia física de la comunidad bosnio-musulmana de Srebrenica”. De todo ello, según el Tribunal de La Haya, “se concluye que el objetivo es la destrucción física de una comunidad, a cuya prevención está destinada la Convención sobre Genocidio”.
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