¡Es la «puerta giratoria» estúpido!

Mariano Rajoy

“Los estrategas de la calle Génova son conscientes de que tienen un problema con ese sector del electorado, pues el PP es el partido con menos apoyo entre los jóvenes y Rajoy, el líder peor valorado, según ponen de manifiesto, uno tras otro, los sondeos del CIS .” Así de bien cuadraba en SABEMOS, el viernes, 11, el informe de José Luis Lorente sobre el arranque, esa misma tarde, de la conferencia política convocada por los “populares”.

No se puede decir más en menos, siguiendo la escuela de Gracián de que “Lo bueno, si breve, dos veces bueno, y aún lo malo, si poco, no tan malo”. Pero voy a atreverme a apostillar a ese excelente periodista con una observación destinada a quien sea que en la calle Génova controle el intento de recuperar entre las generaciones nuevas  la imagen de la desmochada gaviota. No digamos ya la  del  Presidente.

A esa inminente víctima propiciatoria le diría: “Lee mis labios: ¡es la puerta giratoria, estúpido!”. Quien ha manejado hasta ahora los disparatados intentos de un renacer, Pedro Arriola, se quedó en la frase de Carville a Clinton en el 92: “¡Es la Economía, estúpido…!” Y no, aquí eso no basta porque hay pendiente mucho agravio, y la propensión de perdonar a los ofensores sin que ni siquiera lo soliciten admitiendo culpas es escasa.

El concepto de “La Casta” aplicado a la dirigencia política (conchabada con otras; los poderes fácticos, que se decía) fructificó durante la Primavera Española, iniciada con el movimiento popular del 15 de mayo de 2011. De las imaginativas ocurrencias (¡no en el sentido en que Rajoy usa el término, por favor!) que en él nacieron, me quedo con dos que resumen a la perfección los sentimientos que movilizaron a tanta gente en la calle: “¡No nos representan!”, y “¡No somos marionetas de políticos y banqueros!”

Ambos resumen como pocos el hartazgo de ese 50% de menores de 35 años que se sentían (la mayoría se siente aún) condenados al paro o la emigración después de que ZP les vendiera que España era la envidia del mundo entero, jugaba en las Grandes Ligas,  hablar de crisis te convertía en antipatriota y otras mamarrachadas que tan caras nos han salido y nos salen.

Y, en esto, llegó el relevo: el PP, con un programa de “Primer Mundo” y unas promesas de regeneración que, en cosa de nada, se evaporaron en el éter. En su lugar, llegaron, de puntillas, con nocturnidad y alevosía, los recortes y la austeridad.  Y se puede entender, porque el locoide leonés, junto con la burbuja del ladrillo y un PSOE instalado en el disparate, dejaron  nuestra economía y finanzas cual resume el insuperable refrán: “Entre todos la mataron y ella sola se murió”.  Los hombres de negro, siniestras réplicas de cómo Munch imaginó el horror, repicaban en nuestra puerta y anunciaban la intervención. Hubo que coger el toro por los cuernos.

La credibilidad de Rajoy ante sus pares europeos consiguió limitar esa humillación a un sector, el bancario, para el que la afrenta sólo lo es si el balance final arroja pérdidas

La credibilidad de Rajoy ante sus pares europeos consiguió limitar esa humillación a un sector, el bancario, para el que la afrenta sólo lo es si el balance final arroja pérdidas; ningún desdoro ven si salvan el cuello, aunque deban pasear en asno, mirando atrás y coronados con un sambenito, porque el honor no es un concepto que se traduzca en dietas, dividendos ni tarjetas black. Pero es cierto que un país no funciona si la carcoma corroe su sistema financiero.

Con sus iguales, Rajoy habló claro y fue convincente. Y es cierto que, hoy, lo peor del seísmo económico está quedando atrás, en buena parte por su empecinamiento. Pero el gallego cometió un error mayúsculo: buscar sólo la complicidad de la Diosa Blanca europea (evitemos nombres, sabemos que habla alemán), pero no la del pueblo que lo eligió. A éste, le engañó no contándole la estricta verdad de lo que se nos venía encima.

Porque, si a la semana de llegar al Gobierno, comprobado el secarral dejado por ZP, el nuevo mandatario hubiese compartido lo que había con un “No tengo más que ofrecerles que sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas”,  y convocado a la gente de a pie para arrimar el hombro y apretar los dientes, creo de corazón que estaríamos hablando de otra cosa.

Pero, claro, para eso resultaban imprescindibles dos premisas: disponer de los cojones que tenía Winston Churchill y atreverse a pedir unidad a la ciudadanía (y allá cada cual, entonces, con su conciencia). Pudo elegir entre ir de la mano con una sociedad angustiada, pero deseando ver un camino claro, o atrincherarse tras una guardia pretoriana trufada de corruptos en un Partido que, como toda estructura de poder, va fundamentalmente a lo suyo.

Si hubiera tomado el primer camino es imposible ahora predecir dónde estaríamos: quizá mejor, quizá peor. Lo seguro es que Mariano Rajoy hubiese alcanzado dimensiones de figura capital en la historia de España. Asimismo, yo apostaría lo que quieran a que ni de coña sería rechazado de plano por casi el 90% de los españoles menores de 30 años, como sucede. Y en el PP hubiera encontrado a la gente necesaria –incluidos, tal vez,  algunos de los que se fueron maleando por una súbita ambición de riqueza alentada por el sentimiento de impunidad-  para formar un equipo de lujo. Quizá hoy tendría un pueblo agradecido, su gobernanza y el Estado en orden.

Pero eligió el segundo: trapichear con verdades a medias y rodearse de una guardia pretoriana a la que sólo exigió incondicionalidad; como ya está haciendo Pablo Iglesias, destinado, según los indicios, a ser otro fiasco de tres pares, durante el parto de Podemos. Por esa brecha se infiltraron –muchos, metidos en el pack electoral- ineptos, inútiles, trincones, tramposos, sectarios, descuideros, manilargos y otros especímenes tan abundantes en nuestra fauna. Con semejantes mimbres era imposible hacer una cesta de Navidad que ilusionara al personal.

Y llegó el 11-M de 2011 y siguientes meses, cuando millones de españoles fueron sumándose a un movimiento ciudadano decidido a plantar cara a lo que vieron como una permanente tomadura de pelo, para lo que enarbolaron la pancarta con el “¡No nos representan!”. Sonó grave porque estamos en una democracia representativa, y eso es negar la mayor.

No era tal la intención de tantas familias indignadas. Sí querían y quieren sentirse representadas, pero no por unas tribus, la socialista y la popular, que en legislaturas sucesivas han hecho un sayo de uso privado con la capa de todos. Y suena tonto que el PSOE mire el dedo que señala e ignore a la luna en su deseo de hacerse el digno, porque todavía hoy protege a muchos de los suyos pillados con las manos en la mierda.

El rejón de las recientes municipales y autonómicas fue como los trompetazos de Josué ante las murallas de Jericó

El rejón de las recientes municipales y autonómicas fue como los trompetazos de Josué ante las murallas de Jericó: un espanto. Ambos “Bipartidos” se pusieron entonces a trabajar para ofrecer regeneración democrática a mansalva. Mil propuestas más, a sumar a otras mil ya aprobadas y jamás utilizadas. Pero, bueno, pensamos algunos…Quizás esta vez, al sentir en sus nucas los alientos de Podemos y Ciudadanos…Tal vez…

Vana esperanza. La ofensa continúa en carne viva. Cuando el pasado día 8 “El Mundo” dedicó su primera al Cementerio de Elefantes en que el Senado ha devenido desde hace mucho, a muchos las últimas escamillas se nos cayeron de los ojos. Confirmó este singular “propósito de enmienda” el anuncio de la pronta incorporación de Rita Barberá –¡Rita La de Los Bolsos de Marca, 20 años alcaldesa de Valencia!- y de Alberto Fabra, ex presidente de esa Comunidad.

Es una descarada proclama de que no existe propósito de enmienda, puesto que una de las cosas que más cabrean al ciudadano, la Puerta Giratoria –la del Senado, y cien más-, que asegura al político cortesano la mamandurria, no va a ser atrancada con siete cerrojos.

¡Qué ceguera la de alegar que ese patético desfile se hace para no desaprovechar la experiencia en el uso y aprovechamiento del poder acumulada por esos insaciables! ¡Qué papelón el del carismático y nuevo portavoz del PP, Pablo Casado, utilizando ese argumento búmeran, probablemente porque a nadie se le ocurrió otro más pasable! Lo que de verdad quieren los jóvenes es verles buscándose la vida  y cobrando lo normal. Aunque saben que el estado de su plan de pensiones, los  incentivos vitalicios y algunos bolos procurados por amigos bien instalados en la banca, la empresa y la universidad  les mantendrán  a cubierto de sobresaltos.

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