El primer pensamiento que viene a la cabeza tras un primer y rápido vistazo a Música independiente es el de “No habrá sido capaz…” Pero sí. Ya el plantear un punto de partida para algo tan genérico como “música independiente” es un dolor (Oriol opta por el socorrido nirvanazo como mecha que prendió de distorsión, angst y arritmias la música popular de los noventa), pero cubrir todos sus aspectos y mutaciones -no hace falta ser ningún experto para darse cuenta- es una tarea de locos. Oriol empieza suave, con Nirvana, el grunge y un pequeño paseo por el fenómeno Riot Grrrl, pero desde ahí, la etiqueta se queda pequeña para el autor, que no tiene más remedio que bifurcar la atención en múltiples subgéneros, tan dispares entre sí como el mathcore, las cantautoras, el rock escandinavo, el brit pop o la breve burbuja española de los noventa.
Música alternativa – Auge y caída (1990-2014)
Ramón Oriol, Milenio 2015
Música alternativa tiene dos problemas. Por una parte, el planteamiento del libro es una locura. La pretensión del autor de mencionar Todo Lo Importante convierte algunos capítulos en una mera exhibición de name-dropping: nombres y nombres de grupos, títulos y títulos de canciones, una avalancha abrumadora que abotarga al lector. No es que hubiera muchas otras opciones: 24 años de música unida por un genérico “lo que no es mainstream” es un monstruo de demasiadas cabezas como para domesticarlo con facilidad.
Por otra parte, Ramón Oriol no es un ensayista excepcional. Hay páginas directamente ininteligibles por culpa de un estilo amateur y poco curtido: Oriol tiene el detestable tic de empezar frases con un gerundio y no ponerles verbo, en un estilo que parece más propio de un notario que de un periodista. En los capítulos más farragosos llega a convertirse en un auténtico problema, y sorprende que la gente de Milenio no haya puesto a un corrector de estilo a ganarse las habichuelas.
Nirvana
Y pese a todo (o gracias a ello), Música alternativa tiene un extraño magnetismo, me atrevería a decir que casi fanzinero. La prosa atropellada, el ansia del autor por opinar de todo (hasta de lo que no debería: tiene un gusto muy discutible para las películas y muy predecible para los cómics), el noventa y pico de grupos de los que no has oído hablar en la vida y que olvidas inmediatamente… y, sobre todo, la pasión que desborda Oriol por la música, que le lleva a encontrar no menos de veinte discos que le cambiaron la vida, otros tantos que son el mejor del mundo, un montón de grupos que cambiaron la historia y docenas de canciones que le emocionaron como ninguna otra cosa. Esa pasión se sobrepone a la pobreza de léxico y al galimatías en la organización, y es una suerte. Al fin y al cabo, teniendo electricidad, quién necesita un crítico.