Decía el poeta alemán Friedrich Schiller que “no es la carne y la sangre, sino el corazón, lo que nos hace padres e hijos ”. A Antonio del Castillo el rompieron el corazón la misma noche que, al parecer, dejó de latir el de su hija Marta, el 24 de enero de 2009. Y sin embargo, aunque su cuerpo esté muerto en vida, su corazón, en el que encierra alma y ánimo, sigue latiendo para continuar luchando lo que su hija no pudo, porque los hijos de otros padres se lo impidieron.
Si es verdad que un padre vale por cien maestros, tal y como defendía el escritor George Herbert, Antonio del Castillo debe tener ya una cátedra de las que dan prestigio y categoría a las universidades. Desde el primer momento , este padre ha dado lecciones sobre cómo ser un buen hombre, una persona que sabe estar en su sitio y no invadir territorios que no le corresponden, aunque le empujen a ellos y , casi siempre, de malas maneras. Cada vez que aparece Antonio en la televisión, a uno le dan ganas de abrazarle, como si en esa simbiosis tan física como emocional, lográramos desposeerle del peso de la muerte de su hija, de la impotencia por no haberla encontrado, de la tristeza cincelada en el rostro del padre que sabe que nunca va a abrazar más a su hija, mientras sabe que otros padres sí van a abrazar a otros hijos que no se lo merecen, aunque lo necesiten.
No sé si fue García Márquez quien escribió que cuando un recién nacido aprieta con su pequeño puño, por primera vez, el dedo de su padre, lo tiene atrapado para siempre. Digo que no sé si fue Gabo porque como se le atribuyen tantas frases certeras y bellas al genial escritor, uno no sabe si realmente tuvo tiempo para sentirlas, decirlas y escribirlas todas. Eso es exactamente lo que le pasa a Antonio del Castillo, que le ha faltado tiempo para vivir y disfrutar de su hija, para decirle todo lo que tenía que decirle, tiempo para disfrutar de la boda de Marta, del nacimiento de sus nietos y de ver como su hija formaba una familia como la que él tenía; le han robado el tiempo de celebrar con ella el matricularse en la universidad, el conseguir un buen trabajo y ganar su primer sueldo. A Antonio le han arrebatado el tiempo de estar con Marta en sus mejores momentos y también en los peores, pero fueran como fuesen, eran suyos y de nadie más. Y despojar a alguien de ese tiempo , quitarle esa posibilidad de vida a un padre, es robarle lo más preciado.
Esta semana hemos visto unas imágenes del tal Cuco, siendo sorprendido por unos periodistas cuando estaba sentado en una terraza con su madre. Ese lujo de sentarse con un ser querido en la terraza de una cafetería, también se lo robaron a Antonio. Y a él no le hemos visto gritando, ni amenazando, ni insultando, ni propinándole un puñetazo a un periodista del programa Espejo Público , ni con actitud chulesca, ni cubriéndose el rostro con pañuelos, gorras y gafas oscuras… A Antonio del Castillo no le hemos visto en esa actitud con nadie, ni siquiera con aquellos que, llevados por una cierta sensibilidad humana, nos permitiría comprenderlo y casi advertir como lógica. Es la diferencia entre las víctimas reales y las que se creen mártires, que a estas alturas ni siquiera sabemos si lo son o no. Gritaba el Cuco que llevaba 7 años aguantando “toda esta mierda” de acoso mediático y social . No digo que no haya sido así. Pero dos cosas: primera, no son 7 años, Antonio lleva mejor la cuenta: son 6 años , 8 meses y 3 días. Y segundo: si el Cuco y su familia llevan aguantando todo ese tiempo, qué no estará aguantando la familia de Marta del Castillo, y aún con más dolor, porque el Cuco está en su casa con su madre, pero Marta no. Por no estar, no está ni enterrada porque los hijos de otros padres no han querido ni siquiera decir donde está su cadáver. Y donde desde luego no está, es debajo de la cama del Cuco como dice él mismo en esas mismas imágenes, supongo que para hacerse el gracioso y maldita la gracia. Hay que saber estar, sobre todo cuando no has sabido estar en su día o cuando estuviste demasiado, quizá, donde no debías.
No sé si a Antonio le gustará el apelativo de Padre Coraje. Seguramente no, porque viendo como se comporta, como habla y como atienda a todo el que se dirige a él, la humildad estará dentro de sus envidiables virtudes. Otro padre coraje, Francisco Holgado, convertido en el oficial por los medios de comunicación y por la conciencia colectiva después de las peripecias que tuvo que hacer para encontrar a los asesinos de su hijo Juan, al que asesinaron en una gasolinera asestándole 30 puñaladas por hacerse con un pillaje de 70.000 pesetas , ese Padre Coraje decía que cuando pierdes a un hijo, el tiempo no pasa, sino que va lento. Quizá es porque se detuvo una noche, en su caso la del 22 de noviembre de 1995, y desde entonces sufre el síndrome de los relojes blandos de Dalí, la persistencia de la memoria…
Como escribió el humanista Juan Luis Vives: ¡Cuán grande riqueza es, aun entre los pobres, el ser hijo de buen padre! . Sé que no consuela, no consuela nada. Pero al menos eso, el tener un buen padre, no lo habrán perdido nunca ni Marta
del Castillo ni Juan Hidalgo ni tantos otros padre corajes anónimos cuyos nombres no han saltado al barullo de la actualidad por la razón que sea. Pero están ahí, al lado de sus hijos, aunque éstos ya no estén porque hayan sido robados de la vida de sus padres. Al más puro estilo Víctor Hugo, “el sueño del héroe es ser grande en todas partes, y pequeño al lado de su padre”. Y al lado de Antonio, uno se hace pequeño y se siente aún más diminuto, y con esa perspectiva visual, no nos damos cuenta de que Antonio podemos ser todos. Él si que podemos ser todos. Quizá por eso queramos abrazarle cuando le vemos, para que no se escape. O para que coja nuestra mano como Marta cogió su dedo, para tenerle atrapado para siempre.