Vamos a partir de la base de que las elecciones catalanas no han sido un referéndum. Han sido unas elecciones autonómicas en las que las candidaturas independentistas han obviado cosas tan importantes como presentar un programa o, mejor dicho, han sustituido cualquier propuestas sobre su acción de gobierno por una apuesta distinta: generar una situación altamente simbólica en la que los catalanes tenían que posicionarse a favor o en contra de un proceso independentista. Y la ciudadanía ha hablado. En su contra. Con menos del 48% de los votos en manos de candidaturas independentistas, quienes han considerado estas autonómicas como unas «plebiscitarias constituyentes» tienen la obligación de plegar velas y centrarse en lo que más necesita Cataluña: un Gobierno que actúe como tal.
Aunque las reacciones, como viene a ser habitual, han sido un repaso de lo contento que está cada uno con el resultado, hay algunos datos que no conviene olvidar.
El más importante: la mayoría de los catalanes no han votado a listas independentistas, así que los mercados pueden respirar tranquilos. Cataluña va a seguir siendo una región próspera, europea y con una elevada capacidad de autogobierno. Una declaración de independencia de cualquier tipo con menos de la mitad de los votos en lo que tú mismo has vendido como un referéndum independentista es una opción desquiciada. El propio Raúl Romeva, cabeza teleñeco de lista de Junts pel Sí, había subrayado en ocasiones la importancia de llegar, por sí mismos, al 50% de los votos. Ni contando con los anticapitalistas de la CUP lo consiguen.
El segundo dato a tener en cuenta es que la deriva independentista ha tenido un elevado coste para los partidos catalanistas tradicionales. Junts pel Sí ha conseguido en estas elecciones muchos menos diputados que la suma de los que alcanzaron en 2012 la suma de CiU y ERC. Unió, por su cuenta, no ha conseguido suficientes votos como para alcanzar representación parlamentaria.
Así, Junts pel Sí, una formación nacida para impulsar la independencia, sólo ha conseguido impulsar a la CUP, un partido radical anticapitalista, asambleario y que quiere a Cataluña fuera de Europa. Y eso que, paradojicamente, la CUP es mucho más seria en una cosa: ha dicho que son necesarios más del 50% de los votos para continuar con el proceso, mientras que desde Junts lo único que quieren es seguir adelante con la independencia apoyándose en su mayoría parlamentaria, con independencia de cuál haya sido la voluntad expresada en las urnas. Puede que tras la suma de escaños Raúl Romeva se convierta en el presidente de la Generalitat (la figura de Mas es una línea roja para la CUP), pero eso no quiere decir que puedan seguir adelante con el proceso, o al menos no durante los próximos años.
Por supuesto, en Junts pel Sí, han visto todo esto como un exitazo. Pero en algún momento tendrán que abrir los ojos. Deben zanjar el tema de la independencia y centrarse en lo más importante en estos momentos, después de una larga y tortuosa crisis económica: gobernar. El problema es que ni ellos saben cómo van a hacerlo, teniendo en cuenta que la única cosa en la que todos coinciden es en la voluntad soberanista. Preguntado sobre aspectos claves como la sanidad o la educación, y las discrepancias internas que puedan surgir en partidos con ADN muy diferentes, Romeva no dudaba en reconocer que todas estas cosas habría que discutirlas después de la independencia. Con los resultados de las elecciones en la mano, más vale a todos los involucrados sentarse a hablar y descubrir lo antes posible si son capaces de hacer algo más que huir hacia adelante envueltos en una bandera.