La venta de la nueva temporada de Black Mirror a Netflix en mitad de la discusión sobre Cameron y el cerdo, o el estreno de Midwinter of the Spirit como una de las novedades más interesantes de lo que llevamos de otoño, son algunas de las demostraciones de que las series inglesas siguen siendo una parte fundamental del audiovisual angolsajón. Así que aprovechemos para conocerlas un poco mejor.
Las series inglesas han sido para los programadores una suerte de sustitución de las americanas durante años. Gracias a eso, y a una industria bien afinada, ha habido una tradición de series magníficas desde el mismo inicio de la televisión. Algunas de las cuales pueden considerarse no solo entre las mejores de la historia, sino como elementos que han influido en el medio y sus responsables.
Precisamente por eso merece la pena que le dediquemos unos minutos a esos gloriosos precedentes y al estado actual de la televisión británica. Un repaso que debe comenzar, por fuerza, por sus mismos inicios con la creación de la BBC.
En los inicios…
Discutir quién fue el primero puede ser divertido por tratar de marcar qué es lo que señala ese punto. Precisamente por eso las discusiones sobre primeras cadenas de televisión suelen ser complejas. Lo que resulta indudable es que la BBC comenzó a funcionar en 1927 con sus primeras emisiones regulares en 1936, y si bien la Segunda Guerra Mundial supuso un inevitable retraso en el desarrollo técnico y artístico, por no mencionar la capacidad adquisitiva del público para poder tener acceso a los televisores.
La parte buena fue cuando en los cincuenta se recuperó cierta normalidad y ya había un rodaje previo que les permitió, incluso, abrir la mano a una competencia. La creación en 1956 de la ITV, la Independent Television, que era una suerte de cruce a la inglesa de las televisiones regionales y las privadas. Un extenso y complejo listado recogía los criterios que debían cumplir y vigilaba que funcionara dentro de unos límites comerciales éticos, y además daba la posibilidad de ofrecer programación con anuncios en exclusiva frente a la ausencia de los mismos en la pública BBC. Eso era lo suficientemente goloso como para que funcionara esta unión de cadenas con un tronco común.
La aparición de la competencia hizo que la BBC decidiera mejorar sus programas. Crear el que es uno de los más antiguos y exitosos programas infantiles de la televisión, Blue Peter (1958) y también darle un hueco a un cómico que se pasaría los cincuenta y sesenta en esa cadena antes de marcharse a la competencia con su programa: El show de Benny Hill, que llegaría hasta 1991, y se convertiría en 1955 en el primer gran éxito de la comedia televisiva británica.
Pero si un programa marcó los inicios de las series británicas fue el enorme éxito que en 1953 consiguió uno de los primeros intentos de llevar más allá el medio. Me refiero a la creación de Nigel Kneale The Quatermass Experiment, que no solo logró atraer las miradas de la Hammer para reformularla como película, sino que también sirvió como inspiración para mucha de la ciencia ficción y el fantástico en general que se realizaría en adelante. Puede que no fuera la primera serie de ciencia ficción que la televisión inglesa emitiera -entre otros R.U.R. (1938) y La máquina del tiempo (1949) habían sido adaptadas ya antes-, pero sí fue una de las más importantes tanto por su calidad como por su influencia. Esto ayudó a que tuviera un par de continuaciones y distintos intentos de recuperar a su personaje central: el Profesor Bernard Quatermass. Kneale intentaría repetir el creado un improbable investigador de lo oculto con El hombre invisible (1958) pero su éxito sería menor.
Por supuesto habría muchos más géneros, Dixon of Dock Green (1955-1976) mezclaría un ambiente costumbrista con los casos policíacos de la comisaría en la que transcurría. Series de acción y aventuras como Robin Hood o La pimpinela escarlata iban sucediéndose en la pantalla. La práctica de adaptar libros había llevado ya a potenciar el sistema de pocos episodios por temporada que acabaría convirtiéndose en una de las señas de identidad británicas. Esto permitía, además, la multiplicación de historias y el recambio rápido, manteniendo una mayor atención de los espectadores.
Las adaptaciones tenían éxito cuando eran adaptadas en el Armchair Theatre (1956) o cuando se creaban miniseries para poder recogerlas. Pero no solo había adaptaciones, también creaciones específicas como pasó en 1959 con la coincidencia de la serie de misterio con pueblecito lleno de secretos The scarf, la serie de camioneros Cannonball -en una coproducción entre la ITV y la canadiense ITC-, o los científicos locos y las tradiciones exóticas en la atolondrada The Voodoo Factor. Y es que el cambio de década iba también a traer un cambio a las producciones televisivas británicas.
La estabilidad
La llegada de los años sesenta supuso para la televisión británica un mayor público al que exportar sus productos. También generó una serie de tendencias en las que consiguieron superarse en lo que se ha dado en llamar el boom de la sátira británica iniciada por Peter Cook o Spike Milligan que fraguaría en en programas como That Was The Week That Was (1962-1963), que lanzaron a David Frost pero también ayudaron a formar los programas de ‘sketches’ británicos, hasta terminar la década con su culmen: el Monty Python’s Flying Circus (1969-1974).
Pero si algo se disparó fue el amor por el espionaje, algo comprensible en el país de James Bond. En televisión nos dejó series como Danger Man (1960-1962) y, sobretodo, Los Vengadores (1961-1969), la primera de las dos grandes series impulsadas por Sydney Newman y todo un ejemplo de creación en constante evolución y de capacidad de atraer y convertirse en la misma esencia de los tiempos.
Pero no solo en acción real había espías. Las creaciones de Gerry y Sylvia Anderson mediante marionetas les permitieron crear aventureros como los Thunderbirds (1964-1966) o el Captain Scarlet (1967). Aunque yéndonos ya a la ciencia ficción lo más importante que le pasó a la televisión inglesa de la década fue el inicio el 23 de noviembre de 1963 de Doctor Who, una mezcla de aventuras en el pasado y presente con ciertas pretensiones educativas que Newman y la productora Verity Lambert lograron iniciar con tanto éxito que la Dalekmanía aún se deja notar hoy día.
La televisión estaba en marcha. Géneros policíacos con más acción como Z-Cars (1962-1978) o Callan (1967-1972), obras de época como las adaptaciones shakesperianas de An age of kings (1960), comedias como Dad’s Army (1968-1977) y, por supuesto, el inicio de sus culebrones históricos con Coronation Street (1960 -), demostraban que la televisión británica estaba preparada ya para tener un impacto global continuo.
Y nada más claro que el influjo en la televisión americana. Steptoe and Son (1962-1974) se convertiría en Sanford and Son (1972-1977) lanzaría la popularidad de Redd Foxx a la estratosfera y daría una plataforma actores como Pat Morita; Till Death Us Do Part (1966-1975) se convertiría en manos de Norman Lear en una de las series más importantes de los setenta en estados unidos, All in the family (1971-1979) con sus continuaciones y derivados. Y ya en los setenta Un hombre en casa (1973-1976) pasaría a ser allí Apartamento para tres (1977-1984).
Pero no solo en lo que se adaptaba. En los años setenta también eran importantes por lo que ellos creaban. Era importante cuando hacían comedias originales como Fawlty Towers (1975-1979), o aquellas que adaptaban libros como Caída y auge de Reginald Perrin (1976-1979), All Creatures Great and Small (1978-1990), o en series de género como The Sweeney (1975-1978) o Minder (1979-1994). También los peculiares casos judiciales de Rumpole of the Bailey (1975-1992) o el oscuro futuro de Los siete de Blake (1978-1981) y Sapphire & Steel (1979-1982), no digamos ya en su papel con Los Muppets (1976-1981).
Pero lo que atraía más atención era cuando creaban sus series dramáticas. Como Arriba y abajo (1971-1975), que mostrando las vidas de criados y señores lograban hablar tanto de los diferentes problemas de unos y otros como de la siempre presente diferencia de clases en Reino Unido. Una obra brillante y perdurable que mostró una vez más el músculo británico.
Aunque la creación de esa década que aparece en las listas de mejores series de todos los tiempos, a veces incluso en el primer puesto, aquella que hizo muchas de las rutas que aún ahora están siguiendo los creadores televisivos es Yo, Claudio (1976). Triunfo absoluto de los implicados, capaz de tratar lo serio y lo ridículo, de mostrar enormes arcos de emociones con sus personajes y de cortar el aliento con su violencia, vileza o patetismo. Una obra de narración total.
En esa década también empezó a saberse de un dramaturgo, Dennis Potter, con ganas de cambiar los formatos. Su Casanova (1971) quizá no fuera tan arriesgado pero Pennies From Heaven (1978) supuso toda una revolución al mezclar una trama dramática con momentos musicales, una forma diferente de hacer televisión que continuaría en los años ochenta con The Singing Detective (1986) y más adelant,e en los noventa, ya con total desinhibición, en Lipstick on Your Collar (1993), Karaoke (1996) o Cold Lazarus (1996). De nuevo una figura que supo aprovechar el estilo personal y de autor que la televisión inglesa facilita para lograr una proyección notable sobre todo entre los creadores independientes.
Un paso más al futuro
La llegada de los ochenta, además de a Margaret Thatcher o precisamente por ello, trajo en 1982 a los británicos también un nuevo canal, Channel 4. Dentro de los intentos por lograr el aspecto de la televisión, se movieron cosas con las leyes que regían la BBC y la ITV para la aparición de otro canal privado. Una serie de movimientos que acabarían llevando en 1990 a la creación del privadísimo y mucho más carente de regulaciones SKY.
La década sirvió por un lado para la aparición de un buen número de series policíacas de extensa duración como Bergerac (1981-1991), Inspector Morse (1987 -2000), Taggart (1983-2010) o The Bill (1984-2010). Por otro lado sirvió para la reaparición de series de humor que fuera de los formatos tradicionales -que también seguían existiendo, no hay más que recordar Only Fools and Horses (1981-1991) o ‘Allo! ‘Allo! (1982-1992)- ejercían la corrosión como forma de vida. Lo hacían usando la política como la brillante Sí, Ministro (1980-1988), mostrándonos el lado más punk en sus diversas evoluciones como Los Jóvenes (1982-1984) que permitió a Rik Mayall darse a conocer y juntar ambas corrientes en la extraordinariamente ácida The New Statesman (1987–1994), o en repasos históricos como los que La Víbora Negra (Blackadder, 1983-1989) realizaba.
Por supuesto este mismo modo de hacer el humor se reflejó en las creaciones fantásticas que se encontraron aprovechándolo en sus dos obras más importantes de la década. La inconmensurable El enano rojo (1988-1999) y la más breve pero mucho más cínica o venenosa Max Headroom (1987-1988). E incluso los dibujos animados tendrían su ración de humor gracias a Cosgrove & Hall que supieron crear dos grandes personajes con sus propias dinámicas: Danger Mouse (1981-1992) y el Counde Duckula (1988-1993).
Los noventa empezaron con un par de obras maestras. En primer lugar House of Cards (1990-1995), que reunía ese humor oscuro de la década anterior para meterlo en un thriller político cínico en el que la acción estaba en segundo plano frente a las maquinaciones en las que la lucha por el poder era menos metafórica de lo que parecía. En segundo, Prime Suspect (1991-2006), una serie llamada a cambiar la manera de representar a los policías en televisión y a aprovechar al máximo a su actriz protagonista, Helen Mirren, que compondría en el enorme papel de Jane Tennison a una tenaz inspectora llena de problemas personales y rodeada de un entorno amargo en una de las mejores series policíacas de todos los tiempos. Podríamos considerar que el broche a este inicio de década lo puso la emisión de Ghostwatch (1992), falso documental fantástico que logró un efecto de confundir realidad y ficción lo suficientemente pronunciado como para alarmar a sus espectadores.
Por supuesto en la década hubo mucho más. Policíacos más ligeros como Jonathan Creek (1997-2004) y todo tipo de comedias. Algunas tan famosas como Mr. Bean (1990-1995), Absolutely Fabulous (1992-1996), Drop the Dead Donkey (1990-1998) o Father Ted (1995-1998). Y también creaciones un poco menos conocidas, pero casi más influyentes, como la sátira política y de los medios de Brass Eye (1997-2001) o el programa cómico The 11 O’Clock Show (1998-2000) del que saldrían después Steve Coogan, Charlie Brooker, Ricky Gervais o Sacha Baron Cohen entre otros. Nombres que marcarían el nuevo siglo.
La última década y media
Durante los últimos años la televisión británica no ha dejado de expandirse. De nuevo seguía presentando series con un aspecto más clásico, policíacos como Foyle’s War (2002-2015) el fantástico de Hex (2004-2005) o Primeval (2007 – 2011). Pero eso no quita que haya también acercamientos más peculiares como la mezcla de drama, policíaco y musical de Blackpool (2004).
En realidad el mejor ejemplo de la nueva televisión británica comenzó estando de nuevo en las comedias, con Spaced (1999-2001) y su variedad de estilos como bisagra, y The Office (2001-2003) incómoda piedra de toque tanto de la obra posterior de Gervais como del éxito que pronto alcanzarían otras series inglesas como la más convencional Coupling (2000-2004) de Steven Moffat, The IT Crowd (2006-2010) o Gavin & Stacey (2007-2010). Eso no quita para que hubiera otras menos conocidas que tengan un seguimiento de culto como la metaparodia de Garth Marenghi’s Darkplace (2004) o la extraordinaria negrura de la gran Julia Davies en Nighty Night (2004-2005).
El siguiente paso fue ir usando este nuevo humor cotidiano y oscuro como la desastrosa familia de Shameless (2004-2013) o Skins (2007-2013). También la actualización de los politiqueos en The Thick of It (2005-2012) que ha tenido entretenido tanto tiempo a Armando Iannucci, o el más que peculiar acercamiento policíaco de Life on Mars (2006-2007) y su secuela Ashes to Ashes (2008-2010). Incluso en su tratamiento del género fantástico siguiendo la era de los superhéroes con Misfits (2009-2013) se nota esta mirada moderna.
Los últimos años no han parado de producirse series interesantes. Algunas, como Sherlock (2010-) o Downton Abbey (2010-) han conquistado ya al público internacional. Otras, como My Mad Fat Diary (2013-2015), han tenido un éxito más reducido pero de gran peso entre aquellos a los que iba destinado.
Hemos tenido también más policiácos clásicos como Vera (2011-), que sirve también para contrastar las innovacione que se hacen ahora, sea a medias como en o Luther (2010-) o buscando llevar la dinámica del british noir un paso más allá en la exitosa Broadchurch (2013-). Tanto está funcionando el género que es casi difícil señalar solo unas pocas series merecedoras de atención si bien en los últimos años The Honourable Woman (2014), Happy Valley (2014-) o incluso No Offence (2015) han sabido crearse una imagen propia.
También en la comedia ha habido aproximaciones clásicas ejecutadas con brillantes como las de Moone Boy (2013-), aproximaciones a la mezcla de músicas y humor en The Midnight Beast (2012-) o una aproximación más romántica en Dates (2013-).
La variedad acaba siendo la norma incluso en el fantástico, aunque algunos de sus últimos éxitos como The Fades (2012) o In the Flesh (2013-2014) han encontrado su final en los recortes de presupuesto que las cadenas, sobre todo las más públicas, han estado sufriendo estos últimos años. De ahí que terminen recurriendo a la coproducción como Fortitude (2015-) o yéndose del país como ha ocurrido con Black Mirror (2011-), la creación antológica de Charlie Brooker que no solo es la última gran obra maestra británica, también una forma de comprender mejor estos tiempos.
Incluyendo no solo extrañas situaciones con nuestra clase política, también las circunstancias en las que una obra como esta, con tanto respaldo crítico y popular, tiene que buscarse una forma alternativa de financiarse. Aunque al menos esto puede que sirva para que la gente se anime a conocer mejor la historia de la ficción británica -de programas allí creados como MasterChef ya hablaremos en otra ocasión- incluso aunque sea en breves resúmenes que tanto se dejan fuera como este.
Lo importante es que, como el propio Brooker, crítico de televisión de The Guardian además de guionista y escritor, tengamos en cuenta la importancia de todo esto que vino antes.