Proponía Voltaire que leyéramos y bailáramos. Estas dos diversiones nunca harán daño al mundo, excepto a ojos de iluminados, falsos salvadores de la patria que verán en ellas una peligrosa amenaza y, en base a eso, las condenarán y perseguirán. La primera afición está por ver que adquiera rango de rutina, pero la segunda parece haber alcanzado categoría de epidemia viral, a juzgar por la afición que han cogido algunos representantes públicos por el bailoteo.
No es la primera vez que un líder político se deja llevar por la música. En la retina colectiva guardamos los lances del expresidente Bill Clinton bailando la Macarena, al presidente Boris Yeltsin rozando el patetismo mientras se dejaba llevar por los acordes de una orquesta en un concierto en Rostov o al actual presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, haciendo lo propio con cualquier tema y en cualquier escenario ya que difícilmente se le resiste algún ritmo y de casi todos sale airoso. No hay freno para el baile. Incluso el eterno príncipe heredero, Carlos de Inglaterra, se ha arrancado a bailarswing jazz en Nueva Zelanda, a contonearse al ritmo de unos mariachis o a bailar el tema principal de la película Full Monty. Es un no parar. Como decía James Howe, “la vida es corta y siempre habrá platos sucios, así que bailemos”.
No es nada nuevo. Como de costumbre, nadie ha inventado nada y todo lo que podamos decir ahora ya lo han dicho antes los griegos, lo de antes, los de la escuela jonia de Tales de Mileto, Platón, Aristóteles y Sócrates y compañía, que fueron el Rat Pack de la Grecia de los años 600, 400 o 300 a.C. Esos sí que sabían de la vida, y pensaban, hablaban, debatían, volvían a pensar… Bailar, bailaban poco, al menos que sepamos. Claro que quedarse quieto tampoco es garantía de nada, mucho menos desabiduría vital.
De hecho, si hacemos caso de Friedrich Nietzsche “deberíamos considerar perdidos los días en que no hemos bailado al menos una vez”. A tenor por estas cuentas del filósofo alemán , creo que algunos llevan media vida perdida. No es el único pensador que alaba el mérito de mover el esqueleto y abandonarse al son de la música. Confucio nos recomendó nunca dar una espada a un hombre que no puede bailar. Armar a un hombre que no sepa imprimir cierta cadencia a sus caderas, a sus pies y a sus brazos, es algo que merece pensarse mucho.
Friedrich Nietzsche: “Deberíamos considerar perdidos los días en que no hemos bailado al menos una vez”
Quizá si Platón hubiera alcanzado cierto alivio en el baile, no se hubiera venido abajo en sus sueños políticos al ver el mal ejemplo de los gobernantes de Atenas. Si los hubiera visto ahora. “¡Por Zeus!”, hubiera dicho el pensador al ver los pasos de baile tan inestables de la clase política griega. Puede que si se hubiera dejado llevar, le hubiese costado menos elucubrar el mito de la Caverna, donde conviven el mundo de los sentidos y el de la razón. Pero su alegoría ha creado escuela. Como el prisionero de la caverna de Platón, los políticos necesitan y quieren liberarse de las cadenas, salir de las sombras, abrirse al mundo exterior, al conocimiento de lo que pasa ahí fuera, a la realidad, y el baile es una buena manera de conseguir esa liberación. Un proverbio de los indios hopi, de origen norteamericano, aventura que “vernos bailar es escucharnos hablar”. Y lo cierto es que nos están diciendo muchas cosas.
Nos ha embaucado el mensaje de James Brown de que “cualquier problema del mundo puede resolverse bailando”. Como lema de entretenimiento está bien, como método de trabajo quizá se nos quede un poco escaso. Conviene relativizar los gestos en su justa medida y no dotarles de una categoría mayor de la que realmente tienen. Es como cuando los políticos nos dicen que han entendido el mensaje depositado en las urnas ,nos prometen que van a estar más en la calle, y al día siguiente les tenemos a todos sentados en la terraza de un bar tomándose un café y saludando a todo viandante que se cruza con ellos.
Para el poeta Robert Frost, “bailar es una expresión vertical de un deseo horizontal”. Y ahí ya entramos en terrenos resbaladizos para un bailarín improvisado y sacado a la pista casi por obligación, como mero elemento de marketing. Se nota cuando a uno el baile le sale de dentro y cuando a alguien le sacan de dentro para fuera y le sueltan sin más en la pista de baile. Suelen decir que uno está bien o mal dependiendo de con quien se compare. Y hay casos en los que mejor no cotejar. Esta semana el baile de la vicepresidenta del gobierno en el programa El Hormiguero se ha convertido en viral algo difícil de entender existiendo un baile, protagonizado por HughJackman en ese mismo programa de televisión. No sé cómo la osadía nos puede llevar tan lejos. Osadía o inconsciencia, la verdad es que no lo sé. Mejor no pensar. Es como pensar en Freddy Mercury y en los legendarios Queen cuando vemos bailar al candidato del PSC, Miguel Iceta. Hay imágenes y conceptos que conviene no extrapolar.
Por aquello de cerrar círculos: abrimos con Friedrich Nietzsche así que cerremos con él. “Yo sólo creo en un Dios que sabe bailar”. Lo que le faltaba a las religiones, más bailes e interpretaciones varias. Que Hugh Jackman nos coja confesados.