Joe Wright es un excelente director. Lo demostró, sobradamente, en la mejor versión fílmica de Orgullo y Prejuicio . Repitió con la excelente Expiación , de nuevo con Keira Knightley y, a juicio de la crítica, se puso fallón con Anna Karenina , una producción en la que Aaron Taylor-Johnson parecía Wrongsky más que Vronsky. Y ahora nos ofrece Pan, viaje a Nunca Jamás .
Un joven de orfanato es secuestrado por los piratas y debe enfrentarse al terrible Barba Negra y a sus propios miedos para encontrar en Nunca Jamás a su madre, largo tiempo perdida, y dar esperanza a los pobladores de esta fabulosa isla, situada de camino hacia la segunda estrella a la derecha y todo recto hasta el amanecer. Peter, futuro Peter Pan, contará con la ayuda de James Garfio y de la princesa Tigrilla para desmontar el reinado de terror del feroz pirata encarnado por Hugh Jackman.
Partimos de la base de que se trata de una idea horrible de partida: la necesidad de encontrar un transfondo y un pasado común a personajes como Garfio o Peter Pan, que ni son humanos ni mortales. «Soy la juventud, soy la diversión, soy un pajarito recién salido del huevo», afirma el Pan de Barrie.
Hook ya tuvo muchos detractores por humanizar a Peter Pan, reconvertido en abogado coñazo y padre de familia. Pero al menos la obra de Spielberg, cada vez más reivindicable a medida que pasan los años, emanaba un profundo respeto hacia la obra del autor británico. Hablaba de temas fundamentales de Peter Pan: jugar y el miedo a la muerte.
Nunca Jamás es, tanto para Barrie como para Spielberg, un campo de juegos tipo sandbox para un eterno y jocoso ragnarok entre arquetipos propios de los juegos infantiles: los piratas, los niños perdidos, las hadas, las sirenas, los indios políticamente incorrectos… En Hook, Garfio es infeliz como lo sería un Joker sin Batman: pura codependencia. El hombre oscuro y siniestro contra el joven orgulloso e insolente. En Hook, el personaje de Peter tarda en recordar su condición mágica y, lo que es más curioso, al alcanzarla comienza a olvidar a su propia familia, a los hijos que encarnan la mortalidad que abrazó por amor.
La película de Wright tiene muchas y buenas ideas visuales. Las monjas son una exageración casi de dibujos animados y dejan claro que nos encontramos frente a un cuento para niños. Barbanegra, en su presentación, con el Smell like teen spirit de Nirvana cantado a coro por los niños mineros, nos ofrece el mejor momento de la película –aunque copiado enterito de Moulin Rouge. Tiene su miga la imagen del rejuvenecedor y el polvo de hadas como adicción inconfesable y camino a la inmortalidad. El mayor problema es el empeño constante en presentar a Pan como un Frodo de la vida, un guerrero enfrentado a un destino. Peter Pan es travieso en el convento, sí, pero la historia que nos traen está llena de deber, responsabilidad, amor y sacrificio. Todas ellas características totalmente alejadas de la obra en la que se basa. Puedo imaginar al niño eterno convirtiéndose en adulto, pero no puedo imaginar a un niño obligado a crecer demasiado deprisa recuperando la inocencia.
Y si es difícil imaginar a este Peter convirtiéndose en un jovial duendecillo capaz de secuestrar a los Darling de su propia casa, o de querer convertir a Wendy en una madre (este niño sabe perfectamente quién era su madre, así que no tiene sentido alguno que busque una sustituta), tampoco podemos a imaginar a James Garfio de la película, un seductor truhán con trazos de Han Solo, reconvertido en un engolado capitán pirata y en la némesis de su pequeño amigo.
Por entretenida que sea la historia que nos cuenten, por originales que sean muchos de sus puntos de vista y su imaginería –muy bien traídos los barcos voladores-, hay cosas en Pan que, simplemente, no funcionan. Puede que sí con los niños, y a fin de cuentas ése es su público objetivo, pero no conmigo. Quizá le pido demasiado a Nunca Jamás, o quizá el guionista de esta película nos ha llevado a otro sitio que sólo se le parece…