Aunque ya viene de muy atrás e implica a todos los partidos del arco parlamentario en un monto proporcional a los presupuestos que manejan o han manejado, la insoportable corrupción que se ha vivido en España durante muchos años terminó por generar un nivel tal de indignación popular que Gobierno, partidos de ámbito nacional y Administración de Justicia han ido adoptando, por fin, medidas de corrección creíbles. Ni de lejos todas las necesarias, pero parece un inicio del buen camino.
La presión ciudadana ha sido y es generalizada. Tanto, que llegó a resultar insoportable a la actual clase dirigente, despreciada y luego odiada hasta forzarla a coger miedo a pisar lugares públicos por temor al abucheo y la agresión física.
Exceptuamos de esa condena social a los separatistas catalanes -expertos en el ejercicio de detectar la paja en cualquier ojo del sur del Ebro e ignorar las vigas en los propios, algunas tan grandes como el aguilón con el que Ulises cegó a Polifemo-, que protegieron hasta lo rastrero a su propia casta. Y continúan haciéndolo.
Ahora mismo, con la casi única excepción de Cataluña, apenas afloran cohechos nuevos, salvo aquellos derivados de la etapa anterior. No pocos responsables de los desmanes están ya entre rejas o en libertad bajo fianza, mientras ven como se aproxima, lento mas inexorable, un amenazador horizonte carcelario. Además de encontrarse con sus patrimonios intervenidos, lo que a algunos ha movido a montar numeritos ante sus jueces para que les liberen unos euros destinados a comprar el pan y hacer frente a otros gastos de supervivencia. En general, vierten lágrimas de cocodrilo, porque casi todos esconden parte de su pillaje en cuentas de paraísos fiscales, a salvo aún gracias a la ingeniería financiera y a la complicidad dolosa de ciertos bancos. Pero van cayendo. Al final, aquí también va a resultar que el que la hace, la paga.
La sensación de que la escoba cumple por fin su función de barrer y se ha terminado la impunidad crónica empieza a ser común en España, señal inequívoca de una lenta pero decorosa recuperación de la confianza en la Justicia, que la ciudadanía llegó a creer necrosada. Hay alguna excepción dolorosa como es la pervertida Andalucía del PSOE -ese ente sectario y a la deriva, sinónimo de “honestidad y limpieza”, según la jerigonza del inefable Pedro Sánchez-, donde la endémica y clientelar indecencia puede parangonarse a la que impera en la Cataluña independentista.
Pero el clientelismo andaluz no nace de un proclamado desprecio al “resto de España”, ni del ridículo -al menos, hoy- sentimiento de superioridad que exhiben los secesionistas. La dirigencia sociata andaluza ha convertido, simplemente, la necesidad de tapar sus trampas en una parodia de virtud: la recuperación de su retraso histórico. Falsa como una moneda de madera, a juzgar por los resultados. Ahora buscan salidas desesperadas al embrollo, y sólo se les ocurre cargarse con descaro a una jueza incómoda.
Es para no creerse la protección dada por las bases separatistas a la gentuza del 3% que forma el Govern, aceptando un trágala diario de estafas, trolas, caspas, invenciones, manipulación surrealista sobre lo que sería Eldorado de una soñada “República Catalana”, honesta hasta lo intachable aunque estuviera manejada por esa banda mafiosa que deja en pañales a los Corleone en lo que a trinques se refiere. Incluso darán hoy por bueno el pactado recital de mentiras que les brindará Arturo Mas, obligado a “explicarse” (¡) en el Parlament por el formidable escándalo de la detención de su Tesorero y los más de cien expedientes de sobornos que les han pillado. Repetirá lo de que desde Madrit practican la “caza mayor” contra él, Convergencia y cuantos quieren “l´estat catalá”.
Ni en los momentos de mayor apuro del PP por Gurtel, Bárcenas, Púnica y otras vergüenzas escuché en boca de Mariano Rajoy una acusación a la Justicia de andar metida en una cacería de los populares. Esa exhibición de cinismo cósmico carece de precedentes en el mundo democrático de hoy, y hay que referirse a dictaduras cual es Corea del Norte o un edén de modelo berlusconiano para hallar casos comparables.
Ruego perdón a los lectores por la crudeza escatológica de mi diagnóstico, pero tengo la impresión de que al separatista catalán su mierda le huele a esencia de rosas. Así que tan contento, y a seguir tolerando que le vacíen los bolsillos. Al fin y al cabo, son de los suyos.