Un niño, un maestro, un libro

'Él me llamó Malala'

“Un niño, un maestro, un libro y un lápiz pueden cambiar el mundo”. Es una de las frases, por no decir “la frase”, del maravilloso documental de obligado visionado Él me llamó Malala .

Tan caninos como andamos de héroes genuinos, tener a alguien como esta joven afgana cuya única arma fue un libro para luchar por el sueño de la escolarización de las niñas en el reino de los talibanes, y armada con semejante arsenal consiguió una revolución mundial en nombre de la educación, debería llevarnos aadorarla como si no hubiera un mañana, o hacerlo precisamente porque sabemos que lo habrá.

Realmente Malala no inventó nada ni dio a luz ninguna idea que no fuera expresada antes. Ya lo había dicho Nelson Mandela: “La educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo”. Y siglos previos al líder africano, lo apuntó Confucio, “la educación genera confianza. La confianza genera esperanza. La esperanza genera paz”. Lo insólito es que la nueva revolución haya nacido de una niña afgana de 15 años a la que quisieron matar sin entender que su mejor escudo era la educación.

La educación es la base de todo, aquí, en Afganistán, en Colombia, en Odessa, en Finlandia y en Arabia Saudita. Y depende de lo que se crean este axioma los países y la legitimidad que le concedan, así funciona esa sociedad, así vive su gente y así gira el mundo. Blanco y en botella. Si un edificio tiene firmes sus cimientos y bien estructurados sus pilares ya pueden venir huracanes, tsunamis, terremotos y catástrofes de todo tipo que no lo tumbará ni dios, cualquiera que este sea.

Decía Antonio Machado, que “en cuestiones de cultura y de saber, solo se pierde lo que se guarda, solo se gana lo que se da”. Por eso son tan importantes los actores principales de todo este espectáculo de la educación que no son otros que los profesores, aunque siempre he preferido llamarles maestros. Quizá porque más que una profesión, tenga rango de oficio.Para el escritor y Premio Novel de Literatura, John Steinbeck , autor de Las uvas de la ira: “ un gran maestro es un gran artista y hay tan pocos como hay grandes artistas. La enseñanza puede ser el más grande de los artes ya que el medio es la mente y espíritu humanos”.Y como buenos artistas que son, deberíamos cuidarles mejor.

Para un maestro del marketing y las nuevas tecnologías, Guy Kawasaki, que trabajó mano a mano con Steve Jobs ,“si tienes que poner a alguien en un pedestal, pon a los maestros. Son los héroes de la sociedad”. Estos últimos días parece que un excedente de criptonita ha amenazado el planeta de los maestros y el pedestal del que hablaba Kawasaki se ha tambaleado ligeramente. En cuanto han escuchado al filósofo José Antonio Marina hablar de la conveniencia de evaluar a los propios profesores, algunos han comenzado a fibrilar sin saber muy bien por qué. Es curioso que personas que se pasan la vida evaluando a los demás, diciéndoles que es por su bien y por el de toda la humanidad, sientan un estremecimiento tan fuerte cuando escuchan que también van a valorarles a ellos. Entiendo la desazón por la manera de realizar esa evaluación, pero el hecho en sí sería una buena manera de separar el trigo de la paja, porque lo que nadie duda ni puede negar es que , también en esto, hay mucha paja. Los mejores maestros son los que mejor lo saben. Decía el jugador y entrenador de baloncesto John Wooden, considerado una leyenda del basket, que “la profesión del educador contribuye más al futuro de la sociedad que cualquier otra profesión”. Siendo así, cómo no vamos a exigir lo mejor a los que serán los artesanos de los hombres del futuro, como no exigir lo mejor a los héroes que formarán y esculpirán a los futuros héroes de la sociedad.

Un poco lo que consideraba Joseph Addison: “Lo que una escultura es para un bloque de mármol, la educación es para el alma humana”. No entiendo que alguien pueda tener miedo a demostrar lo que vale, lo que sabe. No se trata de ganar más, de asegurar un puesto de trabajo, que también, pero como suele decirse, nadie gana si todos no ganamos. Con los profesores y la educación sucede lo mismo: si ellos ganan , todos ganamos. Si ellos pierden , todos perdemos. Pero si ellos están preparados , todos estaremos preparados. Lo que realmente asustaría sería no estarlo.

Hace apenas 24 horas, vivimos el día de las librerías. En España, el año pasado cerraron dos librerías cada día. Y a pesar del drama, y como diría el tango, el mundo sigue andando. Nosotros cedemos terreno, desandamos camino, perdemos el norte y equivocamos la dirección, pero el mundo sigue andando, como si se hubiera contagiado de la fiebre por el running que parece enloquecer al personal. “Si alguien va cuesta abajo por el camino equivocado, no necesita motivación para apresurarle. Lo que necesita es educación para darle la vuelta”, dijo el empresario con vocación de maestro, JimRohn. El mundo gira, continuamarchando. Hacia dónde, no lo sabemos y mejor no preguntárselo porque, como bien dice Woody Allen, comienzas preguntándote de dónde venimos y hacia dónde vamos y terminamos subidos en un autobús.

Pero no creo que vayamos muy lejos si no hacemos algo para evitar la sangría que no afecta en exclusiva al sector editorial y a su industria. La vida, los sueños, el saber y sentir nos afecta a todos, y todo eso es un libro. Eso es la educación. Sin el mapa completo de los sentimientos que uno puede encontrar en un libro, el mundo se convertiría en un mapamundi desierto, aniquilado, yermo, inhóspito, solitario, tan inútil como vacío. Solo hay una salida, un medio de transporte idóneo, un billete a la salvación: “para viajar lejos no hay mejor nave que un libro”. Lo dijo alguien que viajó mucho y preparó muchas naves con forma de poesía, Emily Dickinson.

Hay un proverbio chino que asegura que “si estás planeando para un año, planta arroz; si estas planeando para una década, planta árboles; si estas planeando para una vida entera, planta educación”. La educación, como los libros, es la vida. Démosles su lugar a los libros y a los maestros para que podamos decir lo mismo que reconoció Alejandro Magno:Estoy en deuda con mi padre por vivir, pero con mi maestro por vivir bien”. Vivamos bien.

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