“¿Brasil es una República o una Monarquía? Xuxa es la reina de los niños, Pelé es el rey del fútbol, Roberto Carlos fue el rey de la joven guardia y sustenta la corona como rey de la música romántica y el Rey Momo y las reinas de las baterías imperan en el carnaval”. Así lo recuerda el columnista brasileño Jesús Flavio Fanucci Bueno , del Bragança Jornal Diário . En Brasil, nacido como Imperio hace más de un siglo, hay muchos reyes populares, y sigue habiendo una dinastía, los Braganza, dispuesta a recuperar el Trono y el Altar de acuerdo con la más rancia y ultramontana tradición ibérica.
En 1988 concluyó en Brasil el proceso de transición a la democracia iniciado tras la caída de la dictadura militar de1964-1985. La Constitución de 1988 estableció que el pueblo brasileño debía tener derecho a decidir su modelo de Estado y, por ello, se convocó un referéndum para que los ciudadanos se pronunciaran entre cuatro opciones, repartidas en dos partes: monarquía o república, por un lado, y sistema presidencialista o sistema parlamentario, por otro.
Durante la campaña del referéndum, celebrado en abril de 1993, la propaganda monárquica hizo un breve pero contundente repaso de los 104 años de república (había sido instaurada en 1889 tras el derrocamiento del emperador Pedro II): “Dos dimisiones presidenciales, un presidente que se suicidó, tres presidentes depuestos, siete constituciones diferentes y dos largos periodos de dictadura”.
Pese a todo, el resultado de la consulta fue concluyente: el 66 por ciento votó a favor de la república y poco más del diez por ciento lo hizo por la monarquía (en la otra consulta ganó el sistema presidencialista). Los monárquicos nunca han aceptado los resultados de este referéndum que, a su juicio, fueron manipulados por las fuerzas republicanas.
Por tanto, la posibilidad de una monarquía nunca ha desaparecido del debate político brasileño. Una de las particularidades históricas de Brasil es que carece de un arquetipo que ha marcado el discurso patriótico de sus hermanos latinoamericanos: la figura del “libertador”. Brasil es el único país de la región que no cuenta en su historia con un Bolívar, San Martín, Sucre, Santander, O´Higgins, Artigas o cualquier otro espadón por el estilo. Como dijo hace aproximadamente un año el entonces embajador brasileño en España, Paulo César de Oliveira Campos, la única relación de los brasileños con el término “libertadores” es una copa continental de fútbol que ya ha sido ganada en 17 ocasiones por los equipos del país, sólo superados por los 24 títulos con que cuenta Argentina.
De Reino Unido a Estados Unidos, pasando por el Imperio
Brasil, como país independiente, nació monárquico. Todo comenzó en noviembre de 1807, cuando las tropas de Napoleón, aprovechando el Tratado de Fontainebleau, atravesaron las fronteras de España con la anglófila Portugal y obligaron a sus reyes a huir valientemente como conejos. Al frente de la comitiva viajaba el regente de Portugal, el príncipe don Juan de Braganza, quien se embarcó en Lisboa y desembarcó rodeado de cortesanos en Río de Janeiro, donde estableció en 1808 el gobierno real.
En atención a su real acogida, Don Juan elevó el estatus de Brasil, que pasó de “Principado Virreinato” a “Reino”. En diciembre de 1815, tras recibir el espaldarazo del Congreso de Viena, el regente proclamó oficialmente “el Reino Unido de Portugal, Brasil y Algarve”, con capital en Río y en Bahía, y, cuyo común soberano pasó a ser, en marzo de 1816, Juan I de Brasil y VI de Portugal, de todos conocido como O Clemente.
El punto de inflexión llegó en 1820, cuando las revueltas liberales en Oporto obligaron a Juan VI a regresar a la metrópoli y nombrar regente en Brasil a su hijo Pedro. De forma inesperada, el niño salió «rana» y decidió ir por libre. La separación entre las dos líneas de los Braganza, con sus correspondientes cortesanos y parlamentarios, alcanzó su culminación en septiembre de 1822, cuando Pedro disolvió el Reino Unido y proclamó la independencia de Brasil bajo la forma de “Imperio”. Don Pedro I fue proclamado emperador. “A sorte está lançada, o Brasil está independente, não temos mais vínculos com Portugal. Independência ou Morte”, clamó el hijo díscolo de O Clemente. En 1825, tras varias derrotas militares, Portugal dobló la rodilla y admitió oficialmente a la nueva monarquía “hermana”.
El Imperio duró dos emperadores. Pedro I, el “padre de la patria”, cansado y enemistado con medio mundo, abdicó en 1831 en su hijo, que sólo tenía cinco años de edad y tuvo que esperar hasta 1840 para jurar oficialmente como emperador con el nombre de Pedro II. Fue el inicio de un larguísimo reinado cuyo máximo exponente fue la emancipación de los esclavos por expreso deseo del monarca, y que acabó agotado por una guerra con Paraguay que generó malestar entre los militares y selló su destino. Pedro II renunció al trono en 1889 tras la revuelta armada del general Manuel Deodoro da Fonseca, quien se convirtió en el presidente de la recién proclamada República Federal de los Estados Unidos de Brasil.
Pedro I y Pedro II
Pedro II, fallecido dos años más tarde en su exilio de París, ha sido una figura por lo general muy bien tratada por la historia, y no sólo por los afrodescendientes, que siguen considerándolo su “Lincoln brasileño”, sino incluso por sectores republicanos y democráticos que nunca han dejado de contrastar los logros de su reinado con las numerosas dictaduras militares que ha sufrido el país desde su derrocamiento.
La Casa de Braganza por la gracia de Dios
El régimen republicano brasileño tiene ya 126 años, y en todo este tiempo, la Casa de Braganza no se ha rendido. La rama brasileña de la dinastía se encuentran en la actualidad en su sexta generación. La primera fue la formada por los hijos de O Clemente, la segunda por los sucesores de Pedro I y la tercera por los hijos del último emperador.
El actual jefe de la Casa Imperial y primer aspirante al Trono pertenece a la quinta generación. Su nombre es Luis Gastón de Orleans y Braganza, nacido en 1938. Su heredero es su hermano, Betrand de Orleans y Braganza, de 74 años. Dado que éste, al igual que Don Luis, tampoco tiene descendencia, el tercero en la línea de sucesión es otro tataranieto de Pedro II, Antonio Juan, de 65 años. El cuarto es su hijo Rafael Antonio María, de 29 años, y en quinta y sexta posición aparecen dos mujeres, Amelia María de Fátima y María Gabriela Fernanda, hermanas de Rafael Antonio María.
Don Luis y Don Bertrand
En estos momentos, el “peso de la Corona” lo ejercen, y mucho, los dos hermanos mayores. “Se dice en Brasil que en todo republicano hay un monárquico que duerme”, declaró hace poco más de un año Su Alteza Imperial y Real el Príncipe Don Betrand. “Y la República, con todos sus desastres, está despertando a ese monárquico”, añadió.
Por las mismas fechas, Su Alteza Imperial y Real, el Príncipe Dos Luis, hizo público un mensaje a los brasileños con motivo de las elecciones presidenciales de 2014 en el que afirmaba que, “si creemos en Dios, debemos ser coherentes con este presupuesto en lo relativo a las palabras, las acciones e incluso los pensamientos. Así, defiendo que necesitamos adecuar las leyes humanas a la Ley de Dios y a la Ley Natural, y que la observación de los Diez Mandamientos obliga no sólo a los hombres individualmente, sino también a los Estados”.
A continuación, Dos Luis desarrolló todo un galimatías, aliñado con menciones a San Pablo (el Derecho Natural “es la ley escrita por el dedo de Dios en el alma del hombre”), a Cicerón y a Aristóteles, con el que hizo una contundente defensa del “derecho a la vida, a la educación, a la cultura, a construir una familia, al trabajo, al salario justo y familiar, a la propiedad y a la práctica de la Religión (escrito así, con mayúscula)», unos derechos “que anteceden al Estado, que éste debe garantizar y sobre los cuales no puede legislar a su gusto”.
El discurso de Don Luis supone, por tanto, toda una declaración de intenciones ideológicas. Así, el Príncipe recordó también unas palabras del Papa Emérito, Benedicto XVI, “ante los participantes de un congreso promovido por el Partido Popular Europeo”, en las que que defendió una serie de “principios innegociables”, como “la tutela de la vida en todas sus fases, desde el primer momento de la concepción hasta la muerte natural”, y el reconocimiento “de la estructura natural de la familia como unión entre un hombre y una mujer basada en el matrimonio”.
“En vista de eso, es imprescindible que los monárquicos se abstengan de votar a los candidatos contrarios a estas enseñanzas, así como a los partidos cuyo contenido pragmático se enfrente a la Ley de Dios”, concluyó el mensaje. A pesar de que «Dios es brasileño», como todo aficionado al fútbol sabe, las palabras del Príncipe no calaron demasiado en un país tan lleno de “monárquicos durmientes”. Dilma Rousseff, del Partido de los Trabajadores y antigua guerrillera contra la dictadura militar, obtuvo la victoria por un muy estrecho margen sobre el liberal Aécio Neves, gracias al apoyo, sobre todo, de los votantes de las regiones más pobres y atrasadas del norte y noreste de Brasil.
TFP
Lo que sí tienen claro los Braganza es que los monárquicos no deben tener su propio partido. “La monarquía es, necesariamente, suprapartidaria”, afirmó hace un par de años el presidente del Consejo de Administración de la Casa Imperial, José Guilherme Beccari. “Debe sobreponerse a las disputas políticas” y el monarca “es símbolo vivo de la nación, que abarca a todos los súbditos”, prosiguió. Por ello, advirtió, “aunque el emperador puede, y en algunos casos incluso debe, posicionarse sobre las cuestiones políticas y sociales más importantes para su pueblo, sus pronunciamientos siempre deben estar por encima de la contienda partidaria”, advirtió.
Por encima o por debajo, los Príncipes Dos Luis y Don Bertrand tienen ideología, como mandan los cánones.
Ambos son miembros de la Sociedad Brasileña para la Defensa de la Tradición, la Familia y la Propiedad (TFP), una organización fundada en 1960 por el fallecido catedrático y diputado católico Plinio Correa de Oliveira y que aspira a una “contrarrevolución” basada en el “amor cristiano” y contraria a la “revolución” encarnada en los masones, los comunistas y los socialistas. Don Betrand, aparte, tiene su propia página web, Paz no Campo, en la que combina la defensa del agrarismo más puro de raíces ultracatólicas con la defensa del medio ambiente e incluso de los derechos de los campesinos y los indígenas frente a las invasiones de sus tierras.
La asociación TFP, cuya página web está encabezada con una imagen de la Virgen de Fátima y en la que se reproducen unas cuantas cancioncillas en honor al “amor a la Iglesia Católica” y a “Nuestra Señora, Reina de la Historia”, se expandió a lo largo de los años sesenta por varios países latinoamericanos, entre ellos Argentina y Chile, en los que no sólo intensificó su cruzada contra el Concilio Vaticano II, sino que colaboró en los setenta con sus respectivas dictaduras militares, aportando elementos de legitimidad religiosa a la represión. En 1982, la periodista Penny Lernoux demostró que la TFP había colaborado con la CIA en la organización de los golpes de Estado militares que condujeron a las dictaduras de Chile y el propio Brasil.
Página wb de TFP
“En reiteradas ocasiones, en conferencias públicas o en entrevistas concedidas a la prensa nacional o extranjera, el Príncipe Don Luis, al igual que su hermano el Príncipe Imperial Don Bertrand, han aclarado que la fidelidad a los principios tradicionales católicos que les fueron transmitidos por su padre no impedirá el ejercicio de las funciones de un monarca constitucional parlamentario”, aseguró el ya citado presidente del Consejo de Administración de la Casa Real.
“Querer un emperador sin ideología es querer un emperador sin pensamiento. Desear un emperador sin ideología es querer en la jefatura del Estado a un inepto, con una capacidad cívica inferior al común de los brasileños”, advirtió Beccari, para que no queden dudas sobre la inteligencia de sus superiores.
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