La de hoy será la sexta ocasión en que candidatos de PP y PSOE se enfrenten en un debate electoral televisado. Los encuentros González-Aznar, Zapatero-Rajoy y Rajoy-Rubalcaba enseñaron pautas que el presidente y el jefe de la oposición no debieran desatender esta noche.
Mariano Rajoy y Pedro Sánchez protagonizan esta noche el sexto cara a cara electoral de la democracia española. Para Rajoy es el cuarto debate de este estilo, mientras que el jefe de la oposición se estrena en la lid. Nuestro país tardó 33 años en adoptar un instrumento popularizado en la campaña presidencial de Estados Unidos de 1960, que se saldó con una victoria de Kennedy sobre Nixon en gran parte debida a la explosión de la televisión como medio de masas. Más de medio siglo después, la pequeña pantalla está siendo la gran protagonista de una contienda electoral híperdisputada en España. Circunstancia que se afianzará después del hito de esta noche, que toma el testigo de los dos enfrentamientos González-Aznar de 1993, los dos Zapatero-Rajoy de 2008 y el único Rajoy-Rubalcaba de 2011. De todos ellos pueden extraerse cinco lecciones que los candidatos de PP y PSOE no debieran perder de vista.
1. Las pullas a veces se vuelven en contra. A este tipo de citas se llega después de días de intensa preparación, en los que los principales asesores y expertos de cada partido se han implicado al máximo. Un papel crucial lo juegan los golpes de efecto diseñados en las salas de máquinas, escenificaciones efectistas de algún punto débil del rival. Lo que ocurre es que a menudo el oponente ha contado con ello y lleva preparada una respuesta aún más contundente, como le ocurrió en 2011 a Alfredo Pérez Rubalcaba. El candidato del PSOE blandió unas supuestas declaraciones de Rajoy en el diario argentino La Nación donde este aseguraba que rebajaría el importe de la prestación por desempleo. Pero esas palabras habían sido «un error de interpretación del periodista en su buena fe», tal y como el autor del artículo reconoció a Rajoy en una carta que el líder del PP espetó a su oponente: «Sé cómo es usted y sabía que lo iba a traer.
Algo parecido le ocurrió a José María Aznar en el primer cara a cara de todos, el 24 de mayo de 1993 frente a Felipe González en Antena 3. Aznar había llevado la iniciativa durante todo el debate, avasallando con cifras a un rival confiado en exceso, y decidió propinar al final de la contienda un recado final: le afeó al entonces presidente haber «exigido» cerrar el debate, so pena de negarse a celebrarlo. González respondió asegurando que el PP había impuesto debatir sentados para neutralizar la diferencia de estatura de los candidatos y el cara a cara se enfangó durante minutos, eclipsando en parte la victoria dialéctica de Aznar, que una semana después perdería el segundo debate ante el candidato socialista, mucho más preparado y dispuesto.
2. La importancia de gestionar los tiempos. Uno de los errores que cometió González en ese primer enfrentamiento con Aznar fue no controlar bien los turnos de intervención. «Pensó que los debates de ese tipo no eran tan diferentes a una entrevista en televisión, a una rueda de prensa o a un debate parlamentario», recordaría después su exjefe de campaña, José María Maravall, en entrevista con La Sexta. El entonces presidente se enredaba en las introducciones, no sintetizaba ni adecuaba el mensaje al tiempo de que disponía en cada ocasión, síntomas de la escasa importancia que dio a la cita. «González siempre minusvaloró y despreció a Aznar», explicaría en ese mismo reportaje Miguel Ángel Rodríguez, exdirector de comunicación del PP.
Lo crucial de este aspecto volvió a ponerse de relieve hace cuatro años, cuando Rubalcaba se despistó por completo en el primer bloque y llegó a su turno final con siete minutos libres. Una barbaridad de tiempo a lo largo de la cual es imposible retener la atención del espectador o colocar un mensaje de forma efectiva. El candidato del PSOE no daba crédito -«¿Perdón? ¿Me quedan siete minutos?»- cuando el moderador le informó de la circunstancia. En esta ocasión se ha pactado un formato más abierto con un papel secundario de los cronómetros pero la gestión de los tiempos seguirá siendo vital.
3. De la audacia al error capital hay un paso. Pocos momentos de los debates españoles han perdurado en la memoria colectiva más que la «niña» de Rajoy. El recurso que el candidato popular utilizó en 2008 ante Zapatero para dibujar su España ideal resultó impostado, artificial y contraproducente. Génova pensó con razón en el poder comunicativo de las metáforas pero la ejecución fue un desastre carente de toda credibilidad. Para más inri, ese era el broche final de la intervención de Rajoy y de nuevo fue empleado en la segunda contienda. El líder del PP sabe mejor que nadie desde entonces que innovar en un evento ante millones de españoles comporta sus riesgos.
4. El postdebate, tan importante o más que el debate en sí. La pregunta del millón que sucede a todo debate electoral es la de ¿quién ha ganado? Los cara a cara son tratados casi como encuentros deportivos, como combates de boxeo. Al margen de consideraciones sobre la pertinencia de darles o no ese trato, no se puede obviar que la demanda social y mediática estará ahí en cuanto acabe la contienda. A menudo no está claro quién es el vencedor, pues los debatientes suelen enrocarse en intervenciones preparadas de antemano, reiterar una y otra vez sus mensajes clave y arriesgar lo justo. Otras veces es un detalle el que decide. Y las más es el postdebate quien determina un ganador y un perdedor.
Así ocurrió en el segundo debate de 1993, cuando las caras de abatimiento de Javier Arenas y otros miembros del PP reflejaron una derrota de su candidato, o, mucho más reciente, tras el Valenciano-Cañete de las europeas de 2014. El cabeza de cartel popular perdió la batalla al día siguiente, al declarar que se había medido en el debate para no mostrar «superioridad intelectual», temeroso de ser tildado de «machista» si lo hacía. La avalancha de críticas al comentario le hizo pedir disculpas pero ya era tarde para que de aquella contienda quedara algo más que ese parecer de Cañete.
5. Mejor con una sonrisa. El enfado vende poco en política y lo poco que vende es de forma circunstancial, aunque a veces se haga perentorio mostrarlo. Bien lo sabe Pablo Iglesias, que cambió hace meses el ceño fruncido con que se hizo un hueco en el sistema de partidos por la sonrisa y está implementando una inteligente y exitosa campaña en positivo en torno al relato de la «remontada». En los debates, los planos de escucha son importantes. Comparecer relajado y sin afectar preocupación por las críticas mientras habla el rival da imagen de que te está yendo bien. Además, puede ayudar a desequilibrar la balanza en enfrentamientos competidos. Así ocurrió en 2008, cuando la llave de la victoria se la dio a Zapatero, junto al patinazo de Rajoy con su «niña», aquel final inesperado y efectista que el leonés adornó con su sempiterna sonrisa: «Buenas noches, y buena suerte».