Germán Álvarez Blanco continúa hoy la correspondencia comenzada la semana pasada con MO , iniciales de un importante empresario y financiero en cuya lucidez de visión sobre nuestro país tiene una confianza especial.
Admirado amigo:
En el tiempo que transcurrirá desde hoy a los de enero (en los meses uno y dos y en el último de cada año, los idus caen en día 13), el joven león del nordeste con hambre de poder y el veterano zorro del noroeste, superviviente de mil batallas en pasillos a veces traicioneros, pero que piensa haber merecido el respeto a su legado y un nicho digno para guardar su recuerdo histórico -ya redactan a la vuelta de la esquina los primeros párrafos-, habrán resuelto si el camino a seguir en el inmediato futuro conduce o no a una guerra civil en las filas de la derecha. Sobre todo, una vez aclarado en el debate “Cara a Cara” celebrado ayer por los llamados representantes del bipartidismo que el outsider Sánchez no da la talla para optar al título.
Quizá sus talantes, circunstancias y un cuidadoso análisis de los respectivos entornos les empujen a concebir arreglos que terminen en una especie de fusión de sus respectivas clientelas. No suena, a priori, como algo inconveniente para la estabilidad española, sino todo lo contrario. Me opondrás, MO –eres demasiado inteligente y hábil como para no hacerlo-, que no parece fácil que los seguidores de alguien procedente del pasado pero aún vigente se dejen fagocitar sin resistencia por los de un pimpollo que pretende hablar en nombre del porvenir. Cierto. Para llegar a ello tendrían que diseñar con la debida cautela el retiro de toda una cepa dirigente crecida a los pechos de la Transición, y su consiguiente relevo por gentes que sólo excepcionalmente sobrepasarán los cuarenta años de edad. Sería, de llevarse a cabo, el último gran servicio que Rajoy podría hacer a España y a su partido, pues en esa circunstancia él estaría en condiciones de negociar y arrancar concesiones que harían tolerable la operación.
España renovaría, de darse este supuesto, la oportunidad de avanzar que tuvo, recién desaparecido Franco, al toparse con un establishment listo para gobernar. Un grupo humano que era, sin duda, de derechas. Pero también consciente de que sólo la moderación y el saber escuchar al adversario de clase permitiría abordar una etapa que se presentaba como decisiva, y superar felizmente la peliaguda encrucijada en que se hallaba el país.
Esa sorprendente dirigencia la encarnaron Adolfo Suárez y la UCD, institución que duró poco por la falta de experiencia de sus variopintos líderes en la cultura del pacto, y por una serie de insuperables contradicciones internas, producto de unos orígenes ideológicos con frecuencia opuestos además de exacerbados por las presiones ejercidas por intereses formidables. Pero la extraña amalgama que concentraban aquellas siglas significó, a fin de cuentas, una bendición que impidió a los españoles resolver las flagrantes diferencias que nos dividían por los métodos de siempre: a tiros, y echándonos al monte.
Circula con frecuencia en sesudas páginas académicas y en corrillos de tertulianos una afirmación que para muchos se ha convertido en axioma: en democracia, sólo la derecha saca a un país con economía de mercado de una crisis de recursos; pero, luego, una mayoría de ciudadanos ha de relevarla, porque históricamente –hablo de Europa- esa derecha sabe entrar en beneficios, más es egoísta y rácana a la hora de gastarlos o repartirlos. Ya está bastante probado que dar el gobierno a la izquierda en medio de una racha negativa conduce a la quiebra; pero sí conviene hacerlo cuando la caja está llena, porque gasta y distribuye mejor. Así funcionan los ciclos de vacas gordas y vacas flacas desde los tiempos bíblicos, aunque por entonces los dueños de la intendencia no se agrupaban siguiendo ideas sino por proximidades personales.
No sé qué opinarás tú, siendo como eres uno de los más penetrantes analistas de nuestra realidad que conozco. Desde mi punto de vista, los españoles nunca se han distinguido por una especial sabiduría en sus actitudes políticas, pero hoy los creo escarmentados y aprendidos. Al menos, me lo parece. Así que, dado lo precipitado y discutible que suena el diagnóstico de que los malos tiempos han quedado atrás, barrunto que optarán por confiar sus presupuestos para el inmediato futuro a la derecha del PP y al centro-derecha de C´s. Doy por cumplido que ese será el veredicto del 20-D.
Cómo veo que los dos optimates puedan manejar una hipotética situación tan llena de aristas lo avancé hace cosa de un mes en el artículo “Soraya S.S., el oscuro objeto de deseo de Albert Rivera”.
Te resumo, querido MO, mi tesis, que no rectifico ni en un ápice: habrá Gobierno del PP con apoyo parlamentario (más pasivo que activo) de C´s, que lo condicionará en profundidad, reservándose de esa manera la elección del momento conveniente para romper, e ir a otras elecciones.
En ese tiempo, C´s irá opando al PP, componiendo una estructura territorial que hoy no tiene y que la experiencia señala como imprescindible a la hora de gobernar. Lo hará a base de incorporar a sus filas a numerosos valores jóvenes de la Calle Génova y sucursales periféricas, cuya fe en la vieja guardia que aún les mangonea ya es escasa, si no nula, y que estarán esperando la llamada del Nuevo Líder como el pueblo hebreo aguardaba la caída del maná cuando vagaba por el desierto.
Pasará entre un año y medio y dos, calculé entonces y lo reitero, hasta que Rajoy, incapaz de seguir el ritmo de cambios y contriciones que le exigirá Rivera y de soportar el goteo de deserciones, tire la toalla. Difícil que en ese plazo el gallo catalán, jugando, como lo hará, a guardián de la limpieza y la decencia, no tenga dispuesta la plataforma de despegue que sin duda precisará para pasar a mayores.
El `Joven César´ Albert Rivera puede permitirse ser generoso con el `Pompeyo´ gallego porque, en realidad, estará siéndolo consigo mismo. Y deberá hacerlo para alcanzar la sucesión sin irritar en exceso a unas bases que, vacilantes hoy entre modos de hacer o gobernar claramente envejecidos y métodos innovadores que con frecuencia conculcan dogmas acartonados y hasta caducos pero en los que creían y puede que aun crean, no perdonarían que el inevitable relevo se hiciera sin un imprescindible respeto al trabajo bien compuesto en el reciente pasado, pues opinan que también lo ha habido. No aceptarían que las impaciencias convirtieran lo que debe ser una evolución sin temblores telúricos en un seísmo incontrolable que transformase las oportunas revisiones ideológicas en egocéntricas cacerías personales.
No sé tú, pero si, de resultas de estos comicios, Rajoy y Rivera descubren que no tienen más remedio que amancebarse una temporada, yo estoy persuadido de que encontrarán el tono y los puntos para alcanzar un apaño correcto y que funcione. De tontos tienen muy poco, a pesar de los juicios despectivos que los simplistas vierten sobre ellos.
A uno, le conviene para entrar en la Historia con el paso firme y la serenidad que promueve el reconocimiento público de que los aciertos durante los hechos que le tocó protagonizar han sido superiores a los borrones. Al otro, porque podrá aprovechar ese aterrizaje suave para completar un estado mayor sólido, solvente y de auténticas dimensiones nacionales. Y presentarse como el recreador de una derecha moderna, laica, con tintes progresistas, aceptada hasta en las redes sociales, y apta para ganar de calle una nueva justa electoral en el plazo que he mencionado.
Si te parece que yerro hasta un límite preocupante, te ruego, querido amigo, que me invites a tomar una copa contigo y me ilustres con tus reflexiones.
Tuyo.
Germán