Si tuviera que ponerle una banda sonora al momento actual, creo que no hallaría otra mejor que aquella preciosa canción de mi amiga Sole Giménez “¡Cómo hemos cambiado!”.
En medio de esa página en blanco política, a la que aludía en mi último artículo, comenzamos a vislumbrar un panorama del que poco o nada se puede vaticinar, ya que la excesiva novedad de esta etapa sólo podrá ser despejada con los resultados de un estudio empírico que sólo el tiempo puede proporcionar.
Me produce un cierto estupor escuchar las catastróficas profecías que manifiesta -acaso fruto de un incontrolable miedo a lo desconocido- una parte de la sociedad que parece olvidar que la vida es movimiento, que el tiempo lucha de forma inexorable en contra de lo inmutable y que la era tecnológica ha aumentado exponencialmente la velocidad del proceso del cambio.
Y en esta vorágine de situaciones inéditas, idas y venidas, pactos y rupturas, se cumple el primer año de reinado de Felipe VI. Complejo papel el que el destino ha reservado para quien intenta sentar las bases de una reinterpretación de la monarquía, en un escenario en el que todos los actores buscan personaje.
Cada uno interpreta su presente en función de sus recuerdos que, como dijo hace unos días Alfonso Guerra en el emotivo homenaje ciudadano que le organizaron en el Círculo de Bellas Artes con motivo de su 75 cumpleaños, “posiblemente son lo único que nos queda de la vida”. Y echando una mirada hacia atrás, recuerdo mi primer encuentro con el entonces Príncipe Felipe. Tuvo lugar el día en que se reinauguraba el Teatro Real, tras su remodelación, con la representación de la ópera “La vida breve” de Manuel de Falla, de cuyo elenco yo formaba parte. Aquel día, en el cóctel posterior, que se realizó en los preciosos salones del Teatro, pude apreciar el inteligente sentido del humor de nuestro actual monarca. Llevaba más de media hora departiendo con él y llegó un momento en el que la conversación era tan fluida que, de repente, fui consciente de que estaba tuteándole sin querer. Al darme cuenta me excusé por ello y él me replicó: “No te preocupes, ahora se abrirá el cielo, caerá un rayo divino y te fulminará”, lo que provocó en ambos una sonora carcajada. El destino quiso que unas semanas después fuese convocada por El Semanal para un reportaje junto a él y otras personas destacadas de su generación. Muchos han sido los actos oficiales en los que hemos coincidido posteriormente. Y he seguido con respeto y afecto su evolución, especialmente en este primer año de reinado, en el que he tenido la oportunidad de hablar directamente con él en varias ocasiones.
Al margen de lo que opinen unos y otros sobre la monarquía y su función en el siglo XXI, creo que todos estarán de acuerdo en reconocerle lo impecable de la forma en que está llevando a cabo su cometido. Se había preparado toda su vida para ser Rey y se ha convertido en un monarca consciente de la época en la que le ha tocado reinar, diligente y culto, capaz de desempeñar sus funciones con responsabilidad, elegancia y cercanía. Don Felipe y Doña Letizia han demostrado ser unos magníficos embajadores de nuestro país y la imagen que proyectan de España en sus visitas oficiales es la de una nación renovada que trabaja para recuperar el respeto y la confianza que nunca debió perder en el camino de esta crisis devastadora que está durando demasiado.
En una reunión le oí comentar lo agradablemente sorprendido que se sentía por la normalidad con la que se estaba produciendo el relevo en la Corona y su interés por que le hiciésemos llegar las preocupaciones de nuestra sociedad. Estoy segura de que ha contribuido a esta normalización la celeridad con la que ha adoptado más de una veintena de medidas para renovar la Monarquía y recuperar su prestigio, así como la sensibilidad que muestra en el trato y su elocuencia, que no es extraña en un Rey que concede largas horas a la lectura y que ha heredado de su madre, la Reina Sofía, el amor por las Artes y la Cultura.
Este primer año de reinado sólo es el comienzo de un sendero que le deseo largo y no demasiado escarpado. Un camino en el que ante todo deberá mantenerse al resguardo de la decepción, para combatir las adversidades y preservar el entusiasmo con el que ha iniciado la marcha, porque hay que ser conscientes de que su momento no es fácil, pero… ¿cuándo fue fácil reinar?