Con Pokémon Go, como siempre que viene alguna moda nueva, podemos leer a cientos de personas diciéndote por qué es una práctica absurda y cómo deberíamos estar ayudando a refugiados en Lesbos en lugar de jugar alegremente a este agotabaterías que casi nunca funciona bien del todo y es obviamente adictivo en nuestro tiempo libre.
El problema es que los remiendarealidades de siempre se empeñan en mezclar esferas diferentes de nuestro tiempo y en repartirlo alegremente. Da igual que no molestes a nadie, no robes a nadie y no mandes SMS de apoyo a ningún tesorero. En realidad, ¡oh, enemigo de Pokémon Go! ¿Cuánto dedicas a tu familia? ¿Cuánto a los demás? ¿Cuánto a ti mismo? ¿Cuánto a videojuegos? ¿Cuánto a militar en un círculo, una casa del pueblo o en el chalé donde se reúnan las juventudes del PP?
No creo que ni un español haya dejado de ayudar en comedores sociales, gastar en ONG o sacar a sin techo de la calle para dedicar a su tiempo a jugar a Pokémon Go. A lo mejor, eso sí, han dejado de jugar al Fifa en el sofá y se han lanzado a patear la ciudad para recoger pokémones. Quizá ahora hacen amigos humanos en lugar de tipos con los que hablan en el Call of Duty –y también es mejor eso que no hablar con nadie–. Tal vez estén descuidando su próximo cosplay, o dejando a medio preparar una partida de rol.
Entendería argumentos del tipo: «Habiendo juegazos como The Witcher 3, ¿por qué pierdes el tiempo en Pokémon?» o «Si tienes Stranger Things o Angie Tribeca, ¿a qué viene emplear el tiempo en eso?». Tampoco está mal andar un poco, pero al menos estás mezclando peras con peras.
El otro día, cazando pokémones con mi mujer y mis niños (también lo hago solo, no te creas), nos encontramos por el barrio con un chaval, un cazador solitario que nos escuchó hablar de la cosa, se nos acercó y nos dio algunos consejos simpáticos. Olé por él. Cuando yo era joven ese chico no habría podido ir por la calle por Madrid sin que un montón de zombies en chandal de táctel le quitasen el móvil, el dinero y le diesen una paliza. Mucho hemos cambiado desde que a los once años unos desgraciados me tiraron por las escaleras en Embajadores para quitarme una riñonera y un billete con la efigie de Benito Pérez Galdós que me había dado mi querida abuela Maruja. Ahora, en cambio, tenemos pokéquedadas en el Retiro y Sol con gente sonriendo y disfrutando de su tiempo y del ajeno.
Y lo peor, lo peor de todo, es que nos pongamos dignos en un país que dedica buena parte de su tiempo libre a ver simple TV en abierto, rollo Sálvame, Supervivientes o MYHYV, que TAMBIÉN es muy respetable por más mierder que a mí me parezca y que da de comer a muchas personas normales.
Hablamos de un país en el que no todo el mundo está, precisamente, dedicando cada minuto a formarse a lo loco en nuevas habilidades, tecnologías, o fórmulas de emprendimiento, a ver si recortan ellos mismos, y no sólo el Estado –que también–, nuestra lamentable tasa de paro. En España muchos de nosotros reconocemos sin pudor que pasamos muchas horas cada semana sentados en terrazas, dándole a la sin hueso y que llenamos hasta la bandera playas y chiringuitos. Que así somos, y está muy bien.
Somos un país en el que, por ser incapaces, somos incapaces hasta de formar gobierno. Y a todos los tipos medio sensatos que nos sentimos escasos de tiempo por nuestro afán en hacer algo con él, bien para nosotros, para nuestros hijos, o para los demás, nos tocan las gónadas las proclamas repartetiempo de los siempredignos. Hace dos días mi hermano me dijo que iba a donar médula, y apuesto dinero a que cazó bichos por el camino, en el hospital, y en la puñetera consulta si hizo falta. Me saca cinco niveles, el muy cabrón.
¿No le gustan a usted los pokémones? Perfecto. Le digo lo mismo que llevo años diciendo a todos aquellos que desde pequeño me dicen que no me deberían gustar los tebeos, el rol, Yngwie Malmsteen, los videojuegos, la economía, los libros de gente que vive sobre una tortuga gigante que flota por el espacio, Ralf König, los viajes en el tiempo, dibujar señores en pijama, Gravity Falls o los animales que hablan: si no molesto a nadie váyase usted a la mierda y déjeme con mis cosas, que yo no me meto con las suyas.