Cinco lecciones que deja la ruptura de Orange y Bouygues

Stéphane Richard y Martin Bouygues

El pasado viernes, primer día de abril, se puso fin a la negociación por la cual Orange iba comprar Bouygues Telecom por unos 11.000 millones de euros. La operación, complicada desde el principio, ha terminado con acusaciones cruzadas sobre quién ha sido el responsable.

La compra de Bouygues por parte de Orange tenía demasiados enemigos. El Gobierno francés, las autoridades de competencia, las organizaciones de consumo e, incluso, el director general Martin Bouygues con un desmedido ansia de poder. En ese escenario, la ruptura de las negociaciones parece lo lógico.

El sector de las telecomunicaciones pide (o le piden) a gritos una consolidación. Esto es que quede el menor número de compañías, pero asegurando una competencia efectiva para que no haya un aumento de precios. Así, en Francia, durante el último año ya se han echado abajo, además de esta operación, una que tuvo como protagonistas a SFR y la propia Bouygues el pasado verano.

Con independencia de quién ha sido el culpable, o los responsables, para que la operación no haya salido adelante, estas son cincos lecciones que deja la ruptura de cara al futuro del sector, su consolidación y los retos regulatorios.

Operaciones suicidas desde el inicio

El pasado reciente del sector teleco está lleno de empresas que han adquirido a otras en busca de esa consolidación. En España, por ejemplo, Vodafone y Orange han comprado Ono y Jazztel, respectivamente. En Reino Unido está abierta la compra de O2 por parte de Hutchison, y en Alemania, también O2, se fusionó con e-Plus.

Todas tenían una peculiaridad: ninguna era la mayor compañía de su región. En estos momentos, Orange tiene una cuota de mercado del 40%, que roza el límite de la falta de competencia, tanto en móvil como fijo. Con la compra de Bouygues llegaría a superar el 50%. Por lo tanto, todos eran conscientes de que, pese a los remedies y condiciones que se pusieran, esta operación nunca sería validada por Bruselas ni las autoridades francesas.

Por eso la negociación siempre ha sido a medio gas. Sin concretar. Nació como operación muerta. Esto deja como lección que pese la necesidad de consolidación, ninguna compañía puede en estos momentos llegar a tener la mitad del mercado.

Ojo al precio de los servicios

¿Qué sucede cuando el competidor más agresivo en precio desaparece? El Gobierno francés, juez y parte dentro de la negociación, sabía que reduciendo el mercado de telecos francés a tres alternativas: Orange, SFR y Free, los precios podrían elevarse.

En países como España ya ha sucedido. Movistar, Vodafone y Orange han subido precios con el argumento de que mejoran los servicios. La lección aprendida es que una menor competencia deja la sensación permanente de que los usuarios saldrán perdiendo. Eso deben mejorarlo las empresas.

Menos competencia, mayor inversión

Ligado de manera muy estrecha, los operadores argumentan que, pese a la posible subida de precios que ninguno descarta, lo que siempre habrá es una mejora de servicios. Es decir, mejor cobertura de 4G, una banda ancha más rápida. Y ahora, mejores contenidos de televisión.

En este sentido, todas las compañías arguyen que con una menor tensión competitiva, esto es menos de cuatro operadores por país, pueden mantener sus márgenes más altos y, por lo tanto, alcanzar mayores niveles de inversión que se traduce en mejores servicios.

Así, SFR y Orange estaban convencidas de que al salir adelante la operación no tendrían que seguir en una guerra de precios contra Free o la propia Bouygues y podrían invertir más.

El libre mercado condicionado

Desde la prensa francesa apuntan a que el ministro de Economía, Emmanuel Macron, habría sido el principal responsable de la ruptura. Y es que Orange tiene una participación del Gobierno en su accionariado del 23%, algo que no querían perder bajo ningún concepto.

Martin Bouygues quería que la  participación estatal se diluyera por debajo del 20%, mientras que la suya subiera del 10% al 15% y que sus derechos de voto valieran el doble que el del resto de los consejeros del máximo órgano ejecutivo durante diez años.

El resultado final es un intervencionismo anacrónico en una empresa privada. Por mucho que, hasta el mismísimo presidente de Francia, François Hollande, hable del empleo y la necesidad de mantener a Orange a salvo de manos privadas. Lo cierto es que resulta raro que la administración pública pueda determinar la libre competencia en un sector como el de las telecomunicaciones. Sobre todo porque en estos momentos pelea contra las empresas de contenido digital, como Google, Amazon o las redes sociales, y el hecho de que el Gobierno tenga el control limita su capacidad de acción.

Una incertidumbre de futuro

Se cierra este capítulo, pero no la historia. Tras el fracaso en la negociación, y habiendo dejado todos bien claro que el mercado francés va a permanecer con cuatro competidores durante bastante tiempo, todos los ojos miran ahora a Reino Unido, donde los actores de las telecomunicaciones pueden mermar si, finalmente, Bruselas da vía libre a la venta de O2 a Hutchison en Reino Unido.

¿Necesita los diferentes mercados cuatro operadores de telefonía? ¿O con tres hay competencia suficiente? En España, por ejemplo, de facto solo hay tres compañías que operan tanto en fijo como móvil. El resultado ha sido una subida de precios. Sí, a cambio de mejores servicios, pero subida de precios.

La Comisión Europea ya ha advertido de que quiere que en todos los países haya cuatro operadores con poder significativo para que el mercado mantenga tensión competitiva. En la práctica eso no sucede en ningún lugar. La ruptura de las negociaciones entre Orange y Bouygues deja muchas lecciones. Cada uno las tomará a su manera.

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