Aficiones hermanadas por su amor al fútbol y dispuestas a protestar esta o aquella tarjeta roja. Dispuestos a aplaudir, a cantar, a portar banderas y, sí, también a pitar el himno –con mucha menos intensidad que en los encuentros que han enfrentado a Barcelona y Athletic–, o a aplaudirlo.
Pero sin violencia, sin odio manifiesto, sin alborotadores venidos a convertir los aledaños del Calderón en un campo de batalla. Nos encontramos, al final, con españoles con ideas distintas pero sensatos, dispuestos a pasar un buen rato y preparadoas para descubrir, en un encuentro agónico, qué equipo ha llegado al final de la temporada en mejor forma.
¿Lo mejor? También el Rey estuvo a la altura y fue el de todos los españoles. Aguantó estoico los pitos y los aplausos, sin torcer el gesto. Como corresponde.
En la reciente película de Jay Roach Trumbo, que narra los avatares de Dalton Trumbo, el guionista de Espartaco, Éxodo o Vacaciones en Roma, que ganó dos Oscars por películas que vendió con pseudónimos o utilizando a un colega como intermediario en plena vorágine anticomunista, se recoge un movimiento brillante por parte de John Fitzgerald Kennedy.
El presidente asistió, sorteando los piquetes, a una proyección de Espartaco, la película en la que Trumbo recuperó su condición de guionista acreditado, en claro desafío a la Lista Negra del Comité de Actividades Antiamericanas, un movimiento fuertemente respaldado por John Wayne y Hedda Hopper. Preguntado por la película, se limitó a decir que le gustó y aventuró que tendría mucho éxito. Un gesto sencillo, pero poderoso.
Felipe VI, con su actitud ante los pitos, se limitó también a señalar algo importante en nuestra democracia: Puede no estar de acuerdo con las opiniones de quienes pitan, pero respeta su derecho a hacerlo. A su manera, parafrasea la famosa cita de Evelyn Beatrice Hall que a menudo se atribuye a Voltaire, en defensa de la libertad de expresión.
Los pitos al Rey son una falta de respeto, qué duda cabe. Pero en cuestiones en las que los sentimientos están tan a flor de pie, no hay mejor desprecio que no hacer aprecio. El silencio responsable y educado ante quienes te pitan, te gritan y te increpan es una victoria poderosa.
Vivimos en la Era de Streisand, el momento en el que más efectivo es el llamado Efecto Streisand: Cualquier intento de censura en la era de la información termina por rebotarte.
Conviene más aplicar aquello que siempre me decía mi abuelo con sorna: «A palabras inconscientes emitidas por laringes inconscientes, trompas de eustaquio en el más profundo estado de letargo». Vamos, que a palabras necias, oídos sordos.