La pobreza energética podría estar provocando, según los expertos, miles de muertes prematuras cada año y se relaciona con la aparición o agravamiento de múltiples afecciones, también enfermedades mentales. La caída de ingresos de las familias por la crisis y la subida de los precios de luz y gas han hecho que se dispare la cifra de españoles que no pueden mantener su vivienda a una temperatura siquiera aceptable.
Una nueva pobreza se ha instalado en la vida de millones de españoles. Es menos visible, más íntima que esas otras situaciones que todos identificamos claramente con el término pobreza. Se vive de puertas para adentro, en la oscuridad de los hogares. Millones de españoles tienen dificultades severas para pagar la energía necesaria para garantizar unas condiciones adecuadas de habitabilidad en su casa. Y esa pobreza (también) mata. Los expertos calculan que más de 7.000 muertes prematuras serían consecuencia cada año de este problema que la crisis ha agravado, y mucho.
Esa nueva pobreza ha atrapado ya a siete millones de españoles, según se recoge en el último informe sobre Pobreza energética en España, elaborado por la Asociación de Ciencias Ambientales (ACA) con datos correspondientes al cierre de 2012 [ver aquí el informe completo]. El estudio confirma que el alcance y la intensidad de este escenario dramático se han disparado en los últimos años: esa pobreza energética que hoy golpea a siete millones de españoles afectaba a sólo 2,5 millones de ciudadanos antes de la crisis, y en 2010 eran cinco millones los que tenían problemas serios para asumir el coste de la luz y el gas.
El golpe que ha supuesto la crisis económica para el nivel de ingresos de muchos hogares, el encarecimiento de los precios energéticos (con subidas de más del 70% en la última década en el caso del recibo de la luz) y los problemas evidentes de eficiencia energética en el parque de vivienda español han derivado en un agravamiento de este nuevo tipo de pobreza. Una pobreza en la que los expertos incluyen a los ciudadanos que tienen que destinar más de un 10% de sus ingresos totales para cubrir los gastos energéticos anuales de la vivienda (el doble que la media nacional) y, en paralelo, que son incapaces de mantener el hogar a una temperatura adecuada sobre todo en los meses fríos (al menos entre 18 y 21 grados).
Pobreza y mortalidad invernal
La imposibilidad de asumir los costes necesarios para garantizar estas condiciones en los hogares no sólo afecta al confort de las personas, sino que tiene un impacto en su salud y, además, permite establecer una relación directa entre el incremento de las tasas de mortalidad durante el invierno y la pobreza energética. “La pobreza energética no es tan sólo una cuestión de desigualdad en las condiciones materiales de vida (confort térmico o ingresos disponibles una vez descontados los costes asociados a la vivienda) sino que es una circunstancia que afecta de forma fundamental al bienestar, hasta tal punto que acorta la vida de algunas personas que la sufren”, apunta el informe de ACA.
Habitar en una vivienda con temperaturas por debajo de los niveles recomendables eleva el riesgo de sufrir enfermedades respiratorias y cardiovasculares, que es una de las causas por las que la mortalidad crece en los meses de invierno, sobre todo entre los ancianos.
La pobreza energética podría estar causando así en nuestro país un promedio de 7.200 muertes prematuras al año
Año tras año, la cifra de fallecimientos crece entre diciembre y marzo. Y esa mortalidad adicional que se registra en los meses de invierno alcanza de media las 24.000 muertes cada año (es el promedio que se registró entre 1996 y 2012, según los cálculos de ACA realizados a partir de datos del Instituto Nacional de Estadística). Y una parte de los decesos adicionales que se registran año tras año estaría directamente vinculada con situaciones de pobreza energética. Pero es difícil determinar con exactitud cuántas.
No existen estadísticas específicas que determinen cuántas de esas muertes adicionales que se registran en invierno tienen como causa la temperatura insuficiente en la vivienda por no poder cubrir los costes energéticos. Varios estudios comparativos elaborados para analizar la pobreza energética y sus consecuencias en Reino Unido (el país en que más se ha abordado desde un punto de vista científico este tema y en el que se desarrollan políticas específicas para combatirlo desde hace más de una década) estiman que este tipo de pobreza estaría detrás de entre un 10 y un 40% de la mortalidad adicional total de invierno. Por su parte, la Organización Mundial de la Salud (OMS) calcula que el 30% de esa mortalidad invernal se debe a las insuficientes condiciones de climatización en las viviendas.
La Asociación de Ciencias Ambientales extrapola en su informe estos porcentajes aceptados por los expertos internacionales para calcular la mortalidad vinculada a la pobreza energética en España. La pobreza energética podría estar causando así en nuestro país un promedio de 7.200 muertes prematuras al año (según el 30% que maneja la OMS), pero el rango más amplio apunta a que podrían situarse entre los 2.400 y los 9.600 fallecimientos cada año por esta causa. “En algunos inviernos especialmente negativos, como los de 1998-99, 2004-2005 y 2011-2012, la mortalidad asociada a la pobreza energética en España podría haber superado las 10.000 muertes anuales”, se subraya en el estudio de ACA.
Las enfermedades de la pobreza energética
Son varios los estudios internacionales que vinculan la pobreza energética con una mayor prevalencia de determinadas enfermedades (fundamentalmente de carácter respiratorio y cardiovascular, pero no sólo) que afectan con mayor intensidad a colectivos de población más vulnerables, como los ancianos y los niños. Y es que los efectos de la pobreza energética en las personas no se circunscriben a una mortalidad mayor, sino que tendrían una relación directa con afecciones variadas y con diferente incidencia… algunas igualmente dramáticas.
“Existe evidencia más que suficiente sobre los impactos sobre la salud de habitar una vivienda con temperaturas inadecuadas durante la estación fría. De hecho, se sabe que esa es una de las razones por las que las tasas de mortalidad, sobre todo entre personas de edad avanzada, son sustancialmente más altas en invierno que en verano. Además, la pobreza energética ha sido también relacionada con una mayor incidencia de ciertas enfermedades físicas y mentales, como el asma, la neumonía, la artritis, la ansiedad y la depresión”, sostiene Sergio Tirado, vicepresidente de ACA. “Esto implica que sufrir esta forma de pobreza no es tan solo una cuestión de desigualdad en las condiciones materiales de vida, sino que tiene un impacto profundo en la vida de las personas (tan profundo que influye en la esperanza de vida de los afectados)”.
Esta ‘nueva’ pobreza ha sido también relacionada con una mayor incidencia de ciertas enfermedades físicas y mentales, como el asma, la neumonía, la artritis, la ansiedad o la depresión
Resulta más o menos evidente que vivir en una casa con temperaturas inadecuadas pueda provocar afecciones menores como gripe o resfriado, o que agrava los problemas vinculados a la artritis o el reumatismo, o que tener que destinar un porcentaje elevado de los ingresos a pagar las facturas de luz y gas puede afectar a la dieta de las familias al reducir el presupuesto dedicado a alimentación, con todo lo que esto puede conllevar. Pero el golpe de este tipo de pobreza sobre la salud de las personas va más allá.
Vivir en una casa con temperaturas inadecuadas duplica la probabilidad de que los niños tengan problemas respiratorios, al tiempo que afecta a su progreso escolar y su resiliencia emocional, y para los niños de más corta edad incluso se han detectado problemas para ganar peso en los primeros años de vida, mayores tasas de admisiones hospitalarias y mayor incidencia y severidad de síntomas de asma, según se recoge en un estudio dirigido por Michael Marmot, profesor del Departamento de Epidemiología Pública de la University College de Londres (UCL), que recopila la evidencia científica al respecto desarrollada en Reino Unido [ver aquí el informe].
“El impacto en la salud provocado por la exposición al frío tienden a relacionarse con problemas cardiovasculares y respiratorios para temperaturas por debajo de los 12 grados centígrados y los 16 grados, respectivamente”, explica, por su parte, John Hills, director del Centro para el Análisis de la Exclusión Social de la London School of Economics, en uno de los informes sobre pobreza energética encargados por el Gobierno británico. “Las bajas temperaturas también se asocian con la disminución de la resistencia a las infecciones», indica. [ver aquí].
En paralelo, varios estudios vinculan la pobreza energética con problemas en la salud mental de los adolescentes: mientras que la probabilidad de sufrir problemas mentales en la adolescencia es del 5% para jóvenes que viven en hogares bien climatizados, entre quienes habitan en viviendas que padecen la pobreza energética esa probabilidad se dispara hasta el 25%.
Todas estas consecuencias para la salud que los estudios vinculan a la pobreza energética pueden ser consecuencia, parece claro, de la interacción de los problemas de confort térmico en el hogar con otros aspectos ligados a la pobreza en general (como una dieta de baja calidad, el estrés asociado a estas crudas situaciones, hábitos de consumo con incidencia en la salud…). La pobreza energética puede ser apenas el envés de la cara más oscura de la pobreza, de esos otros tipos de pobreza más visibles y que capta mayor atención (relativa) por parte de la opinión pública. Pero es un envés demasiado dramático.
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