Reconozco que según se iban sabiendo detalles sobre el caótico desarrollo de Cuatro Fantásticos (peleas en plató, actores conflictivos, un director retransmitiendo cómo se le derretían las ganas de vivir vía Twitter, poco tranquilizadoras incursiones de los productores en el montaje final), mi interés iba en aumento.
Tengo morbosa debilidad, como cualquier espectador interesado en el proceso creativo que hay detrás de una película, en los choques de trenes cinematográficos, y sé por experiencia que lo que la historia califica en su día de grandes desastres son, o bien producciones que directamente me gustan, o abismos a los que me gusta asomarme aunque sea por las razones equivocadas.
La recepción crítica y el relativo fracaso de taquilla de Cuatro Fantásticos debería servir como lección para futuros proyectos de este tipo: la única motivación de Fox para poner en pie en tiempo record y conscientes de los riesgos una película de los personajes fue no perder los derechos de Los Cuatro Fantásticos y que revirtieran a Marvel. La película es, pues, perfecta definición audiovisual de un producto sin alma.
Por supuesto, podía haber resultado de otra manera. Podía haber quedado, sin ir más lejos, una películta intrascendente, simpática e infravalorada como las dos anteriores y estupendas películas de los personajes. Pero era prácticamente imposible que Fox enhebrara, en estas condiciones, una catedral de alto presupuesto como las películas de los Vengadores. Y tampoco estaba en posición de llevar a cabo una producción minúscula, simpática y modesta, como la serie de Daredevil o Ant-Man. Sencillamente, era algo fuera del alcance de Josh Trank o Fox.
Y sin embargo… Cuatro Fantásticos no es una película despreciable. Yo la prefiero, sin ir más lejos, a las anodinas y anquilosadas películas de Spider-man o a las aventuras de los X-Men. También la prefiero con mucho a películas directamente sin el menor interés como los spin-offs de Lobezno o las nuevas peripecias de Superman. Cuatro Fantásticos es un desastre pero conserva en su seno, de algún modo, una extraña capacidad para la idea excéntrica y la salida de tono inspirada.
Por ejemplo, en el interludio en el que los héroes descubren los poderes se percibe algo de lo que al parecer Trank quería hacer con Cuatro Fantásticos y que recuerda a un Cronenberg pop y desnortado. Esas secuencias de un Reed Richards con las extremidades fuera de control, una Chica Invisible incapaz de dejar de entrar en fase o una Antorcha Humana aullando de horror y desconcierto ante lo que se ha convertido parecen salidas de un relato pulp de horror mutante y viscoso y poseen una atmósfera oscura nada desdeñable. El personaje de Doom también está bien tratado, y su paseo por nuestra dimensión reventando cabezas, preso de un soliloquio egomaniaco, es sorprendente por su visceralidad y que, si bien no tiene nada que ver con los comics, sí que resulta hipnótico y apunta en una dirección frustrada pero que habría sido interesante ver desarrollada. El criticadísimo clímax, en fin, un producto salido de reuniones de gente con corbata y no de auténticos creadores, es una amalgama de decisiones equivocadas pero fascinantes: una ambientación también posiblemente diseñada por Trank y que recuerda a su Chronicle, destrozada pero también potenciada por una buena ración de caos puro y desnudo.
Junto a eso, la inevitable macedonia de interpretaciones inadecuadas, efectos especiales asombrosamente competentes, diálogos interminables en pasillos igualmente kilométricos y, en general, un desentendimiento total de lo que son Los Cuatro Fantásticos y lo que significan para la cultura popular. Y pese a todo, es una película que, por muy variadas razones, recomendaría a ciegas. Porque a veces, y eso es lo más complicado de hacer entender tanto al fan monolítico que exige fotocopias literales de sus tebeos favoritos como al magnate de lo audiovisual que lo soluciona todo a base de cheques en blanco: que las cosas no son siempre o blancas o negras.
Cuatro Fantásticos / Fantastic Four
Josh Trank
2015