Cuando yo era un niño mis padres oían casi siempre la radio; bueno, es que en mi casa no hubo televisión hasta que yo tenía seis o siete años de edad. Y digo televisión por decir algo, porque por aquel entonces el 90 por ciento del tiempo de emisión era ocupado por la Carta de Ajuste que, como recordarán algunos, era una imagen aburrida, estática y en sus inicios con un sonido, tipo pitido, agudo y molesto, que posteriormente fue sustituido por música clásica. Recuerdo que el nuestro fue uno de los primeros televisores –si no el primero- que hubo en mi pueblo. Cada noche nuestro comedor, que era donde elevada y majestuosamente se situó la que por entonces era una auténtica caja mágica, se llenaba de vecinos que ansiosamente se apilaban para ocupar uno de los escasos sitios en la sala y poder disfrutar de un programa que, sin conocerlo y aun sabiendo que verían en blanco y negro, tenía para aquella gente, a juzgar por sus rostros de excitación, tintes de espectáculo sublime y misterioso.
Para mis abuelos las noticias de la radio, o el parte como ellos lo llamaban, eran sagradas, no se podía ni rechistar mientras se escuchaba; era su punto principal, y casi único, de contacto y conexión con el mundo. De alguna forma para mis padres el parte también ha sido siempre importante; quizá por ello, todavía a día de hoy, las comidas en casa de mis padres intentan ser compatibles con las noticias de la televisión.
A mi abuelo materno le fascinaba cantar por peteneras, al paterno recuerdo que le gustaba Antonio Molina; a mis padres les encantaban el Fari, Carmen Sevilla, Lola Flores, tarareaban las primeras melodías de The Beatles y el carro que le robaron a Manolo Escobar, a juzgar por las veces que oí de pequeño esta canción, debía estar escondido en el jardín de mi casa. A mí me gustaban mucho Peter, Paul & Mary, Elton John, Bruce Springnsteen, Donna Summer, Freddie Mercury, oia pop rock y country… Nuestros hijos ahora tienen mucha más variedad y escuchan y distinguen perfectamente diferentes tipos de música, como el hip hop, punk pop, bacalao, heavy metal, reggaeton, chill out, house, dance, tecno, etcétera.
Recuerdo la mano temblorosa de mi abuelo, a quien siempre vi escribir con pluma y tintero; el sonido del teclado de la máquina de escribir forma parte de la historia de mi padre. En la facultad me compré el primer ordenador Amstrand de cinta, dije goodbye al tipex y su procesador de texto me cautivó desde el primer día. Hoy, mis hijos, para quienes los artefactos tecnológicos son casi apéndices naturales de su anatomía, han contribuido a inventar un abecedario con bastantes menos letras para redactar textos y envían ya no SMS ó MSN a cualquiera sino whatsapps, vídeos, fotos, cualquier hora, en cualquier parte del mundo y desde cualquier dispositivo, por supuesto, móvil.
Mis padres se dirigían a los suyos de usted, a los nuestros los llamábamos papá y mamá y hoy nuestros hijos nos llaman por nuestro nombre propio. De la misma forma, en la época de mis abuelos sólo un puñado de privilegiados estudiaba una carrera universitaria; en la de mis padres este grupo no superaría el diez por ciento, en la nuestra la proporción aumentó considerablemente y hoy, afortunadamente, una gran mayoría puede cursar los estudios prácticamente que desee.
Después de esto, y de otros quinientos folios que fácilmente podríamos escribir para resaltar el contraste entre ayer y hoy, las diferencias entre lo que fueron nuestros abuelos y lo que son nuestros hijos, me pregunto: ¿alguien en su sano juicio puede pensar que las personas tengamos los mismos valores, planteamientos y las mismas actitudes ante la vida, el mundo o el trabajo que tenían nuestros predecesores?, ¿algún ingenuo desorientado puede creer que nada ha cambiado en y ante el trabajo?, ¿algún trasnochado gestor -o más bien deberíamos decir administrador, que ha perdido el manguito de sus neuronas- puede pensar que todo va a volver a ser cómo era antes?, ¿algún melancólico patológico puede estar convencido de que es el mundo el que está equivocado y que las empresas deben seguir concibiendo y organizando el trabajo, casi como propusiera Adam Smith en 1776 en su ya célebre obra Investigación sobre la naturaleza y causas de las riquezas de las Naciones y cuya tesis central es que la clave del bienestar social está en el crecimiento económico, que se potencia a través de la división del trabajo? ¡¡Señoras y señores!!, aunque todavía a más uno le pueda pesar…Smith, Taylor, Fayol, Sloan, etcétera -y con ellos parte de sus por entonces muy válidas, pero hoy rancias teorías en sus concepciones fundamentalistas sobre el hombre y la organización del trabajo,- ya han muerto. No les digo más, convénzanse: el trabajo y su organización han cambiado radicalmente y éste ha pasado de ser castigo divino a júbilo de elección personal en el que los nuevos profesionales buscan experiencias enriquecedoras, colaboración y diversión a la vez.
A tenor de lo que vemos y vivimos, nuestras organizaciones y sus procedimientos no están en sintonía con lo que los nuevos profesionales demandan, necesitan y sienten. Éstos se han criado en la sociedad de la abundancia. Han vivido en la época del exceso, en la del “más de todo y bueno”, de consumo generoso, de elección amplia, de oportunidades extraordinarias, etcétera. La gente hoy puede elegir entre pan de centeno, de ajo, de cebolla, de vino, helados de fresa o de higo chumbo, coches de lo que quiera, leer la noticias online en cualquier periódico digital, seleccionarlas en Flipboard, libros de todos los tipos… y si te apetece tomar una cerveza, el problema puede residir en la elección de la marca: hay más de 350 distintas.
En estos momentos los profesionales que llegan a nuestras organizaciones son parte de una nueva generación bien alimentada, que no tiene la angustia por prosperar que tenían sus predecesores porque ya poseen muchas de las cosas.
En nuestros días, los pilares del ahorro y el trabajo se están derrumbando. Ahora la gente lo que quiere es poder comprar y divertirse. El placer y el ocio son los pilares de la nueva realidad. Se espera una gratificación inmediata. Hoy las personas trabajan para enriquecerse, para divertirse, para conocer gente nueva, para viajar y visitar lugares desconocidos. En definitiva, para realizarse personalmente, para tener experiencias vitales únicas y, sobre todo, para sentir.
Jose Manuel Casado González
Presidente de 2.C Consulting