Voy a ser sincero: veo a Pedro Sánchez en esta precampaña como al boxeador que ha encajado una tanda de manos brutales en los inicios del primer round, se levanta, hace una serie de muecas después de haber escupido el protector y grita al árbitro y al público que está de puta madre. Cuando en realidad tiene la mirada turbia, los pies vacilantes y un inocultable tembleque en las rodillas.
Exactamente como le ocurrió a Almunia cuando Felipe González obtuvo la “dulce derrota” que le permitió irse sin excesiva humillación. Pero, en aquella circunstancia, el candidato del PSOE venía con el desgaste de una larga etapa en el poder, con corrupción galopante incluida; y, ahora, procede de chupar oposición frente a un gobierno impopular. No es lo mismo, sino bastante peor.
El púgil sociata transmite que está al borde mismo del nocaut.
Y es inútil que mire a su esquina buscando alguna indicación salvadora del coach o sus ayudantes. La impresión que allí transmiten es la misma que podrían enviar los habitantes de un gallinero cuando ven al maldito zorrillo rojo excavando la tierra justo donde se hinca aquella estaca, ya floja, para entrar y darse un banquete con ellos.
El mismo gallo asiste impotente al espectáculo y lanza desesperados kikirikís pidiendo auxilio ¿Quién para al zorrillo…? ¡Por favor, que alguien pare al zorrillo!
El zorrillo, ¡malditas sean las casualidades!, tiene el rostro de Pablo Iglesias. Y, mientras excava, con toda la calma porque está convencido de que nadie va a privarle del sabroso banquete, dirige al gallo, que se ha subido a un palo y ahuecado las plumas para hacerse pasar por más grande de lo que es, miradas cargadas de malicia, cachondeo y sentencia. En tanto elimina el último obstáculo para llegar a donde le aguarda el condumio, se permite mantener la abundante cola impávidamente acomodada sobre el lomo que cubre la camisa arremangada de siempre.
Resulta estremecedor. Cada gesto que el zorro hace –o témpora, o mores!- recuerda más a aquel González de otro tiempo, cuando se sacó de la manga el rollo del PSOE como Casa Común de la izquierda en España. Iglesias –el zorrillo rojísimo, aunque de color mutante cuando le conviene- quiere que Podemos sea ahora esa casa común y como sabe que las instituciones establecidas no van a apoyarle, está dispuesto a ser okupa.
El objetivo socialista de entonces -por cierto, ellos sí con el apoyo de toda la gente de orden– fue reducir a la irrelevancia a aquel Partido Comunista que en los últimos tiempos de la Oprobiosa sacaba pecho y también cacareaba fuerte. Estaba persuadido de que los feroces ataques dirigidos contra él por el franquismo residual obligarían a todo votante coherente y con sentido de la decencia a apoyarlo en las urnas que iban a estrenarse en aquel 77, inicio de una Transición hoy, más que cuestionada, vilipendiada ya por muchos. Una vez más, la imaginación iba por un cauce y la realidad, por otro.
Es la historia de siempre. Y como estamos metidos en ejemplos de fauna, permítanme que les invite a imaginarse la escena de una fila de peces en la que el panchito que la encabeza lleva pegado a la cola a un atún que ya abre la boca, el cual no ve al tiburón que, con esos espantosos dientes triangulares (mostrados en sardónica y perenne sonrisa, también con el sello Iglesias) parece a punto de saltarle encima.
La situación actual de la izquierda socialdemócrata española puede representarse así: el chuleta de barrio de ayer, fondón y fuera de forma tras abandonarse a los placeres de la buena mesa, deviene en víctima de una nueva raza de depredadores ante la que no sabe cómo reaccionar.
Y sólo se le ocurre hacerlo dando palos de ciego.
TREMENDO DESCRÉDITO ENTRE LOS JÓVENES
Antes, el socialismo oficial podía meter la mano en los caladeros de gente joven y sacarla llena de pececillos que coleteaban alegremente en su palma. Aquellos pececillos son hoy abuelos, resignados a mirar esas palmas como última tabla de salvación que hay que cuidar –forman el núcleo de votantes que le va quedando al PSOE, gentes con cosas que conservar a las que los nuevos profetas que ofrecen el oro y el moro como si los solomillos cayeran de los árboles les inspiran vértigo-; padres, entre los que ese partido pilla todavía alguna escasa piscifactoría propicia; y nietos, que en cuanto ven los dedos de un ortodoxo socialista sumergiéndose en su pecera parece que les ataque la fiebre del piraña, se abalanzan sobre ellos y, si pueden, le dejan los huesos mondos. ¡Cómo ha cambiado el mundo en estos años, ¿verdad?!
¿O quizá no es el mundo exterior el que se ha transformado a lo bestia? ¿No estará la mudanza más bien en la propia casa…? ¿No habrá dejado el PSOE de identificarse a sí mismo con aquel “cambio” que sintetizó la oferta electoral que llevó al poder el primer Gobierno de Felipe González?
EL PSOE YA SÓLO PARECE UNA `P´
Hace escasos días, un desmoralizado militante de base superviviente de aquella época me resumía sus impresiones con esta contundencia: “Al vernos todos los días ante el espejo mientras nos afeitamos o maquillamos no somos conscientes de hasta qué punto hemos evolucionado, en general para mal. Hombres y organizaciones, cuando terminamos una etapa de crecimiento natural durante la que somos capaces de generar ilusión y hasta dejarnos llevar por ella, empezamos la cuesta abajo y vamos amontonando miserias que convierten nuestras facciones en el retrato mismo de Dorian Grey, o en aquel coronel Kurt de `Apocalipsis now´. ¡En algo repugnante, carajo!”
Y, a continuación, pasó a exponerme algunas reflexiones que le había llevado a tal corolario.
1/ El Partido Socialista Obrero Español se ha quedado en una mera “P” de partido. No es socialista, mucho menos obrero, y lo de definirse como “españoles” a bastantes de sus dirigentes les avergüenza. Cierto que es el tonto de Iceta, en Cataluña, quien encabeza esa tropa, pero no se trata del único. Aquí y allí han surgido barones que parecen muy incómodos cuando alguien les recuerda que el PSOE, a lo largo de su historia, ha sido el principal vehículo político de la vertebración nacional. Eso cabrea y decepciona a muchos veteranos y desconcierta a los jóvenes. Consideran éstos que para demoler el edificio constitucional de la Transición, mejor los desinhibidos de Podemos, con el modelo revolucionario venezolano delante a disposición, que esas majaderías inconcretas de un federalismo inexplicable y constantemente rechazado por los nacionalismos a los que se destina.
2/ Tampoco lo ven como obrero ni socialista sino como casta instalada en el machito, incapaz de resistir la tentación de meter la mano en el puchero público y enriquecerse de forma parecida al PP. Es decir, parte del Sistema en un momento de lógico descrédito del Sistema.
En Ferraz creen amortizados los EREs y tantos otros escándalos que el día a día -cual ocurre con las patéticas declaraciones judiciales de dos expresidentes como Chaves y Griñán- se encarga implacablemente de reverdecer. Y la gente se pregunta: ¿Nos creen idiotas hasta el punto de aceptar que los Ojeda y tantos otros chorizos con el puño y la rosa grabados en la frente han nacido por generación espontánea, y no se trata de sus amiguetes y cómplices? ¿Se piensan que el ejemplo de la deriva crápula de Felipe González y otros no mata la fe que en su día sostuvo la gente de a pie…?
DISPARATES VENDIDOS COMO “PROGRAMA”
Ahora, Pedro Sánchez improvisa una nueva oferta -¿y van…?- de entendimiento con el soberanismo catalán, mediante la consabida reforma entreguista e inconcreta de la Constitución -¿y van…?-. Con lo que termina de decepcionar a quienes seguían creyendo que la E de sus siglas aseguraba la vertebración. Al mismo tiempo, en política fiscal hace un planteamiento casi obrerista hoy y al siguiente día, el contrario. En medidas sociales, tres cuartos de lo mismo.
Es difícil, casi imposible, saber lo que Pedro Sánchez propone para España. Ni siquiera resulta fácil aventurar si tiene algo que proponer, salvo trasladar el caos en que parece haber devenido su formación a toda la ciudadanía.
¿Quo vadis, PSOE?
Y, mientras, el zorrillo sigue, cava que cava, abriéndose camino en el gallinero…