Ocurrió durante la tarde del pasado jueves. Creo, aunque no podría jurarlo. Lo seguro es que fue después de la maratón electoral que dejó tocado al gallo principal del corral hispano, con un ala rota al aspirante a sucederle en la Gran Poltrona y crecidos a los dos pollos que se presentaron en su baile de debutantes vestidos con las mejores galas, teniendo en cuenta sus clientelas respectivas: de Armani, uno; grunge total, el otro. Seguro que entienden de quiénes estoy hablando.
Escenario, muy bueno: el toilet del Hotel Wellington, un muy especial cinco estrellas del barrio de Salamanca. Acababa de vencer clamorosamente en una partida de mus a su propietario, Manuel Moratiel, y a socio Javier Cebrián, con la pequeña ayuda de un empresario y camarada de lujo, Carlos Cosín Canónico. En el camino, habían caído tres gin tonics, y mi vejiga reclamaba urgente atención.
La suerte quiso que la puerta Men de los servicios estuviese atrancada. A punto de pedir ayuda, mi depósito de micción me envió un ultimátum que no pude ignorar, así que empujé la puerta de Women y me colé. Estaba vacío. Ocupé un cubículo y eché el cerrojo, no fuera a resultar que el diablo jugara a los enredos. ¡Menos mal!
Me hallaba en la gloria aliviando el apretón, cuando escuché por dos veces, casi seguidas, el ruido del acceso a aquel sancta sanctorum. La segunda dona debió de pillar a la primera retocándose en el espejo. Quizá, por una elemental discreción, hubiera debido irme en plan despiste cuando escuché los saludos que cambiaron, pero me faltó coraje.
– ¡Hola! –dijo una-. ¿Qué haces aquí?
– Comí en el “Goizeco” –respondió la otra-. ¿Y tú?
– Estaba citada en el bar con dos del IBEX. Parecen almas en pena por miedo a que Carmena anule el proyecto de prolongación de la Castellana, con el que pensaban arreglar sus próximos tres o cuatro ejercicios.
– ¿Qué les dijiste?
– Que se mojaran apoyando el plan tutti frutti que ofreció Esperanza contra los sóviets. Pero les maticé clarito que era muy escéptica sobre el resultado.
– Lo mío ha sido peor: tuve a tres barones presionando que optara por su plan A, o que les despejara la ruta para poner en marcha un pretendido plan B.
– ¿De qué planes se trata?
– El primero, que me lance a la yugular del jefe, levante la bandera de la rebelión, exija un Congreso Extraordinario y, con apoyo de ellos, me postule para sucederle.
– ¿Y el segundo?
– Que dimita de mi puesto, para que coloquen a alguien que sí se ha comprometido con su plan A.
– ¿Y les respondiste…?
– Que podían ir dándoles mucho por la recta vía.
– O sea, la vía rectal.
– Mismamente.
– Igual son los que me están machacando a llamadas para que convoque a los medios y ponga al jefe de chúpame dómine. Propósito: provocar una crisis interna sin marcha atrás posible. Me aseguraron que tienen todo listo en el Partido para promover el Congreso que me proclamaría el relevo generacional.
– ¿Y les respondiste…?
– Imagínate…Sobre varios de ellos tengo informes en mi mesa de que no pierden ocasión de ponerme a caldo. Me llaman La Paracaidista, La Enchufada, La Trepa, La Acaparadora…Menos mal que ya abandonaron lo de La Niña. Como tú, les sugerí la vía rectal como salida, y les pregunté, uno por uno, si pensaban que el jefe se merece esa puñalada trapera.
– ¡Lo mismo que les dije yo! Todos, menos el de León, están achicharrados. Y les da pánico que, en noviembre, el jefe consiga remontar sin deberles nada, los jubile y que él mismo diseñe ese relevo generacional. Por cierto, te aconsejo dar vueltas a esto: sólo te llevo seis años, por lo que somos casi de la misma quinta.
– ¡Oído, cocina…! –se produjo una larga pausa-. Lo alucinante es que todos los que me llamaron eran tíos…Ni una mujer. Ni siquiera Espe.
– En mi comida me encontré con lo mismo. Llegué a preguntarles si la palabra macho equivale a desleal. Por cierto, te mencioné como ejemplo de fidelidad.
– ¡Y yo a ti…! Pero, entonces, ¿eso de que vas por ahí poniéndome verde…?
– ¡Para nada! Me consta que tú tampoco lo haces conmigo. Creo que el merdier lo montan algunos queridos compañeros, y se prestan unos cuantos periodistas que, si no presentan a su director carnaza vendedora cada día, terminarán reescribiendo textos de agencias.
– O sea que eso de que tú y yo nos llevamos fatal…
– Inventos para que unos intriguen y otros ganen lectores. ¡Ni caso debemos hacer!
– ¿Pero vas a apostar por la sucesión o no?
– Bueno…Quizás… ¡Mira, no quiero engañarte, sí! ¡Pero sólo cuando…
– …el jefe diga que se va! –exclamaron a la vez, entre risas cascabeleras.
– ¡Si se llega a eso, prepárate…! Sabrás por qué Bárcenas me llama La Implacable.
– Y tú, por qué Arenas me tiene más miedo que un agrario al granizo.
Sonó otra carcajada compartida y la puerta al ser abierta y cerrada. Sus voces se esfumaron. Me sentí catatónico, hasta el punto de pensar que aquello había sido un mal sueño y que me despertaría en mi cama, tras haberme quedado sobado con el último libro de Bono, en uno de sus innumerables ataques de exacerbada modestia. Me pellizqué con todas mis fuerzas, y el dolor fue atroz. ¡De sueño, nada! De vuelta a la mesa, debía llevar los ojos fuera de las órbitas, porque uno de los jugadores me miró alarmado y exclamó: “Pero, chato, ¿qué te has metido en el baño?”