La lectura de La ira es energía , la reciente biografía de John Lydon / Johnny Rotten recién publicada en nuestro país por Malpaso, exige paciencia.
En algunos casos, cercana al zen. Son algo más de seiscientas páginas de soflama egomaniaca que, gracias a la precisa transcripción de Andrew Perry, periodista del The Telegraph, se convierten en una experiencia cercana a la de tener un amigo borracho en el bar cantándote sin parar casi ni para respirar las bondades de sus andanzas de juventud y lo mal que está todo ahora. La -intuyo que, entre líneas, también algo crítica- transcripción literal de onomatopeyas, dudas, contradicciones y desvaríos es tan prolongada y divergente que a veces hay que incluir algunas notas al margen de todo en capítulos específicos.
¿Es todo eso un problema? No necesariamente: John Lydon se revela aquí (mucho más que en su anterior biografía de 2007, la más concisa pero menos íntima Rotten: No Irish, No Blacks, No Dogs) como una auéntica fuerza de la naturaleza, y eso tiene sus más y sus menos. En la mayoría de las ocasiones, una perspectiva en primera persona no siempre es la más equilibrada: La ira es energía, desde ese punto de vista, no tiene apenas valor documental sobre la historia del punk… pero no deja de ser una perspectiva en primera persona.
Por mucho que le guste a Lydon engrandecer su importancia como vocalista y compositor de los Sex Pistols, y la propia magnitud de un grupo soberbio pero mucho menos influyente, su proyecto PiL, el punk y su onda expansiva no fueron cosa solo suya. Su resentimiento hacia los logros musicales y sociales de un grupo tan esencial como The Clash, teñidos de una curiosa mezcla de envidia y genuino desprecio, son el epítome de una narración parcial e interesada, pero construida por alguien que, no hay que olvidarlo en ningún momento, puede presumir de haber estado en el ojo del huracán.
Lydon prefiere detenerse en las minucias de proyectos por los que tiene una mayor devoción, empezando por los discos de PiL
La ira es energía divaga muy a menudo: Lydon prefiere detenerse, como es natural, en las minucias de proyectos por los que tiene una mayor devoción, empezando por los discos de PiL. Es ahí cuando el lector se percata de que está ante un narrador muy poco fiable, pero honesto a su manera: vende una imagen de pulcritud, honestidad y coherencia que, como espejismo que es, irónicamente habría complacido a la gran bestia negra de Lydon, el manager de los Pistols Malcolm McLaren. Y sin embargo, Lydon es una estrella como las que tanto critica en panegíricos agotadores a lo largo del libro: reúne a una banda que acabó como el rosario de la aurora, participa en reality shows, da su imagen para un anuncio de mantequilla… y siempre tiene motivos para todo, siempre hay algo en su fuero interno que le excusa por tomar decisiones que criticaríamos si vinieran de Miley Cyrus. Por eso, las partes más divertidas del libro son las de un delirante tramo final de artista maduro al que le da todo igual: realities en los que insulta a la audiencia (y la reacción es infinitamente menos bombástica que cuando lo hizo siendo un adolescente) y la en cierto sentido enternecedora reunión de los Sex Pistols, sobre la que flota una peculiar atmósfera de irritabilidad y melancolía.
La ira es energía es esencial para cualquier devoto del punk clásico. Para cualquiera que sea consciente de la importancia de Lydon como configurador involuntario de la cultura pop. Y esa condición de de involuntariedad es precisamente la que hace grande al libro. Seiscientas páginas de verborreicas “verlas venir”. La materia con la que se construyen los mitos.
La ira es energía – Memorias sin censura
John Lydon
2014