El debate imposible

Momentos previos al debate

Un formato antiguo, dos contendientes con escaso recorrido y distintas necesidades –uno, el aspirante, sabiendo que si no había KO estaba sentenciado, y el otro, torpón y en el final de su carrera pero consciente de los defectos de su adversario y de que si llegaba de pie al final no perdería- brindaron ayer noche a los ciudadanos un espectáculo bronco y bastante estéril para dilucidar cuál de los dos atesora mejores ideas en el objetivo de encabezar la lucha de España por dejar atrás una crisis que estuvo a punto de arrojarnos al mismo pozo en que se encuentra Grecia.

El combate entre ambos representantes de un “bipartidismo crepuscular”, según opinión de muchos, no resultó lo que se dice edificante. Pero, curiosamente, el papel de Rocky –casi un manso, encajando golpes a ritmo de metralleta desde el principio y mostrando un insólito respeto al adversario- lo encarnó en este combate el viejo y decadente campeón.

Un aspirante sin currículo ni méritos para arrogarse esa actitud fue quien, desde el minuto uno, intentó atropellar a su rival con asfixiantes ráfagas de golpes, muchos de los cuales debieron abatir a toda mosca despistada que revoloteara por allí. Sánchez pegó con puños, rodillas, codos. Y acogió sólo con menosprecio, risitas o gestos insolentes, los punteos con los que su rival fue replicando a su estilo atosigante, que se hizo monótono a base de repetir argumentos negativos a la contra, muchos de ellos tergiversados y torticeros, en su afán de esconder la responsabilidad socialista en la situación en que Zapatero dejó a España como le exponía Rajoy.

Cuando el candidato del PP se cansó de oírle las constantes acusaciones de corrupción y le preguntó si quería “hablar de los ERE, los doscientos funcionarios de la Junta de Andalucía así como sus dos expresidentes imputados por fraude” una cortina de desconcierto veló durante un par de segundos la mirada de Sánchez, que rápidamente tiró de sus habituales muecas despectivas y gestos de desdén con los que, por lo visto, creía, y quizás aún cree, ganar de carrerilla la voluntad y el apoyo de los electores. Y nada más lejos.

En este país de población envejecida –detalle que muchos se empeñan en olvidar-, Rajoy puede aburrir, cabrear con sus apariciones en “plasma” y su forma de escurrir el bulto en los apuros con la manida idiosincrasia galaica, pero siempre hace gala de formas y educación. No ofende. Deja hablar y escucha. Luego unos comprarán lo que dice y otros, no.

Por el contrario, a muchos espectadores no les gustó que Sánchez, un joven alto, guapo, asombrosamente pagado de sí mismo -¡qué gesto el de bajarse del coche erguido, con sonrisa de perdonavidas y colgarse la mochila al hombro, como diciendo aquí llega la nueva generación!- , pero discutido a morir en su propio partido, sin ninguna credencial que justifique la adopción de unos modos de sobrado apabullante cual si fuera el espartano Leónidas en “300”, llegara al insulto personal en su intento de sacar de quicio a Rajoy. A quien, le guste a él o no, muchos españoles identifican con el hombre que recogió a España del suelo donde la dejó el anterior equipo socialista.

El resultado de las encuestas inmediatamente posteriores abona estas conclusiones. En “El Mundo”, un 70% de los más de 100.000 que se pronunciaron dieron por vencedor a Rajoy, y en el ABC, el porcentaje superó el 80. Pero lo más significativo del rechazo que inspiró Sánchez fue que de los más de 40.000 internautas que se pronunciaron en “El País” –tan caladero de votos socialistas como el ABC lo es para el PP- ¡sólo superase a su oponente en dos puntos!

Y, sin embargo, uno lee opiniones de periódicos y periodistas hoy y tiene la impresión de que aquí ha habido varios debates distintos. La mayoría de informadores parece apoyar una agresividad de Sánchez que llegó a adoptar tonos histéricos. Cosa que no parece ocurrir con la mayoría de espectadores de la justa. Al final, tienta pensar que aquella frase de Felipe González -“una cosa es la opinión pública y otra la opinión publicada”- encierra una gran verdad.

El beneficiario último de lo ocurrido ayer será probablemente Rivera, sin turbiedades en su pasado y moviéndose siempre en territorios respetuosos. No nos extrañaría que C´s reafirmara, gracias Sánchez, su sorpasso al PSOE. Parece, sin embargo, poco probable que otro abonado a las zafiedades como es Pablo Iglesias obtenga ventajas de lo ocurrido.

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