El doblaje de series al español es algo tan cotidiano que lo damos casi como seguro, sin embargo las cosas parecen estar cambiando. La necesidad de las cadenas de traer cuanto antes los últimos estrenos y la popularización de las descargas con el contenido en su lengua original está favoreciendo un cambio en España que, por sorpresa, se está recorriendo en el camino opuesto en países hispanohablantes como Argentina o México. Todo eso incluso antes de entrar a considerar la posible función social que cumple.
El doblaje puede ser considerado de muchas maneras. Puede ser visto como un ‘mal necesario’ de la misma manera que algunos consideran otras formas de traducción. También puede considerarse un medio útil de acercar un producto cultural a segmentos de la población que, bien por desconocimiento, bien por asuntos de diversidad funcional varia, no tendrían acceso a la misma si llegaran en versión original. Incluso podríamos entenderlo como una manera de control de ese mismo producto y de la población a la que va dirigido. Y en ninguno de los casos estaríamos equivocados.
En los últimos meses hemos podido ir viendo por las redes un movimiento en contra del doblaje, centrado sobre todo en el televisivo, agrupado bajo #NoAlDoblaje y organizado con cuentas de twitter y facebook. Además hay que sumar el correspondiente manifiesto que se puso en marcha para combatir la decisión de la presidenta Kirchner que en 2013 decidió poner de nuevo en uso –y defender en twitter– la ley de doblaje que obligaría a que todas las series emitidas en Argentina lo hicieran con doblaje en español. Una ley que existía desde los ochenta pero a la que jamás se buscó una aplicación efectiva, al menos hasta ese momento. En parte porque comenzó a aplicar también las multas para los infractores. Propiciando todo tipo de quejas, incluida esta que el abogado Juan Lima puso en marcha cuando vio que, efectivamente, la programación dejaba de emitirse en inglés con subtítulos para hacerlo doblado.
Una queja a la que se apuntarían otros países cuando la idea comenzó a extenderse a otros países como Chile. En México los canales Sony, AXN o Warner se han unido a esta decisión facilitando un tránsito de países y protestas. La razón de esta decisión parece ser sobre todo económica, al poder alcanzar a una cantidad superior de espectadores que no entienden el inglés ni quieren usar los subtítulos para ver series. Algo que ellos explican siguiendo la tradición de los estudios de mercado. La respuesta general a las quejas es que usen el botón de cambio de audio, el programa de audio secundario o SAP, una alternativa que no ofrecen ni todos los televisores ni todos los canales. Y que, por supuesto, se ofrece con independencia de los subtítulos, muchas veces inexistentes incluso cuando la opción del doblaje original en canal y televisión sí está disponible.
Las protestas recientes han logrado ir apilándose sobre las anteriores hasta llegar más allá de la prensa del propio país y saltar a la estadounidense, en la que se comenta con más curiosidad que sorpresa lo ocurrido. Los estadounidenses, poco dados a importar programación audiovisual y que cuando eso ocurre sea fundamentalmente británica, parecían no acabar de entender qué estaba sucediendo, quizá porque aquello de lo que se está hablando les resulta ajeno.
La historia del doblaje en español
Asunto bien diferente sería si vivieran en Europa. Aquí existe una extensa tradición de doblaje que viene de los inicios del cine sonoro y está relacionado en buena parte con el auge de nacionalismos variados. En España lo introdujo la Segunda República en los años treinta, pero sería el régimen de Franco el que la convertiría en una condición ineludible al copiar en 1941 la Ley de Defensa del Idioma de Mussolini -algo que también sucedería en Francia o Alemania- para promover y defender el idioma propio. Y también, en nuestro caso, porque un doblaje que tenía que ser traducido podía ser también filtrado a conveniencia del censor. La orden se abolió a finales de los cuarenta pero quedó la tradición y vigilancia que hicieron que hasta los setenta no volviera a popularizarse -dentro de un orden- la emisión de cine en versión original. No digamos ya en televisión.
Por supuesto el doblaje y la emisión original con subtítulos -habitual en Portugal, los países nórdicos o la Europa del Este- no son más que dos de los métodos para difundir una obra extranjera. Hay una tercera, usada en algunos países de la órbita rusa, que es la de la narración mediante voces en off de la obra. Bien narración descriptiva o una suerte de doblaje que no elimina las voces originales de fondo, según la decisión. Que puede parecer una locura pero que en España ha sido -por motivos difíciles de explicar- una de las maneras favoritas de emisión de documentales, programas de cocina y otras aproximaciones a la no ficción.
Mientras esto sucedía en España, en Latinoamérica lo habitual era que solo los programas para el público infantil y juvenil tuvieran doblaje. El famoso Doblaje Neutro que tantas veces ha sido comparado y enfrentado al español. Un doblaje que tenía a sus propios nombres propios que ayudaban a señalar que en realidad siempre han tenido doblaje en algunas películas. Y que ha seguido también su propia evolución, pues además de en los países ya mencionados se pueden encontrar empresas de doblaje en Venezuela, Colombia, Cuba o El Salvador. Otra cosa es la cantidad o extensión de estos doblajes.
Por supuesto, la aparición de televisiones en comunidades con lengua propia supuso el doblaje alternativo de buena parte de la programación a las alternativas cooficiales al castellano. Una manera de crear una uniformidad en el lenguaje y de realizar una función educativa y divulgadora del mismo que familiarizaba a los más pequeños y permitía a los mayores mantenerlo fresco. Igual que en otros países se discutía el proceso homogeneizador de un tipo de lenguaje favorecido por los medios, aquí se aprovechaba como oportunidad.
La función social del doblaje
Mientras, en España la emisión en versión original con subtítulos se abre paso poco a poco gracias a la necesidad de emisión inmediata de una cantidad igualmente limitada de series y, en general, en solo algunas cadenas de cable básico o premium y en horarios concretos. Una decisión que, aunque limitada, ha sido bienvenida. Porque hasta el momento solo existía la posibilidad de usar la opción de lenguaje dual en las televisiones y canales que lo ofrecían, y tratar de compatibilizarlo con los subtítulos del teletexto -de nuevo, de haberlos- que eran siempre en español. Mientras tanto en Estados Unidos los intentos de hacer accesible la televisión han facilitado la popularización de las Closed Caption, bien es cierto que solo desde los setenta empezaría a usarse, pero a estas alturas puede encontrarse en algunas cadenas incluso con la opción de que sean en inglés original o en una versión de español.
El motivo de su uso es, fundamentalmente, ayudar a la accesibilidad de la población con problemas auditivos. El resultado es… limitado. Tanto en Estados Unidos como en España se ha intentado regular, allí por la FCC, aquí gracias a los intentos de eliminar las barreras que no empezaron a funcionar hasta los noventa, e incluso hoy en día están lejos de ser universales. Incluso sin entrar en el tipo de accesibilidad que se facilita dado que la oposición de subtitulado como recurso útil para los que tienen problemas auditivos frente al doblaje para los que los tienen visuales obvia que muchas veces lo que se ofrece en ambas situaciones es una versión reducida, fuera de descripciones de lo que se narra directamente -transcripción de sonidos o narración de las situaciones, entre otras- o de las transcripciones directas de la pista de sonido original.
Una ligereza en la aplicación que contrasta con el interés que en otros países se ha demostrado por este recurso, y con los distintos medios que se han ido desarrollando para ofrecer una experiencia adaptada a cada necesidad que, sin embargo, ha acabado favoreciendo la transición del espectador colectivo pasivo al individual activo, es decir, el uso de recursos interactivos al margen de las emisiones regulares de los canales.
Es posible que en España el doblaje sea un asunto que solo se debata o salga en prensa cuando hay una huelga de actores de doblaje, o cuando la elección de los actores de doblaje -generalmente entre famosos- se hace demasiado presente durante la proyección. Pero eso no significa que no se haya tratado. Incluso en las instituciones.
En 2011 el Ministerio de Cultura reunió una Comisión de Expertos ciertamente variada para que trabajaran en una serie de propuestas para el fomento de la versión original de las obras audiovisuales. El resultado de sus deliberaciones se hizo público en 2012 y fue comentado en la prensa de manera irregular. Quizá un poco más que las recomendaciones del parlamento europeo para reforzar el aprendizaje de 2006, o las que en 2009 realizaron para favorecer el subtitulado -de nuevo con el aprendizaje y mejora del idioma como excusa principal- además, por supuesto, de las que ese mismo año realizaría la Comisión por la alfabetización mediática.
Parece que son muchas las ventajas que nos podría traer si la obligatoriedad de la emisión, y también una oferta consistente de emisiones que incluyera la pista dual y un surtido de subtítulos. Quién sabe si será esta una de las características a valorar cuando se decida contratar uno de los múltiples servicios de visionado on-line que en la actualidad parecen querer ocupar el lugar tradicional de los canales de televisión. De momento también ellos están en periodo de prueba y adaptación, con momentos extraños como esa mezcla de acentos imposible en el Narcos de Netflix que demuestra cómo el desconocimiento del idioma original puede empañar una magnífica serie.
Es difícil, imposible incluso, saber qué ocurrirá a continuación y si se popularizarán los subtítulos en los medios españoles o el doblaje en los latinoamericanos. Lo deseable sería que la evolución de los espectadores permitiera que la adaptación personalizada ofreciera una posición a la medida. Pero no podemos esperar simplemente que ‘lo deseable’ sea lo que ocurra. Quizá haya llegado el momento de dejarnos oír, en el idioma que sea.