Es el material del futuro. Al menos, eso es lo que se asegura sobre el grafeno desde hace muchos años. El problema es que el futuro ya debería haber llegado, según las primeras estimaciones, y seguimos sin ver teléfonos móviles con pantallas flexibles, la aplicación práctica por la que suspiran todos los fans de este nuevo ingrediente del menú tecnológico.
Hace 5 años ya se vaticinaba la llegada de los dispositivos que se podían curvar a voluntad del usuario; algunas compañías hasta enseñaban sus proyectos y sus primeros prototipos. Sin embargo, a día de hoy todavía no hay iPhones moldeables ni teléfonos Android con pantallas que se puedan doblar porque todavía son eso, prototipos.
Es lo que explica el investigador Tobías Wenger, de la Chalmers University. Este físico teórico trabaja en la mencionada universidad sueca para dar nuevos usos al grafeno, un material con una infinidad de características útiles para la innovación.
Wenger explica que desde el mundo académico se calcula que en un par de años podría haber dispositivos tecnológicos con pantallas flexibles y táctiles, fabricadas con grafeno. No obstante, este científico considera que el horizonte temporal para disponer de teléfonos flexibles en el mercado, establecido en el año 2020, podría ser “muy optimista”.
De momento, existen pantallas que se pueden doblar, como la que había expuesta en la conferencia ICT 2015 en la que Wenger atendió a SABEMOS; eso sí, que sean táctiles ya es otro cantar.
Características
“Las pantallas [de grafeno] son un poco peores que las normales ahora mismo, pero a largo plazo estamos tratando de cambiarlas porque los materiales de los que se hacen las pantallas normales se están volviendo cada vez más escasos, mientras que el carbón es algo que prolifera”, explica Wenger.
En efecto, el grafeno se extrae del carbón; más concretamente, del grafito que se encuentra en las mismas minas, como ya se ha explicado en numerosos monográficos que han bautizado a este elemento como “el material del futuro”.
El problema es que el grafeno no es cualquier derivado de grafito sino una lámina de 1 átomo de grosor. Y eso es difícil de obtener.
“La producción es un gran problema, es la razón por la que no tenemos ninguna aplicación comercial a gran escala todavía. Es muy costoso producir grafeno de buena calidad en grandes cantidades. Uno de los mayores esfuerzos para el proyecto es escalar la producción y así bajar los precios”, resume Wenger.
Financiación
El proyecto del que habla es una de las dos iniciativas estrella financiadas por la Comisión Europea con 1.000 millones de euros: una es la que trata de dibujar un mapa del cerebro humano y la otra es la del grafeno. En esta segunda pretende investigar posibles usos y aplicaciones comerciales de este material a través de innumerables programas e instituciones, como la Universidad de Cambridge, en la que la científica Lucía Lombardi ha decidido desarrollar su trabajo.
Pero, si los ciudadanos europeos ya han invertido 1.000 millones en esta tecnología y todavía no tienen móviles flexibles, ¿cuánto dinero hace falta?
“La gente que tiene que decir eso son Samsung y Apple. Son los que van a liderar a la industria en las pantallas flexibles de una manera u otra porque son ellos los que pueden escalar la producción de grafeno. Pero va a tener que hacerse a bajo coste porque el grafeno no puede costar un millón por decímetro cuadrado”, apunta Tobias Wenger.
«El grafeno no puede costar un millón por decímetro cuadrado», dice el científico Tobias Wenger
Una vez que las empresas muestren el camino a seguir se revelará la naturaleza revolucionaria de este material. El grafeno, dice el investigador, reúne tres características: la conductividad, la transparencia y la flexibilidad. Al combinar todas estas posibilidades se generarán “nuevas aplicaciones en las que no pensamos ahora mismo”, en su opinión.
Wenger, como físico teórico, trabaja alejado de las pantallas que se doblan, pero también participa del misticismo que rodea al grafeno. Él prefiere hablar de otra innovación que se puede completar con este material: las placas solares invisibles.
El investigador explica que una capa de grafeno -recordemos, de un átomo de grosor- absorbe un 2% de la frecuencia de luz que llega del sol, una porción con la que se podría generar electricidad. De esta forma, si se colocara una lámina de este material en los ventanales de los edificios se podría obtener energía sin una pérdida de luz perceptible.
Fotónica española
Pero el grafeno también es un buen sensor de luz, como explica el investigador Eric Puma. Él ha desarrollado un prototipo de fotodetector flexible que se puede integrar en ropa o complementos –wereables– para medir el pulso de quien lo esté utilizando.
Los usos no acaban ahí, ya que el grafeno también es un buen intérprete de señales infrarrojas, lo que puede servir para detectar fallos en inspecciones en cadenas de producción, según Puma.
La de este científico es una investigación con un toque catalán: Puma está instalado en Barcelona, donde trabaja para el Instituto de Ciencias Fotónicas.
“Es una institución muy conocida y la investigación que se hace allí en grafeno está a la vanguardia, especialmente en lo que se refiere a las aplicaciones de esta tecnología. Conocí este proyecto y pensé que sería interesante. La ciudad es magnífica también, así que tenía mucho sentido personal y profesionalmente”, concluye Eric Puma.