20 de octubre de 1968, Estadio Olímpico Universitario (Ciudad de México). Trece atletas se disputan la medalla de oro en la final de salto de altura. Mientras tanto en las gradas reina un silencio sepulcral, como si fuera el preludio de una de las grandes gestas de la historia del atletismo y del deporte olímpico.
Los 83.700 espectadores congregados en el estadio están pendientes de un estadounidense, oriundo de Oregón, llamado Richard Douglas Fosbury. Richard, más conocido como Dick, sabe que tiene que hacer el mejor salto de su vida si quiere tener opciones de ganar la medalla de oro.
Toda la presión está encima de sus hombros, los mismos que, en caso de derribar el listón, pueden dar al traste con todas sus horas de entrenamiento. Dick no puede fallar, se la juega al todo o nada. Si falla tendrá que seguir escuchando las risas de sus compañeros de entrenamiento; en cambio, si logra superar el listón establecerá un nuevo récord olímpico y pasará a ser una leyenda.
Dick aprieta sus puños para liberar la tensión, se atusa el dorsal nº 272 y destina unos segundos para santiguarse buscando la ayuda divina. La suerte está echada, así que Fosbury coge carrerilla, se impulsa sobre sus zapatillas Adidas, arquea la espalda y supera el listón situado a una altura de 2,24 metros, lo que le convierte en campeón olímpico a los 21 años, mejorando así los 2,22 metros de su compatriota Edward Caruthers, medalla de plata, y los 2,20 metros del gran favorito hasta entonces, el ruso Valentín Gavrilov, quien tendrá que conformarse con el tercer cajón del podio.
Esta situación podría parecer una gesta más de tantas otras que se dieron en los Juegos Olímpicos de México 68, como el salto estratosférico de Bob Beamon (8,90 metros) en el foso de longitud o la primera vez en la historia que el ser humano bajaba de la barrera de los 10 segundos en la prueba de los 100 metros lisos y de los 20 segundos en la de 200 metros.
Sin embargo, el asombroso salto de Dick Fosbury no era una proeza como las demás, era la demostración de que -a través de la innovación- se pueden superar todo tipo de barreras tanto físicas como figuradas y, gracias a la disrupción, se puede pasar a la posteridad.
Hasta ese 20 de octubre de 1.968, todos los atletas que competían en el salto de altura utilizaban una mecánica de salto que consistía en tratar de superar el listón corriendo de frente al mismo, es decir, saltaban hacia delante, no de espaldas.
Al contrario que el resto de sus competidores, quizás a sabiendas de sus limitaciones físicas, Dick había inventado una nueva forma de saltar, de espaldas al listón, que sólo era utilizada y conocida por él mismo. Esta mecánica de salto hoy en día es conocida como el “Fosbury Flop”.
Ya por aquel entonces, sus compañeros y entrenadores decían que Fosbury no era el que más saltaba e incluso que era uno de los atletas que menos distancia lograba alcanzar en el aire entre la suela de sus deportivas y el suelo. Por tanto, se podría decir que Dick Fosbury no tenía mejores condiciones que sus competidores para el atletismo e incluso atentaba directamente contra el famoso lema olímpico pronunciado por el barón Pierre de Coubertin en los primeros juegos olímpicos de la era moderna (Atenas, 1.896) y que contenía 3 palabras que hoy día siguen siendo santo y seña olímpica: “citius, altius, fortius”.
Entonces, si Dick no era el más rápido ni el más alto ni el más fuerte, ¿por qué fue capaz de ganar a todos sus adversarios?
Dick Fosbury ganó gracias a su perseverancia y su pensamiento “outside the box”, demostró que algunas de las barreras que nos ponemos nosotros mismos son imaginarias y que se pueden sortear con la ayuda de la creatividad y el esfuerzo. Fosbury no fue esclavo del “qué dirán”, incluso cuando se reían de él siguió manteniendo su estilo y persistió en el empeño. Los mismos que meses antes le llamaban loco, después de su triunfo le llamaron héroe.
No obstante Fosbury cometió un grave error, ya que presentó su ventaja competitiva ante 70.000 espectadores y las cámaras de todo el mundo. Quizás no tenía otra opción si quería ganar y México podía ser su única oportunidad de alcanzar la gloria olímpica, pero a partir de ese momento su técnica comenzó a popularizarse y, pese a su victoria en 1.968, Dick no pudo siquiera clasificarse para los Juegos Olímpicos de Múnich 1.972, lo que le llevó a dejar de competir tan sólo cuatro años después de su gran gesta.
Pese a su temprana retirada, su genialidad le permitió pasar a la historia sin superar el récord del mundo o realizar una carrera longeva, ya que hoy día todos los saltadores del mundo saltan de espaldas al listón y el “Fosbury Flop” es la única técnica del atletismo que es conocida por el nombre de su creador.
En la actualidad el poseedor del récord del mundo en salto de altura es Javier Sotomayor, considerado el mejor atleta de la historia en esta disciplina, quien fue capaz de franquear los 2,45 metros (nada más y nada menos que 21 centímetros más que Fosbury) el 27 de julio de 1.993, en Salamanca.
Dentro de unos meses, el 16 de agosto de 2016, a las 20:30 horas, se disputará la final de salto de altura de los JJOO de Río de Janeiro. Todavía es pronto para saber quién se colgará la medalla de oro, pero lo que sí sabemos con seguridad es que lo hará tras haber utilizado el “Fosbury Flop”. Por ese motivo Dick siempre será eterno.
La Innovación es hacer las mismas cosas de siempre implementando mejoras. La disrupción se alcanza haciendo nuevas cosas que convierten a las antiguas en obsoletas.