Sólo el 56 por ciento de los votantes del Junts pel Sí piensa hoy que Artur Mas es el hombre que debe ocupar la Presidencia de la Comunidad catalana. Y la distancia entre quienes apoyan la pretendida secesión y los que la rechazan ha aumentado en casi diez puntos a favor del “No”, según la encuesta que publicó “El País” ayer.
Simultáneamente, la directora adjunta de “La Vanguardia” difundió, con gran alarde tipográfico y en primera página, que en la reunión mantenida la víspera por el Govern algunas de sus principales figuras se desmarcaron del manifiesto leído por Carmen Forcadell, presidenta del Parlament, y culminado con el alarido de “¡Visca la república catalana!”. Uno de los más notables llegó a calificarlo de “intolerable” y “broma de mal gusto”. ¡Cosas veredes, Sancho!
El cabreo de Mas con los críticos, según me han asegurado fuentes periodísticas muy próximas a la Generalitat, fue antológico. Aunque no lo expresó con gritos sino al estilo victima tan cultivado por él en los últimos tiempos: poniendo cara de amarguras, dirigiendo miradas de reproche a los disidentes y rematando con un: “¿Acaso queréis que convoque nuevas elecciones?”.
Su ex de coalición, Durán y Lleida, le profetizó el mismo día (¡maldito Jueves Negro para este enredador chafardero!) que habrá de hacer sí o sí. Y las razones son de peso: si desde hace semanas su figura encarna un colmo de corrupción para muchos independentistas puretas (los del CUP, en su totalidad), tras las últimas revelaciones sobre descomunales coimas de Convergencia claramente patrocinadas o consentidas por él, saqueos de los Pujol próximos al terrorismo económico, y otros creativos choriceos que no cabrían en “La Historia Interminable”, Mas encarna hoy el hedor a cloaca en estado puro. Dicho en brevedad: su cercanía pringa.
Los descontentos del Govern no forman precisamente una lista de mindundis. Están en ella Mas-Colell, Germán Gordó, Jordi Jané y Santi Vila. Algunos forman (perdón, formaban) el ala dura de su guardia pretoriana. Y uno o dos aspiran a recoger el cetro que el rey Arturo dejará caer pronto en el barro. Aunque se trata de una caterva de ilusos, porque la lacra trincona les infecta también, como el cine y las series nos muestran que sucede con los mordiscos de los zombis. Cierto reportero que trabaja en un diario de Barcelona donde está prohibido informar de estas cosas me contó haber escuchado a un hundido Mas: “Si pongo ahora un circo, me crecen los enanos”.
Tal como evolucionan las cosas, se empieza a dibujar, en mi opinión, un horizonte inimaginable hace poco, cuando todos nos dedicábamos a llamar a Rajoy cualquier cosa menos bonito mientras le acusábamos de inacción y hasta de cobardía ante el desafío secesionista. Fuentes de Moncloa me explicaron sus actitudes pasadas con este razonamiento: “El Presidente mide muy bien los tiempos. Mientras cupieron dudas de si se trataba o no de fanfarronadas prefirió evitar el choque de trenes y trabajar un cordón profiláctico internacional. Si hubiera ido de frente, ni Susana Díaz, ni mucho menos Pedro Sánchez hubiesen asumido que el Estado estaba en peligro, y se habrían lanzado a su garganta llamándole como mínimo inmovilista. Ahora, los principales Partidos nacionales –Podemos es otra cosa, como acreditó Iglesias e su mano a mano con Rajoy con el rollo de aceptar referendos hasta para ir al callista– entienden que es imprescindible arrimar el hombro si no quieren que una gran mayoría de españoles los barra el 20-D”.
Esa afirmaciópn me recordó la última charla que mantuve sobre el asunto del independentismo con mi amigo-hermano Txiki Benegas, seis o siete meses antes de su muerte, cuando abominé de la actitud del PSOE por su falta de defensa activa de la Constitución. Lo admitió contrito y me dijo: “He dicho a Rajoy en el Congreso que siga usando con los separatistas la estrategia de dejar que se cuezan en su jugo hasta que se enreden con sus contradicciones internas, y que se limite a recordarles que existen unas leyes que se les aplicarán cuando llegue el momento. Ya en el límite, mi Partido no tendrá más remedio que apoyar, o su estructura nacional estallará en mil pedazos. ”
A pesar de todo, me enfadé y juré en arameo, aunque tomé nota escrita de sus palabras porque siempre me gustaba recordarle sus errores en eventuales duelos dialécticos futuros. La razón: cometía muy pocos. Hoy, esté donde esté, me gustaría hacerle llegar este mensaje: Cada vez lamento más la desaparición del amigo que fuiste, pero sobre todo del pedazo de político que se perdió España.