En qué manos estamos

 FITUR, eso sobre lo que no tiene ni idea la ex Consejera de Turismo de la Comunidad Valenciana, Milagrosa Martínez

Esta semana he podido leer con horror, espanto y bastante incredulidad, las afirmaciones de Milagrosa Martínez, ex Consejera de Turismo de la Comunidad Valenciana, quien ha dicho que “no tenía ni idea de qué era FITUR”. No entraré en disquisiciones que no conducen a parte alguna sobre si esta señora miente o dice la verdad. Tendrán que ser los jueces los que lo decidan ya que estas declaraciones han sido realizadas durante su comparecencia en los juzgados valencianos como imputada por las irregularidades en la adjudicación de los contratos de la Conselleria con empresas implicadas en la trama Gürtel.

Lo que me preocupa realmente es el hilo de razonamiento que lleva a darle a alguien sin el más mínimo conocimiento sobre un tema, un puesto como responsable máximo del mismo. La falta de profesionalización de las altas esferas políticas españolas es alarmante y al final, eso se nota en las acciones que realizan… O en las que dejan de realizar. No quiero afirmar con esto que un político tenga que saber de todo; no, lo que digo es que ya que no tienen ni puñetera idea de lo que se traen entre manos, lo mínimo es que sus consejeros de turismo, de sanidad, de educación, etc. sí sean profesionales de esos ramos o por lo menos, que les suenen los eventos, actividades, políticas y líneas de actuación más importantes.

Poner al frente de una consejería de turismo a alguien que lo máximo que sabe sobre este ámbito es que a España (a Valencia en este caso) vienen muchos turistas, es lo mismo que poner como Ministro de Sanidad a una persona que no sabe distinguir la nada más absoluta de un Jaguar. Una irresponsabilidad.

En España la política parece estar regida por amiguismos y enchufes varios y no podemos hacer mucho por evitarlo, sin embargo, algo muy razonable sería enchufar a los amigos o compromisos familiares con unos conocimientos básicos relacionados con los temas sobre los que van a decidir ¿O es que nuestros queridos y admirados gerifaltes no conocen a nadie lo suficientemente preparado para desempeñar un cargo concreto?

A un alto cargo gubernamental se tiene que venir aprendido de casa, la conocida estrategia de “aprenderé sobre la marcha” está bien para estudiantes de último año de carrera en sus primeras prácticas profesionales. Sin embargo, que nos tomemos el gobierno de un país, de una Comunidad Autónoma o de un Ayuntamiento como un buen lugar para aprender y coger soltura, es una locura digna del Rey Jorge III, quien, por si no lo saben, estaba como las maracas de Machín.

En turismo, la falta de profesionalidad es algo con lo que hemos convivido durante mucho tiempo. Personas que empiezan a trabajar en una agencia de viajes sin saber situar Praga en un mapa, sin hablar idiomas (la falta de formación en idiomas de nuestra clase política, es algo que da para tesis doctoral, por lo que no será tratado aquí), sin conocimientos básicos de informática o de atención al cliente. Del mismo modo encontramos restaurantes donde no se contratan profesionales de la hostelería formados, más bien al contrario, se prefiere contratar personas sin experiencia porque resulta más barato, además de más sencillo a la hora de imponerles contratos semi-esclavistas ¿Pero qué podemos esperar del sector si hasta los que lo rigen son puestos a dedo?

Esto no significa que no haya auténticos profesionales. Tampoco significa que esos trabajadores que comienzan siendo intrusos en una industria completamente desconocida para ellos, no se conviertan en competentes miembros de la misma por derecho propio. Porque el intruso, el novato o como queramos denominarle, va a aprender, puede tener diferentes motivos para ello, como que le guste lo que hace o que no le quede más remedio para ganarse la vida. Y eso mismo es lo que les diferencia del consejero o asesor puesto al azar por otro señor que ha sido colocado en su sillón de cuero por los votos de la mayoría… O por algún pacto entre minorías, vaya usted a saber.

Ese señor o señora ascendido repentinamente a una posición de poder de manera totalmente aleatoria o casual (léase por amiguismo), sabe que el cargo tiene una duración limitada a 4, 8 ó 12 años como mucho, después ese gobierno se quemará y será sustituido por los votos de la plebe que les pusimos en ese mismo lugar. La motivación en este caso puede venir más del beneficio económico que del auténtico amor a lo que se hace o a la necesidad de supervivencia…

En mis muchos años en este sector también he conocido a grandes expertos en turismo, tanto en agencias, como en tour operadores; en hoteles, restaurantes, escuelas de buceo, oficinas de información turística o en museos. Personas que no solo conocen su producto, también conocen los de la competencia y otros no relacionados con su campo de acción más inmediato. Gente con más conocimientos sobre la industria turística del que van a tener nunca responsables de medio pelo como Milagrosa Martínez, personas con tantos años de experiencia a sus espaldas que saben de un vistazo qué funciona y qué no funciona. Son ellos los que día a día defienden la Marca España, tan mencionada por la clase política cuando dicha mención se ciñe a sus intereses y a la vez tan denostada por las acciones de esos que tanto la mientan. Son estos profesionales los que consiguen que esa marca no termine de hundirse en el más sucio, apestoso y profundo de los lodos, ellos quienes con su trabajo diario hacen que sigamos siendo uno de los destinos turísticos más importantes del globo.

La clase política española tiene mucho que aprender de todos los que les votamos con la confianza de que están preparados para gobernar el país y con él, los destinos de sus habitantes. Sería de agradecer que dejen de pensar en sus colegas de la universidad y empiecen a pensar en lo mejor para el territorio que dirigen, en lo mejor para las personas que viven en ese país. Y esto es algo que sirve para cualquier partido político de los que pululan por nuestra geografía en estos meses pre-electorales. No personalicemos en uno solo, el amiguismo es una enfermedad endémica patria que deberíamos empezar a combatir si queremos ser una potencia económica. La vocación de servicio que se le supone a la política ha muerto, eso sí, rodeada de todos sus amigos y seres queridos.

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