El hijo del alcalde más popular de la historia de Madrid y figura importante de la Transición analiza aquella época en que España pasó sin traumas de la dictadura a la democracia: «No veo similitud entre lo que ocurrió a partir del año 75 y lo que está pasando ahora». Rechaza que unos cedieran más que otros en aquel proceso y subraya que muchos sacaron a relucir su antifranquismo «después de que muriera el caudillo».
El Ateneo Científico, Literario y Artístico de Madrid cumple por estas fechas 180 años. La conocida como docta casa es la institución cultural e intelectual con más solera de la capital de España, después de haber sobrevivido a los avatares de los convulsos siglos XIX y XX. Repúblicas, dictaduras militares, monarquías… El Ateneo ha conocido todas las formas de Gobierno, varias guerras y golpes de Estado y a día de hoy sigue siendo depositario de la tradición ilustrada y liberal que motivó su nacimiento en 1835. Mariano José de Larra fue su primer socio; el Duque de Rivas, su primer presidente.
Desde entonces, lo más granado de la intelectualidad española ha ido pasando por allí, incluyendo 16 presidentes del Gobierno y casi todos nuestros premios Nobel. Desde mayo lo preside Enrique Tierno Pérez-Relaño (Madrid, 1946), físico, matemático y economista hijo del Viejo Profesor, el alcalde más popular de Madrid: Enrique Tierno Galván. Antes de llegar al ayuntamiento capitalino, Tierno Galván jugó un papel importante en la Transición, al frente del Partido Socialista Popular (PSP). Autor del preámbulo de la Constitución, quedó fuera de la redacción final de la Carta Magna por disputas personales con otros políticos. Se hizo a un lado, como recuerda su hijo, y renunció a dar la batalla por un texto más laxo e interpretable, menos rígido y detallista que el actual. «No era mala idea, visto lo visto», reflexiona su vástago, que recibe a SABEMOS en la sede del Ateneo, en pleno barrio de Cortes.
Muchos comparan la situación actual de España con la Transición. Usted, que por entonces ya militaba en el PSP y que vio a su padre jugar un papel tan importante, ¿cree que cabe hacer ese paralelismo?
Yo no veo un paralelismo. Es mi opinión, no hablo ex catedra ni mucho menos, pero no veo similitud entre lo que ocurrió a partir del año 75 y lo que está pasando ahora. Sí que es un punto de cambio. Como entonces, tenemos la intuición de que estamos abocados a una serie de encrucijadas estratégicas. Sociales, culturales, políticas… Las económicas las pondría en último lugar. Si a eso se le quiere llamar Segunda Transición, me parece bien, es una cuestión semántica. Pero no veo ni mucho menos un paralelismo con la primera. Es que entonces se salía de una dictadura, con unos vectores antidemocráticos muy importantes, y había que superar ese obstáculo de la mejor manera, porque cualquier paso en falso podía desembocar en violencia.
¿Qué recuerdo sentimental guarda de aquella época, en que ya era militante socialista?
Estuve primero en el partido de mi padre, el PSP, y luego pasé al PSOE, cuando se fusionaron. Guardo recuerdos de lo que fue el embrión del PSP, el Partido Socialista en el Interior, de cuando no había todavía muchos partidos precisamente. Fue el primero que celebró un acto público en Madrid tras la muerte de Franco, en la plaza de toros. Estuve presente, yo estaba entonces en el extranjero pero venía a España muy a menudo. Volví definitivamente en el año 77. Sentimentalmente la Transición fue un proceso muy emocionante, yo había tenido la ocasión de ver la evolución de los últimos años de dictadura, comparándolo además con Inglaterra y Alemania, donde estuve estudiando. Es que España estaba aislada, a pesar de que había empezado el desbloqueo internacional y se veía muy bien, te dabas cuenta de lo que suponía la dictadura franquista en el marco de aquella Europa en la que no éramos más que un apéndice. Estábamos ahí, en un rincón, con todo el mundo mirando a ver cuándo se acababa el cuartel, porque estaba claro que la dictadura duraría lo que durara Franco. El tema era que no hubiera derramamientos de sangre, eso ya no estaba tan claro.
El contraste para usted debía de ser tremendo cada vez que volvía a España.
Yo lo veía muy bien desde fuera, entrabas y veías un cambio como la noche y el día. Cada vez que cruzabas la frontera, aproximadamente cada dos meses, el choque era increíble. Recuerdo un día que fui a comprar unos discos a la plaza del Callao y me quedé alucinado al ver que apenas había discos de música clásica. No había más de media docena. Y uno venia del extranjero, de Nueva York, donde había tiendas con dos pisos de música clásica, de Inglaterra… Y te dabas cuenta de que aquí todo estaba en una dimensión de cuartelillo. Esa es la idea que me ha quedado, la idea social de entrar a España y pensar «¡qué jaula!»
Y, sin embargo, en apenas diez años ya éramos una democracia más de la comunidad europea…
Sí, de alguna manera la ciudadanía española había sido consciente de su aislamiento, a lo que había ayudado la corriente turística en constante crecimiento desde hacía años, eso hizo ver a muchos que había otros mundos fuera… En cuanto se abrieron las puertas de un régimen encerrado en sí mismo, que prohibía viajar a determinados países e imponía condiciones para salir de España, la gente salió disparada a ver qué era Europa, hubo un movimiento pendular. Se desató un sentimiento de europeísmo muy fuerte. Por fin se abrían las puertas de la jaula, se daba la oportunidad de ser de verdad europeos. Y la gente dijo: «vamos a aprovecharlo».
¿Cómo recordaba su padre políticamente aquella época?
Pues había evidentemente la pelea política de los partidos, de cara a las primeras elecciones y conseguir parcelas de poder y demás. Mi padre después de las elecciones vio que el PSP no había logrado diputados suficientes para formar grupo propio y tenía que irse al mixto, con lo cual la suerte del PSP estaba echada, la supervivencia era un imposible. Las diferencias con el PSOE, aunque formalmente se decía que eran ideológicas, respondían sobre a todo a cuestiones personales. Se llegó a un arreglo político por el cual se dejaba a mi padre la candidatura a la alcaldía de Madrid, que ganaría y ocuparía hasta su muerte en 1986. Antes de ese pacto, se suponía que debía haber sido uno de los padres de la Constitución…
Pero lo vetó el PSOE…
A lo mejor hay alguien que me lleva la contraria pero creo que fue una condición impuesta por el PSOE y el Partido Comunista. Porque no creo que Suárez tuviera un especial interés… Creo que las instancias vinieron de ahí, de dos personas en concreto.
Sí se conservó el preámbulo de la Constitución, escrito por su padre.
Sí, se conservó, el preámbulo está escrito por mi padre y ahí sigue. Se ha respetado entero. Hasta ahí llegó, porque le quitaron de la comisión. No tenía grupo propio y esa fue la excusa que se dio.
¿Cree algún aspecto de la Constitución hubiera sido distinto con su padre dentro del grupo que la diseñó?
Mi padre tenía en la cabeza un modelo distinto. Ya el prólogo es muy, digamos, de la Ilustración. La idea que tenía de hacia dónde se debía dirigir el debate era más bien hacia un modelo de Constitución mucho más breve y menos detallista, para dejar más margen, que fuera más flexible y pudiera cambiarse más adelante. Era un modelo más anglosajón. Esta postura no era la que defendían otros padres de la Constitución ni mucho menos. Él quería una Carta Magna más breve, más flexible, que se pudiera ir adaptando con facilidad al paso de los tiempos. No era mala idea, visto lo visto.
Hay un sector de la izquierda que considera que en la Transición cedió más la izquierda que la derecha y que ahora es momento de revisar ciertas cosas. ¿Qué opina?
Esta pregunta en sí no es demasiado larga, pero la respuesta se las trae. Algunos de los planteamientos es que cambiaron o se desarrollaron con el tiempo, como la entrada en la OTAN o la privatización de los grandes consorcios estatales, como los astilleros, el sector financiero… Son cosas aparentemente irreconciliables con los primeros programas del PSOE, sí. Y en el sector político los acuerdos con la Iglesia católica supongo que es el punto más en entredicho, y el PSOE ya ha dicho varias veces que los quiere revisar. Pero es difícil, porque es fruto de una negociación Estado-Estado y se necesita una mayoría amplia en el Congreso difícil de conseguir. Pero no creo que sea fácil cuantificar y decir «estos cedieron más que los otros». Quizás no se tomaron todas las decisiones previendo el medio y largo plazo como convenía. Hubo una perpetuación, una traslación de vectores del franquismo al régimen democrático que se mantiene a día de hoy, aunque eso ya no es franquismo, evidentemente.
También hay quien dice que surgieron muchos más antifranquistas tras la muerte del dictador que los que había cuando vivía.
Antifranquistas confesos, que salieron después de la muerte del caudillo, hubo muchos. Y antes, durante la dictadura, había bastantes menos. De esta manera espero haber respondido con precisión.
Enrique Tierno se explaya desde la mesa de visitas de su despacho, haciendo largas pausas cuando quiere dejar el argumento bien hilvanado, sin espacio a interpretaciones. A unos metros descansan los Ensayos de Montaigne y algún ejemplar de prensa extranjera. Se muestra muy orgulloso del puesto que ocupa, en el que le han precedido celebridades del calibre de Gregorio Marañón, Ramón María del Valle-Inclán, Antonio Cánovas del Castillo, José Echegaray o Fernando de los Ríos, que fue el últmo presidente antes de la Guerra Civil. Al término del conflicto, el franquismo tomó las riendas de la institución, designando mandatarios de su cuerda y acabando con todo margen de libertad. Hasta se mancilló el asiento de Manuel Azaña cambiando la escuadra y el triángulo masónicos de su cabecera por el escudo del régimen, como luego nos mostrará Enrique Tierno en un gentil paseo por el edificio. Tras la Transición, a partir de 1982, el Ateneo recuperó la democracia interna y la libre actividad cultural.
Volviendo al proceso de elaboración de la Constitución, ¿recuerda algún artículo o postulado con el que su padre estuviera en especial desacuerdo?
Él veía todo el proceso como un exceso de complicación. Mi padre era, a su manera, tremendamente pragmático. Y eso quedó patente cuando estuvo al frente del Ayuntamiento de Madrid, cuando dentro de una fraseología muy barroca, muy magnética, sin embargo a la hora de tomar decisiones movía muy bien equipos y los llevaba hacia unas decisiones muy concretas por él previstas. En limpieza, vivienda, las aguas del Manzanares… Mucho más de lo que hoy ha quedado en la memoria popular, porque se recuerdan «los patos del Manzanares» [Tierno Galván llenó de patos el río para simbolizar la limpieza que había conseguido en sus aguas], pero, ¿por qué le votaban masivamente los vecinos de Vallecas? De modo que lo que veía con preocupación de la Constitución era la excesiva complicación. Crear una Constitución muy difícil de cambiar es meterse en la boca del lobo. Era una idea clara y, sin necesidad de hacer la pelota a la memoria de mi padre, acertada. Pero la historia decretó que no podía aportar.
La historia también decretó que fuera el alcalde más popular de Madrid. Y, como muestra, aquellas honras fúnebres con miles de vecinos en las calles cuando murió.
Lo recuerdo perfectamente. Mi madre, mi mujer y yo íbamos detrás de la carroza fúnebre famosa. De los fastos no nos encargamos nosotros. Voy a contar una anécdota que creo que hasta ahora solo he contado en petit comité: había terminado el desfile de personas delante del ataúd en la sala de cristales del Ayuntamiento y había ya que cerrarlo. Estaba el Gobierno en pleno a un lado, al otro mi madre, mi mujer y yo y luego los maceros y no sé quién más. Se da la orden de cerrar y pedimos una bandera de España que se había traído para la ocasión. La doblamos, y la metimos dentro del ataúd, a los pies de mi padre. Mi madre se quedó mirando a quien fuera y dijo: «así se hacen las cosas». Y marchamos desde el Ayuntamiento hasta plaza de Cibeles entre una masa de gente. Hay un documental de TVE donde se ve lo absolutamente alucinante que fue aquello.
¿Y por qué cree que fue?
Había en la despedida de mi padre mucho componente de que se acababa una época histórica. Era el último símbolo de los valores republicanos, la gente se dio cuenta de que a pesar de que él era leal a la Corona -porque no había otra salida que la Corona, dejémonos de tonterías-, su pasado histórico era republicano. Empezó de joven anarquista, lo metieron en un campo de concentración… Lo que se hizo fue despedir a un icono, al que podía haber sido el presidente de la República. Más que a una persona, se despidió a una época.
Con la entrada de Manuela Carmena en política hubo quien desde su entorno quiso compararla con su padre. Muy en especial Pablo Iglesias.
Me encanta que se comparen peras con manzanas, pero es complicado. Las peras tienen una vida propia y las manzanas otra. El otro día leí en un periódico un artículo que asociaba la subvención que le van a dar al Ateneo este año con lo que yo dije una vez de que, entre los candidatos que había, Carmena era la que más se parecía a mi padre. Hombre, no hacía falta ser un genio para eso. Pero me acusan de ser un pelota para lograr ayudas. Y eso que lo que nos va a dar el Ayuntamiento son 14.000 euros para todo el año, una prodigiosa suma… En cualquier caso, la comparación de la actual alcaldesa con mi padre me parece harto forzada, sobre todo porque es difícil comparar épocas. Hay algo que sí es común y es la voluntad con que se acomete la empresa de cambiar cosas, pero no mucho más.
¿Cree que la alcaldesa está sometida a un escrutinio exhaustivo y constante?
Pero es lo normal. A mi padre al principio le dieron leña… Cuando inauguró Mercamadrid le tiraron un pescado a la cara que le rompió las gafas y casi le deja ciego. Hay que recordarlo todo.
¿Qué le parece la decisión de revisar el callejero para cambiar el nombre de unas 150 vías?
¿Quién cambio la avenida de José Antonio para recuperar el nombre de Gran Vía? Mi padre. ¿Y la avenida del Generalísimo por la Castellana? O Príncipe de Vergara o tantas otras, que se hizo rápido y a un coste bajo. Ahí está el arte y la magia de hacer política. Entonces no hubo ninguna polémica con esto. En política también una cosa es predicar y otra es dar trigo.
Usted ganó sus particulares elecciones en mayo. Prometió aplicar «un programa de transparencia, eticidad y participación» en el Ateneo. ¿Cómo han sido estos meses?
El Ateneo es fascinante. Lo que pasa es que estamos saliendo de una etapa donde hemos pasado mucha hambre. También es cierto que hay que aprender a no depender de la ayuda pública. Es difícil porque esto es una asociación privada, somos independientes. Hay otras entidades culturales de Madrid que son patronatos, al frente del cual está por ejemplo la Comunidad. Hay que aprender a generar recursos, gestionar bien nuestros espacios… Esto requiere mucho cuidado porque no podemos convertir la institución en un centro comercial. Pero hay fórmulas para sacarlo adelante y ponerlo en el siglo XXI al tiempo que se conserva su solera.
¿Uno de los objetivos pasa por seducir a las nuevas generaciones para que se hagan ateneístas?
Eso es fundamental, pero aquí no nos vamos a inventar las demandas del siglo XXI. Mi idea es que el único vector seguro que va a condicionar cualquier oferta y desarrollo cultural que hagamos es la tecnología. Es inherente a cualquier actividad hoy en día, y por ello tenemos que apostar. Teatro virtual, ofrecer los actos por streaming, etc.