Hay una moneda en Suiza que no es el franco y que entra en acción cuando hay problemas de crédito. Hay otra forma de cobrar por tu trabajo si eres un hacker y detectas un agujero en la seguridad de los sistemas informáticos de una aerolínea. Japón usa bancos de tiempo y un barrio de Bélgica entrega torekes a sus vecinos con los que pueden alquilar un pequeño jardín a cambio de tener la zona limpia. Las monedas complementarias ya existen, aunque haya una fuerte corriente de oposición a su uso, y no han dado mal resultado.
Una moneda única para gobernarlos a todos. La humanidad lleva 5.000 años entregada a la tentación de prohibir la coexistencia de monedas de diferente naturaleza según vayan a ser utilizadas para una u otra finalidad. Europa, o al menos una parte importante de políticos, economistas y analistas de toda condición, se lleva las manos a la cabeza cuando suena la posibilidad de que países como Grecia tengan una moneda complementaria (llámase dracma, nuevo dracma o greekcoin) o cuando se habla de la creación de monedas sociales regionales. Las dos opciones que parecen siempre encima de la mesa son, en el caso heleno, o el Grexit, la salida de Grecia del euro, o la permanencia en el club con el euro como única moneda. Nada de coexistir.
Uno de los arquitectos del euro, Bernard Lietaer, que participó en la concepción de la moneda única europea cuando trabajaba para el Banco de Bélgica, no solo cree que sería beneficioso para Grecia tener una moneda complementaria que resuelva los problemas de liquidez actuales del euro en el país, como ha explicado en sus conferencias (en España fue invitado el año pasado por Fundación Innovación Bankinter a las jornadas para debatir sobre el futuro del dinero). Lietaer es un firme defensor del ecosistema monetario, de la coexistencia de diferentes monedas, porque considera que ya es una realidad aunque nos neguemos a verla y una realidad que ha resultado harto beneficiosa en muchos de los casos que ha estudiado. En el mundo económico conviven las personas, empresas e instituciones que utilizan dinero que circula por todo el mundo, las monedas oficiales utilizadas en las transacciones, con personas que no tienen dinero suficiente y sin embargo disponen de recursos que no utilizan, como por ejemplo tiempo. Lo que hacen las monedas complementarias es crear un puente entre ambos mundos.
Para Lietaer, autor de obras como El futuro del dinero: cómo crear nueva riqueza, trabajo y un mundo más sensato, se ha sacrificado la estabilidad que dan las monedas complementarias por el empeño de primar la eficiencia, que es la característica principal de las monedas únicas. La propia definición de dinero implica la necesidad de que se cumpla que sea una unidad de cuenta, un medio de intercambio y un depósito de valor. ¿Por qué?, se pregunta Lietaer. ¿Por qué no es posible contar con monedas que solo cumplan una o algunas de esas funciones y no todas?
Wir, la moneda suiza que no es el franco
Suiza tiene una segunda moneda de la que no mucha gente ha oído hablar. Se llama Wir y fue creada por los empresarios Werner Zimmerman y Paul Enz allá por 1934. El motivo que impulsó su iniciativa fue uno que no puede sonar extraño a quienes han sufrido la crisis financiera iniciada en 2008: la estrechez de crédito. En su caso, ese cierre del grifo financiero estuvo provocado por la Gran Depresión.
El Wir nació solo para intercambios entre empresas (aunque hace unos años el Banco Wir empezó a admitir clientes minoristas) y se comporta de forma anticíclica. Cuando falta liquidez, las empresas activan rápidamente el uso de esta moneda completamente virtual (los intercambios se hacen mediante tarjetas de crédito o cuentas bancarias, no existe papel físico) y eso hace que su eficacia sea mucho mayor e inmediata que las actuaciones, por ejemplo, de los bancos centrales. En opinión de Lietaer, el Wir es el arma secreta que ha hecho que la economía suiza haya sido más estable que la de sus vecinos en los últimos ochenta años. El Wir Bank es un banco dual (opera con francos y Wir) e interactúa con una cuarta parte de los negocios de Suiza.
En el euro no se permitió, sin embargo, esa dualidad. O se pertenecía al club o se estaba fuera. Lietaer cree que al formarse la Eurozona, el país que actuó de un modo más inteligante fue Inglaterra porque está con un pie dentro y otro fuera. Las empresas que facturan mayoritariamente en euros, presentan sus informes a los organismos oficiales británicos en euros y pagan sus impuestos en la moneda única. El sistema es, por lo tanto, dual.
Un ejemplo cercano: las millas
¿Qué ocurriría si una moneda se usase solo como medio de intercambio con una finalidad concreta?, se pregunta Lietaer. Y su respuesta es que eso ya existe. ¿Qué son las millas de las aerolíneas sino un medio de intercambio? ¿No coexisten con las monedas llamadas de curso legal y permiten adquirir el mismo servicio (un asiento en un vuelo, una noche de hotel…)? Lejos de tener un efecto negativo, logran que las aerolíneas fidelicen al cliente y además cubran asientos que quedarían vacíos.
Las aerolíneas han ido mucho más allá. Están usando millas para retribuir un trabajo, en concreto pagan con ellas a los hackers que detectan agujeros en sus sistemas de seguridad. United Airlines se ha convertido en el ejemplo más claro de esta práctica tras premiar con 1.250.000 millas a Jordan Wiens por los puntos flacos que ha encontrado en los sistemas de la aerolínea.
Bancos de tiempo
Edgar Cahn, profesor de Derecho y autor de los discursos de Bobby Kennedy, se dio cuenta de que no podía pagarlo todo con la moneda que llevaba normalmente en la cartera cuando tuvo un infarto y necesitó ser cuidado en el hospital. Lietaer lo considera el padre de los bancos de tiempo, aunque se atribuyan de forma general a Albert Einstein. La idea en la que se fundamentan estos sistemas es el intercambio de tiempo en base a un mercado de oferta y demanda y ha tenido y tiene muchas versiones en diferentes puntos del mundo incluida, por ejemplo, la ciudad de Nueva York.
Se utiliza también en Japón, un país con una población tan envejecida que asumir el coste de su atención equivaldría, según Lietaer, a la quiebra del país. O se destina cada vez menos dinero a la atención a la tercera edad, como los anglosajones, o se camina hacia la quiebra pero se mantiene la promesa que se hizo a los hoy ancianos cuando cotizaban con la esperanza puesta en recibir atención del Estado tras su jubilación.
La opción nipona fue crear una moneda que solo sirve como unidad de cuenta y que es utilizada a nivel nacional: el Fureai Kippu. La forma de conseguirlos es, por ejemplo, haciendo algo por el vecino. Las monedas (o créditos) conseguidas en el tiempo que se emplea para dar servicios a otras personas pueden utilizarse después para que alguien cuide de tus mayores o se encargue de hacer un recado cuando estás enfermo.
Monedas para mi jardín
Si hay un ejemplo de los que utiliza Lietaer (extraídos todos de su investigación del fenómeno de las monedas complementarias) que muestra una moneda de finalidad única es el del toreke. Se trata además de una experiencia personal. Lietaer fue encargado en 2010, junto a un equipo, de solucionar un conflicto social que había surgido en un barrio de Gante. La gerencia de la ciudad era incapaz de lograr que se cumpliesen unas mínimas normas cívicas en una zona habitada por alrededor de 7.000 familias, cerca de la mitad inmigrantes y con el turco como idioma predominante, y la conflictividad iba en aumento.
Lietaer y su equipo preguntaron a algunos de los habitantes de aquel barrio qué era lo que querían, buscando una pista de qué podrían desear que pudiera servir para intercambiarlo por un cambio de actitud. La respuesta fue un pequeño jardín. Durante 20 generaciones, aquellos inmigrantes muchos de ellos de primera generación habían visto crecer a sus hijos y nietos jugando con los pies sobre la tierra y no en pisos apilados en un bloque de viviendas.
El equipo de Lietaer localizó un solar cercano al barrio que era de propiedad pública. Lo dividieron en pequeñas parcelas y lo ofrecieron en régimen de alquiler. Pero alquilar aquellos pequeños jardines solo era posible pagando en torekes, una moneda que crearon sobre la marcha. ¿Cómo se conseguían? La respuesta estaba clara. Recogiendo la basura, teniendo el barrio limpio…
Claro que Bélgica, de momento, pertenece al euro por lo que hubo que legalizar de algún modo aquellos trabajos de la lista de acciones para conseguir torekes inscribiendo a los vecinos del barrio como voluntarios.
Terra, la moneda sin inflación
Lietaer recuerda que uno de los argumentos de los defensores a ultranza de las monedas únicas es que la creación de moneda genera inflación, una realidad comprobada con dolor a lo largo de la historia con episodios tan escalofriantes como de consecuencias nefastas como lo ocurrido durante la República de Weimar en Alemania a resultas de la imposición del pago de reparaciones de guerra tras la I Guerra Mundial. La impresión de dinero sin freno lo dejó sin valor. Los jefes dejaban salir a mitad de jornada a los trabajadores tras cobrar su salario para que pudiesen obtener algo a cambio y en el camino a la tienda, con carretillas o coches de bebé cargadas de billetes que no valían casi nada, ese valor iba reduciéndose aún más.
Ese miedo a la inflación es el que ha mantenido la creencia de que es necesario un vigilante, un supervisor, aunque en estos momentos de política monetaria expansivérrima no son pocos los que creen que el más alto riesgo de inflación tras la crisis financiera de 2008 ha sido generado por los propios supervisores.
Lietaer propone la creación de una moneda, que ha denominado Terra, que se basa en el valor de una cesta de bienes y servicios, una moneda con una tasa de depósito negativa, es decir, una comisión por aparcar el dinero, por intentar acumularlo, de forma que lo haga circular en todo momento. Su función sería únicamente como medio de cambio, nadie lo ahorraría, es decir, no la usaría como depósito de valor porque eso tendría un coste. Y como su evolución, a semejanza de como se calcula el IPC, estaría basada en la evolución de una cesta de bienes y servicios, no sufriría inflación.