La infancia es un privilegio de la vejez. Mario Benedetti siempre decía que recordaba la niñez en la senectud con más claridad que nunca, aunque él mismo reconocía que “a veces es un paraíso perdido y otras es un infierno de mierda ”. Sea como fuere, la infancia suele marcarnos más de lo que pensamos.
Siempre me ha dado ternura la imagen de una infancia ajena que me relataron un día hace ya unos años: la escola dels cagons, el nombre valenciano con el que se conocía a las escuelas de párvulos, a las guarderías. Llegado el momento, les colocaban a todos en el orinal correspondiente, agrupados en círculo o en línea recta, unos al lado de los otros, y allí se podían pasar toda la mañana o la tarde cagándola. Un acto fisiológico tan aliviador que algunos al crecer guardan querencia por la práctica y parece que continúan enganchados a ella.
No sé si Albert Rivera iría a una escola dels cagons (lo escribo en valenciano porque me suena más simpático que decir escuela de cagones) pero se ve que la infancia le marcó, y mucho. Creo que fue después de un desayuno con la prensa cuando dijo que la regeneración democrática tenían que hacerla los nacidos en democracia y que el resto a mirar. No es beneficioso perder las buenas costumbres que nos enseñaron en la infancia y estoy convencida de que si hubiera ido al baño después del desayuno y antes de empezar a hablar, no hubiera dado semejante titular.
Fue el creador de las JONS el primero en proponer apartar a los hombres mayores de 45 años de cualquier puesto de mando.
Todos tenemos derecho, y algunas veces, incluso la obligación de cagarla, pero hacerlo ya como práctica habitual puede rayar el vicio. Lo dicho por Rivera no solo es una discriminación de primera sino una absoluta y reveladora memez. Y lo peor es que no ha sido fruto de un calentón o de decir las cosas sin pensarlas, ya que la cagada ni siquiera es suya ni se le ocurrió en el momento porque la traía preparada de casa. Para ser justos, fue Ramiro Ledesma, el escritor y político, fundador del nacionalsindicalismo español, creador de las JONS ( Juntas Ofensivas Nacional Sindicalistas) de las que fue expulsado en 1935, el que propuso antes de la guerra civil española que había que apartar a los hombres mayores de 45 años de cualquier puesto de mando. “El programa fundamental del futurismo sería la sustitución en las funciones dirigentes del país ‘de los vejestorios’ por la juventud”. Así lo escribió en “Futurismo y fascismo”. Yo soy la editorial o sus herederos, y ya estoy pidiendo derechos de autor a Rivera. Al menos podía haber reconocido la autoría de Ledesma , pero claro, nació en 1905 y encima en Zamora, que a quién se le ocurre. No vale. Y aunque al líder catalán le viniera de perlas lo que escribió Miguel Hernández en su poema “Llamo a la juventud”, “Sangre que no se desborda, juventud que no se atreve, ni es sangre ni es juventud ni reluce ni florece. Cuerpos que nacen vencidos, vencidos y grises mueren, vienen con la edad de un siglo y son viejos cuando vienen. La juventud siempre empuja, la juventud siempre vence, y la salvación de España de su juventud depende” , tampoco le puede valer porque el poeta alicantino nació en 1910, en Orihuela, valenciano para más señas,… quita quita. La dictadura del calendario, la inoportuna autocracia del tiempo. Y claro, así no se puede.
Queda claro que hablar mucho y muy deprisa no garantiza la brillantez de lo dicho. Ya sé que muchos piensan que hablar rápido denota inteligencia pero tambien hay neurólogos que aseguran que esconde algún trastorno psicológico, como la ansiedad o el nerviosismo. La parlada se puede terciar en cagada. Que se lo digan al Pato Donald o a Antonio Ozores, ambos nacidos antes del 78, pero es que algunos tienen tanta prisa en nacer que no respetan ni los tiempos. Quizá la única excepción a la regla haya sido Groucho Marx pero para eso hay que ser brillante, tener talento y acercarse a la genialidad como si fuera un estado natural.
Para que nadie se lleve a engaños, conviene recordar que el estar matriculado en la Escola dels cagons y ser un miembro activo no es parcela exclusiva de los políticos. Está abierta a todos, independientemente de su origen, nacionalidad, creencia e ideología, para que vayan aprendiendo algunos sobre la naturaleza democrática de las instituciones. El humorista catalán Dani Mateo -especifico lo de catalán como un detalle hacia su enfervorizada veneración por los gentilicios- tomó asiento en su bacineta particular para decir en su programa de televisión que los valencianos llevan la corrupción en su ADN. Y como el alivio fisiológico no había alcanzado el súmmum de lo absurdo, insistió en que el valenciano de a pie respondía al estereotipo de Chimo Bayo, John Cobra y Rafa Mora. Les juro que he tenido que buscar en Google quiénes son. Lo sé, la ignorancia es muy mala. Una lástima que Dani Mateo no hiciera lo propio con Blasco Ibáñez, Vicente Ferrer, Santiago Grisolía, García Berlanga, Miguel Hernández, José Iturbi o Pedro Cavadas, uno que salva vidas, nada importante, fruslerías valencianas, que es que son muy falleros. Debe ser que como nacieron antes de 1978 tampoco le figuran. Después intentó limpiar la cagada como nos han enseñado a hacer a todos desde pequeñitos, y explicó que se refería a los políticos. Un detalle. Tardío, pero detalle.
Al fin y al cabo, como dijo el escritor francés Stendhal, “somos detalles”. Y tanto que lo somos. Y los detalles nos definen.
Quizá de la unión semántica de detalles y memeces han surgidos los memes que siembran las redes sociales de fotomontajes gráficos, la mayoría divertidos. El desafortunado saque de banda de Casillas en la semifinal de la Champions o el paseo en bicicleta de los candidatos populares por Madrid han sido abono y alimento de los memes, sin olvidar la cagada de Pecas, el perro de Esperanza Aguirre, que se vio metido en plena campaña y parece que la impresión jugó una mala pasada a su vientre que obligó a su dueña a sacar la bolsa y recoger del suelo el desahogo del perro.
Puede que ese detalle sea una señal. Quizá todos ganaríamos mucho si dejáramos hablar a los Pecas de turno y sus dueños optaran por el mutismo, aunque solo fuera el tiempo necesario que nos permitiera al resto dejar de fibrilar cada vez que abren la boca. Siempre es más digno y tranquilizador ver a un perro aliviarse en la calle que ver cómo lo hace su dueño. Lo primero se limpia, se recoge con una bolsita y directamente a la papelera. Lo segundo tarda en irse.
Y ya puestos, ahora imaginen que esto lo hubiera escrito una valenciana no nacida en democracia, que no es el caso.
Foto: D.Amela en Flickr